Ella sabe que si no es capaz de representar en su mente el ejercicio a la perfección tampoco conseguirá llevarlo a la práctica, a la ejecución, a la realidad de la misma forma sin mácula. Tenía veinticinco años y llevaba casi la mitad de su vida entrenando en los complejos deportivos de cada vez mayor nivel de su país. El número o cantidad de competidoras se iba ampliando y, consiguientemente, estrechando o disminuyendo las posibilidades de alcanzar el objetivo. Todas con el mismo sueño de clasificarse para los Juegos Olímpicos. En el caso de su grupo para las pruebas de salto de trampolín de piscina, clavado o, en plural, saltos ornamentales. Ella le tenía una especial afección al llamado de ‘tirabuzón’.
Había nacido en 1939, el año en que terminó la Guerra Civil española, en el seno de una familia humilde. Desde bien pequeña esta mujer aprendió las lecciones de la austeridad. En su caso, destacaba la ‘virtud’ de no comer pan blanco: una vez lo probó y le encantó siendo aún niña.
– ¿Qué pasa hombre, cómo estás?, le espetó aquel tipo a medias mulato y demás rasgos caribeños, como la boca de gruesos labios y nariz achatada como la del boxeador que en realidad era, en concreto de los pesos ligeros, de ahí que su cuerpo fuera esbelto, ligero y no inflado o hipertrofiado, aunque no había participado aún en las competiciones profesionales.
Yo fui quien te traje aquí para que aprendieras el nombre y los secretos de los vientos. Para que supieras que Eolo los hace oscilar en el gradiente de la brújula y ni la componente ni la fuerza es exacta ni, por supuesto, la misma, sino que puede ser racheada, por ejemplo.
Verán, soy un tipo muy despistado, siempre voy corriendo a todos lados y aunque sea el caso de que -por alguna extraña y extraordinaria razón- me mueva más despaciosamente por la vida, no logro, pero oiga, que no consigo quedarme con la cara de la gente. Incluso si le visito en su domicilio o tomo un café con Ud., su imagen se desvanecerá en mi memoria pasados unos minutos de la entrevista. Y no sé si habré estado con Juan o con Lola.
Hace muchos años sirve a mi arte (aunque parece que fuera ayer) una criadita agilísima, y por eso nada primeriza en el oficio. Se llama Fantasía.
¿Qué autor podrá contar alguna vez cómo y por qué un personaje nació en su fantasía? El misterio de la creación artística es el mismo misterio del nacimiento.
Luigi Pirandello. “Seis personajes en busca de autor”. E-BOOKARAMA. Este relato se basa humildemente en la obra de Pirandello.
“La literatura no nació para dar respuestas, tarea que constituye la finalidad especifica de la ciencia y la filosofía, sino más bien para hacer preguntas, para inquietar, para abrir la inteligencia y la sensibilidad a nuevas perspectivas de lo real.” Julio Cortázar.
LOS CASOS PRÁCTICOS DE DON ABDÓN
Este es un relato de ficción, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Bueno es, en realidad, uno de tantos casos o supuestos prácticos que nos ponía el catedrático don Abdón González para su resolución y debate en sus amenas y legendarias clases.
No había quien le ganara ni imaginación ni coherencia de pensamiento ni en capacidad de observación. Pero tampoco en humildad. Se le podía ver dar paseos en solitario por los jardines del campus dialogando consigo mismo hilando estas historias que convertía en ejercicios prácticos hechos de los que había sido testigo o de los que había tenido noticia incluso por los medios de comunicación. Yo me limito a transcribir los que guardo en mi memoria y, en muchos casos, sin distinguir lo real de lo ficticio, puesto que se mezclan con los que tuve en el ejercicio de la profesión de abogado.
1.- Al que por turno corresponda
El Fiscal comparece ante el Juzgado competente y, como mejor proceda, dice: Que habiéndosele dado traslado de la querella formulada por los cónyuges Don XXXX y Dña. YYYY. contra el Sr. Farmacéutico y su empleado o Auxiliar por un presunto delito de homicidio imprudente, interesa se reciba el proceso a prueba, adjuntando al sumario la aportada por la parte querellante para su valoración y añadiendo un nuevo Informe Pericial a realizar por el Sr. Médico Forense adscrito al Juzgado por gozar de la presunción de imparcialidad y veracidad.
El día 19 de septiembre de 1996 los cónyuges llevaron a su hijo, de un mes de existencia, al médico de la Seguridad Social correspondiente por apreciarle un leve resfriado con algo de fiebre, lo que habían comprobado ya en su domicilio con un simple termómetro de mercurio y que fue corroborado ulteriormente por el Facultativo y, dictada que fue su levedad, le prescribió un fármaco denominado «Apiretal» compuesto básicamente de paracetamol, como casi se puede decir que es público y notorio.
La Sra. se marchó con la criatura a su domicilio para que quedara a resguardo mientras su cónyuge se dirigió a la Farmacia del barrio, el establecimiento del querellado y puesto de trabajo del segundo imputado que fue quien personalmente despachó lo que creía verdadera prescripción, pero estando presente el primero en todo momento. Por su parte, el cliente no tomó la precaución de comprobar la corrección de lo que le daban, de hecho era tal la confianza que tenían que le suministraron el producto aun sin llevar la correspondiente receta que se había olvidado el querellante dentro del enorme bolso de su mujer. Este hecho resultará definitorio en la resolución del presente caso, toda vez que lo que Don XXXX llevaba envuelto en un paquetito de papel de la Farmacia no era el prescrito «Apiretal», sino otra sustancia del tipo de medicamentos llamados antipsicóticos al menos potencialmente muy lesivo si no letal para el infante cuya denominación es la de «Haloperidol», todo ello según consta en autos.
2.- Si fuera el caso de que se hubiere llegado a administrar el fármaco improcedente al menor y, como consecuencia, éste hubiera fallecido, nos encontraríamos en este punto del relato y tal y como se viene contando y el mismo continuaría por los escritos de defensa del Sr. Farmacéutico y su empleado o Auxiliar (quienes a su vez culpabilizaban a los querellantes de falta de la debida diligencia en la comprobación del medicamento dispensado máxime cuando lo fue sin exhibir la preceptiva receta); práctica de la prueba en juicio, conclusiones de las partes y sentencia.
3.- La resolución vendría a, probablemente, establecer la máxima responsabilidad sobre la persona del Farmacéutico y su Auxiliar por dispensar el medicamento «Haloperidol» que causó el luctuoso desenlace. No obstante, diríamos, no es desdeñable el tanto de culpa que corresponde a los padres de la criatura por suministrar al mismo el citado medicamento sin haber comprobado que era el prescrito en la receta ni haber leído su prospecto. Y ello por más que se alegue por los mismos la existencia de una gran confianza, de muchos años de clientela, argumento que decae muy especialmente en cuanto al Auxiliar se refiere, pues apenas llevaba un mes trabajando en la Farmacia de autos.
4.- En clase debatiremos los múltiples aspectos que presenta este supuesto práctico. Pero para no dejar sabor de boca os contaré los hechos reales en los que me inspiré para formularlo.
Efectivamente, los hechos ocurrieron como se ha relatado. Y haber hubo confusión en la Botica. Cuando el padre volvió a su domicilio, su mujer le dijo: “Ya teníamos un «Apiretal» en casa abierto”. Aun así abrieron el paquetito de la Farmacia. “Pero ¿esto que es?”. “Pone que se llama «Haloperidol».” Y vieron lo que era. No volvieron nunca más a aquella Farmacia ni tan siquiera para reclamar el importe pagado por el medicamente que tanto daño les podía haber causado.
Aniceto Valverde
"Carne / Beef", óleo sobre lienzo / oil on canvas, 31,8 x 44,1 cm., 1815. Tate Galley (Londres, Reino Unido / London, UK). Wikimedia Commons
Siempre se acordaba de lo que le decía su maestro. «¿Qué diferencia hay entre un cocinero y un químico?».
Se odiaban; se odiaban mutuamente hasta lo indecible. Pero cuando digo odio no me refiero al que suele aparejar el desamor. No. Era un odio de ‘dinámica social’. A la gente no nos gusta que otro u otros tengan un modo distinto de hacer las mismas cosas, que es como decir aquello de que a la gente no le gusta que uno tenga su propia fe. Hasta fastidia que alguien dé el DNI de dos en dos cifras cuando tú lo haces como se leen o leían de forma ortodoxa los números.
El viejo capo estaba que la espichaba de un momento a otro; como su en tiempos rival Al Capone, tenía una sífilis galopante (esto afecta al cerebro, y mucho). Había sido yo el que tuvo la idea de tomarle la grabación a modo de muestra, como si hubiera sido una prueba más de las que le habían hecho padecer en el hospital del Condado.
Estaba lejos del mar, en un destino en tierra en una ciudad del Sur, ya durante mucho tiempo, puede que un tiempo excesivo en el que le embargaba la nostalgia de lo salobre. Para compensar esa distancia que había entre él y una de las cosas que más amaba en la vida era su imaginación la que volaba sin cesar hacia ella, hacia la mar, como a su madre.
Le habían despedido del trabajo después de casi treinta años de dejarse allí la piel. Le dieron una miseria de indemnización igual que de paga o pensión. Estaba en los 50. Su mujer se acababa de divorciar de él y en el proceso se había barajado la posible concurrencia de malos tratos por su parte hacia ella, aunque nada se demostró porque no era cierta más que la mala racha que llevaba.
Arturo Pagán hace el turno de noche en una fábrica. Vuelve a su casa a las seis de la mañana, justo a tiempo para despertar a su mujer, Carmen, que apura en la cama unos instantes de sueño hasta que oye el café salir y se pone corriendo su bata y se ordena con las manos el pelo.
Fue el gilipollas de tu marido -político de profesión- el que te lo dijo: “Nena estás cogiendo algunos ‘kilicos’. No vendría mal que aligeraras un poco”. Pero sometida a la prueba del espejo tú te veías igual, y sobre todo el inapelable dictamen de la báscula de precisión que tenéis en el cuarto de baño sentenciaba que tu peso iba siendo incluso menor o había descendido en esta última temporada, unos meses que él llevaba de ‘pre-campaña’.
Me miró de soslayo, torvo, enarcando la ceja y la órbita de su ojo derecho hasta hacerlo sobresalir por encima de aquellas gafas cuadriculadas. Acentuaba este gesto una cara y cabeza picassianas, como un trapecio invertido. Posaba su mirada en mí de este modo cuando quería reprenderme. Sin embargo, esos ojos diminutos y enfoscados, sin color definido, pertenecían a un ser patético. Quería mostrar enfado, eso estaba claro; un enfado de tipo paternalista, todavía más indignante para mí. En cambio, el resultado no dejaba de ser esperpéntico. Eso hubiera resultado genial de haberlo pretendido, y más en su caso. Pero no era así. Estaba dejando bien a las claras que algo escondía. Mantuvo el gesto torcido unos instantes más. Yo permanecía sentado en el sillón giratorio y por encima de él, que seguía de pie, miraba la chica del almanaque. Era la de la portada del «Play Boy» del mes de noviembre de dos años atrás por lo menos: nadie se había molestado en actualizarlo…
Ilustración por Jesús Manuel García*. Todos los derechos reservados.
Para Pedro José
Nos habíamos quedado en los rollicos bendecidos que compraban y nos daban nuestras madres y la abuela cuando ella aún tenía recuerdos… Y por las Fiestas del Santo Patrón del Barrio, que no eran ahora.
La abuela hace una pausa, balanceándose en la mecedora, cuando le viene a la memoria el recuerdo del abuelo al que yo no conocí, y que me han contado que hizo un montón de cosas en la vida, que fue minero, maderero y pastor trashumante en lejanas tierras, hasta que pudo comprar esta casa y el huerto de al lado y venirse aquí a vivir, al Valle, con la abuela y tener tantos hijos que son mis tíos aunque algunos ya murieron, y, me dice la abuela, están con él en el Cielo.
Mi abuela siempre me cuenta historias de bandidos que al principio son muy malos y crueles pero que luego se convierten en buenos y acaban casándose con esa muchacha del pueblo a la que al principio habían secuestrado, en gracia de Dios y si mueren van al cielo. Eso me dice.
A mi abuela, que por su enfermedad,
nunca pudo contarme esta historia.
Entra mi madre y me dice que ordene la habitación. Yo soy un desastre, la verdad, y siempre dejo todas las cosas tiradas por el cuarto: la ropa que me quité anoche, los libros del cole y mis juguetes preferidos. Me gustan más los juguetes medio rotos, con ellos me divierto más inventando nuevos cacharros, mezclando los pedazos de unos y otros, como ese coche teledirigido que he desarmado y en el que he montado al cocinero mecánico: ahora parece un coche lunar y el cocinero un astronauta.
Estuve solo hasta que llegó el compañero del octavo reemplazo. De éste y del mío, el sexto del año, seleccionaban al traductor que era como una especie de ‘espía de tercera’. Trabajábamos bajo la más estricta reserva y a las órdenes de un comandante diplomado de Estado Mayor.
Con el inicio del otoño llegó la temida jubilación. No es que le gustase el trabajo, todo lo contrario, cada vez era más tedioso. Pero ir todos los días a la oficina suponía tener algo que hacer. Poco después murió su mujer. Recordaba en ese momento los versos de Benedetti que tantos años atrás le susurrase: “Mi táctica es mirarte/ aprender como sos/ quererte como sos…”
La mujer del hombre de la oficina, el que primero se había fijado en la amante verde y el viejo, hacía ya varios meses que no salía de casa: estaba enferma. Pero no era ése el motivo por el que él hacía la compra; de siempre le había gustado hacerla él. Después de salir de la oficina, la tarde del mismo primer día en que la viera, como todos los días, fue a la frutería de su barrio, la frutería de Benito, aunque ya no hubiera Benito alguno en ella.
Recuerda que era un día en el que la primavera ya asomaba sus verdores, aun cuando en la ciudad fuera cada vez más escasa la vegetación. Lo sabe porque el sol ya entraba por el gran ventanal de la cafetería “Amazonía” y era la misma hora a la que acudía junto a sus compañeros, como casi todos los del año, a hacer la parada del trabajo en la oficina para el desayuno (o un croissant si era por la tarde). Y aquélla era la cafetería de la zona donde más crujientes ponían las tostadas y mejor el aceite de su aliño; sin olvidar el hecho de que, con la misma certidumbre, acudían diariamente las muchachas empleadas de la Biblioteca municipal. En sus vestidos, libres por un rato de la aséptica bata blanca, se palpaba igual e imaginariamente esa incipiente primavera, más espléndida si cabe tras un invierno duro en sus rigores que a él le había hecho caer en cama en varias ocasiones y forzado, las más, a ir al trabajo al borde de la sobredosis de antigripales. Su salud ya no era la que había sido.
No era infrecuente que le enviaran mensajes como aquel desde allá los tiempos modernos con el encargo de actuaciones que, en realidad, podían considerarse ‘de toda la vida’. Eso, al menos en cuanto al fondo de la controversia en la que querían que interviniera; no así en la forma de llevar a cabo ‘las misiones’, pues el modus operandi había cambiado mucho de apariencia que no de presión (e incluso amenaza) al pobre que se viera en la lamentable situación de no poder responder a sus obligaciones. Lo que no sabemos es si al caballero le sacaban del Medievo, ya finalizadas las Cruzadas, o si, viviendo en la edad Contemporánea, alguna perturbación le aquejara de tal forma que caballero andante se creyera.
El teniente coronel del Cuerpo Jurídico de la Armada Roberto Martínez, a sus cincuenta y cinco años, llevaba ya mucho tiempo en la reserva. El Servicio Militar había dejado de ser obligatorio y otras reformas en las leyes militares como la de 1987, habían disminuido notablemente las necesidades de este personal. Si el Sr. Martínez se encontraba en ese Cuerpo lo era por el empecinamiento que había puesto su padre, honroso antecesor en el mismo, porque a él -al teniente coronel Roberto hijo- le hubiera gustado más un destino en la mar que le ayudara a profundizar en sus conocimiento y gusto por la matemática y física aplicadas a los fenómenos meteorológicos y a la astronomía. El pase a la reserva le había dado una segunda oportunidad en la vida para su desarrollo personal en esos campos si bien sus ‘avances’ le producían cada vez más zozobra.
LA MEADA DEL MONO
Sí, ‘el Galgo’ tuvo que marcharse de la ciudad porque su vida corría peligro y no sólo por el que él mismo se infligía (estaba totalmente enganchado al maldito ‘caballo’), sino porque se había atrevido a estafar a los que introducían ese veneno en la ciudad, e incluso a otros que simplemente trapicheaban como él para procurarse la ‘ración’ necesaria para evitar padecer los síntomas de lo que se llamaba y se sigue llamando ‘el mono’; síndrome de abstinencia propiamente dicho que provocaba la ausencia del consumo de la droga necesaria según la que cada cual se hubiera hecho al cuerpo.
EL PORVENIR DE MI PASADO
Se suele usar el término marinero ‘derrota’, en relación a un navío o -en este caso- una persona, cuando se dirige a alguna parte física, o, en su caso a una conclusión que le traerá problemas. Yo lo entiendo como el ‘fallo’ que dicta un juez: puede estar muy seguro de su corrección, pero -como en la ‘derrota’-siempre cabe la posibilidad de errar. La mar es poderosa e inescrutable mismamente como las personas que tantas veces corremos el riesgo de fallar. Todo es relativo y más en el mundo que hemos creado.
CAMBIO DE RUMBO
Si cae una persona a la mar o herida en la batalla sus compañeros harán todo lo posible para rescatarla. Pero hay un límite al deber que consiste en no poner en juego la vida propia, puesto que -además- sería doble pérdida, una de ellas sacrificio inútil. Si hay dos náufragos flotando gracias a la misma tabla de salvación, pero ésta va perdiendo capacidad portante y sólo puede ya servir a uno, la misma razón de ‘economía vital’ se impone. Pero lo que se ha de intentar hacer es no llegar a ese extremo, sino que quizás haya uno más fuerte (no es tan infrecuente) que pueda tirar del otro hacia el lado de la vida y lo hará hasta el límite de su propia extenuación. Y hasta donde la, en este caso, ‘víctima inicialmente voluntaria’, se deje.
LA RESACA DE LA NAVIDAD
La del alba debía ser cuando me desperté pues como a «don Quijote» cuando salió de la venta creyéndose armado caballero, a mí también me reventaba el gozo y no precisamente por las cinchas de «Rocinante», sino de lo más profundo del corazón. Del alma más pura y platónica puesto que no pasó nada, es un decir. Simplemente había pasado la noche de la que tan temprano me levantaba, abrazado a Begoña, aunque con pequeñas ‘incursiones’ en forma de caricias. Y eso que la idea de quedarnos solos y en la casa de su padre la noche de Reyes había sido de ella. Ya se sabe y lo he dicho: ellas nos escogen a nosotros y mandan sobre nuestros sentimientos.
Lo que sí pasó fue la Navidad, y el dinero de la Lotería, y un terremoto en nuestras vidas. En la de los cuatro: la de la Luisa y ella; la mía y la de ‘el Galgo’.
NADA QUE LA TERNURA NO QUISIERA
El Galgo’ nos dio la Nochevieja, o ya la madrugada de Año Nuevo cuando dormíamos un ratico -por parejas- en aquel apartamento de La Manga cuyas llaves me había dejado el hijo de un amigo de mi padre que se dedicaba a gestionar su alquiler y venta y que, a su vez, era amigo mío: el tío –‘el Galgo’, quiero decir- se había comido una dexedrina (una anfetamina muy fuerte) y le dio un ataque de nervios o ese efecto de agobio y angustia que da la aceleración del corazón como si estuvieras preso o atrapado y no pudieras librarte de la cadena psicológica que te atenaza.. Y menos mal que yo supe tranquilizarle porque las chicas, la Luisa y Begoña, lo pasaron muy mal.. ‘El Galgo’ cuando se le hubo pasado el efecto prometió no hacerlo más. Él con lo nervioso que era ya de natural, pues no era plan echarle más leña al fuego. Y pareció haberlo comprendido. Hay que ve lo que influyen las circunstancias sociales y económicas en estos peligrosos temas.
UNA NOCHEVIEJA PASADA POR AGUA
Tras estos días sin vernos y sin que, por tanto, te pudiera seguir dando cuenta de nuestras andanzas, para seguir, te refresco un poco la memoria. Estábamos en que nos había tocado un premiecillo en la Lotería de Navidad: un duro por peseta invertida. Ya sabes que es un decir. De tocarnos nada y si acaso fue a la Luisa y a Begoña (que lo organizó todo) que eran las que tenían los dos talonarios de papeletas o participaciones para el viaje de estudios de una compañera mayor y ni ellas ni nosotros, ‘el Galgo’ y yo, Félix, habíamos vendido ninguna. Pero hicimos como quien no quiere la cosa y Begoña puso el dinero para pagarlos como si los hubiéramos endosado todas sus papeletas y fuimos cobrando el premio de la misma forma…
UNA FELIZ NAVIDAD
Jo, macho, no quiero ni contarte la Navidad que pasamos armados con las treinta mil pesetas que nos habían caído del cielo al tocar uno de esos premios de pedrea -a duro por peseta en nuestro caso-, que se jugaba al número de las papeletas dos de cuyos talonarios habían sido entregados a la Luisa y a Begoña, respectivamente, por una compañera del tercero del Instituto y que eran en realidad para sacar algún dinerillo de ayuda para el viaje de estudios que tenían previsto hacer. Ellas, nuestras novias, se habían olvidado completamente del encargo y no habían vendido ni una sola de aquellas participaciones. Empero, pagamos el ‘nominal’ y fuimos cobrando poco a poco el premio.
«JARCIAS, OBENQUES Y BURDAS» por el Alférez de Navío don Antonio García Más.
Cómo decimos entre los Maniobras !!! a punto de rendir esta singladura y despuntando por la proa el alborear de un nuevo año, quiero felicitar tan entrañables fiestas a mi dotación de familiares, compañeros y amigos y hacerles llegar por este andarivel electrónico mis mejores deseos,
Y VINO LA LOTERÍA DE NAVIDAD
Tal vez -me contaba Félix- podía apreciarse ya cierta distancia entre nosotros. Se dice que una mujer puede interponerse entre dos o más amigos y separarlos. No lo digo de la otra forma ya que podría resultar ordinaria… Y no era el caso ni el uno n el otro. La Luisa y Begoña eran ya nuestras novias. Distintas la una de la otra, claro está, en correspondencia con el carácter de mi amigo ‘el Galgo’ y el mío más tirando a romántico que había subido a Begoña a los altares. Encima -y ahora después cuento exactamente lo que o cómo ocurrió- vino a tocarnos la Lotería de Navidad y con ello a poner un paréntesis morrocotudo en nuestra vida y relaciones.
AMOR Y VIOLENCIA
Sí, yo podía haber sido toda mi vida un romántico. Contaba mi madre que tenía yo apenas cinco años (precisamente en el tiempo en que me llevó a la barbería del tío Venancio y éste me hizo el ‘corte a la taza’) y me dejaron para salir ‘de matrimonios’ al cuidado de la hija de unos vecinos a la que apodaban ‘la Pirrina’, bueno pues a lo que se ve yo ya no quería jugar con nadie más… Porque, de qué sirve ser un romántico sin persona a la que amar, aunque sea de forma platónica. Y ahora era Begoña el objeto de mis sentimientos. Sí, aquella chica de pelo rizado y azabache como sus ojos, esbelta y culo respingón, me había cautivado. Y lo mejor de todo es que ella parecía corresponderme.
«Cuentalia es una ciudad literaria imaginaria. Las calles y parques de esta ciudad están hechas de sentimientos, sueños y aventuras…» Con estas palabras comienza este podcast, esta locución de lo que es el suplemento radiofónico de la Revista digital -de ya larga trayectoria- «Almiar (Margen-Cero)» que emite «Radio Ariete FM» ( https://radioariete.org/).
El director y alma mater de ambas es Pedro Manuel Martínez Corada y me ha hecho el honor no sólo de seleccionar para esta edición de «Cuentalia» mi modesto relato titulado «Acuerdo de Amor», sino que me propuso hacer él mismo su locución. Y aquí la tenéis como adelanto a su emisión en «Radio Ariete FM».
UNA NUEVA ‘GALAXIA’
Ya te he contado que el epicentro de nuestras operaciones pasó de ser el Centro histórico de la ciudad a su ‘Ensanche’ en una de cuyas zonas, la más cercana a la plaza de España en dirección al Nordeste, pues por ahí estaban las casas de Luisa y Begoña, así como el Instituto Nacional donde ambas estaban matriculadas en el Nocturno. Éramos aún unos críos, peo podía considerarse que ambas eran nuestra novias… Ah, y lo mal que me sentó a mí el primer porro al que nos invitó aquel golfante a ambos, ‘el Galgo’ y a mí mismo.
EL ‘EMPAREJAMIENTO’
Habíamos quedado ‘el Galgo’ y yo, Félix, en la plaza de España antes de ir al Instituto a ver a nuestras recientes amigas Luisa y Begoña que estaban allí matriculadas en el régimen ‘Nocturno’. Andaba yo algo confuso sobre la bondad de la idea de hacer esa visita en cuanto a mí interesaba. ‘El Galgo’ pasaba ‘mazo’ -aparentemente- del tema. Era mayor y mucho más duro que yo; si, tanto -como se dice- de Isidoro Máiquez, de su estatua… Encima se acercó un conocido suyo -no del genial actor- sino de ‘el Galgo’ que se empeñó en que nos fumáramos un ‘porro’ con él. Yo no quería ‘distracciones’. Encima iba a ser mi primera vez -si yo casi no fumaba ni tabaco- y además tenía miedo por si acertara a pasar por allí la Policía.
LAS QUINIELAS (y 2)
Había cundido el pánico entre los miembros de la Peña Taurina «El Astado» por la misteriosa desaparición de don José -maestro de billar también- con el boleto premiado de la quiniela de la semana pasada.
‘El Galgo´ se recuperaba con milagrosa rapidez de la brecha que se había hecho en la cabeza al dar con ella en el pavimiento de la plaza de los Héroes de Cavite. Y ya andaba dando tumbos por la ciudad y especialmente por los alrededores de ese monumento.
En mi también dura cabeza, tampoco cabía un pensamiento más que no fuera sobre la ‘enfermerita’ Begoña. Como les pasaba a los de la Peña sobre don José, no sabía nada de ella.
LAS QUINIELAS-1: LOS TRES MOTIVOS
Había llegado el lunes y tenía que hacer de nuevo el paripé de todas las semanas como si fuera a coger el camino de la escuela en la que yo creo, con fundamento, que ya ni se acordaban de mí. Había dos diferencias que me facilitaban el escaqueo, así como un ‘motivo poderoso’ para no ir; algo mucho ‘más potente’ que el ‘haraganeo habitual’ que me invadía por aquel entonces.
EL SALTO MORTAL
Como siempre el grupo o la pequeña manada de golfillos secundaba y seguía al pie de la letra lo que se le ocurría a ‘el Galgo’. Lo natural hubiera sido al revés pues el animalico sigue a la presa o presas del cazador. Así que, tras la mala experiencia con la película de Bruce Lee en el cine “Central” ya estaban en la plaza de los Héroes de Cavite donde el líder quería dar una lección de arte marcial callejero.
UNA TARDE DE CINE
Si nuestros padres habían ido a ver a Boris Karloff interpretar a ‘Fu-Manchú’, nosotros -me contaba Félix ‘el Gato’- nosotros teníamos como ídolo a Bruce Lee. “Bueno, nosotros, más bien ‘el Galgo’ que luego repetía una y otra vez las posturas y golpes que le veía hacer en las películas.”
Un hombre, antiguo militante comunista y exilado en Inglaterra, ha abandonado sus ideas políticas y vive en la capital londinense bajo la apariencia de un modesto anticuario. Un día recibe la visita de un cliente que conoce su pasado y le hace el encargo de conseguirle una pieza arqueológica, la que sea del siglo I de nuestra Era, de las muchas y valiosas que pueblan el subsuelo de su ciudad natal. El aparente anticuario acepta y, pasados muchos años, vuelve al país y a la ciudad que viven momentos convulsos, en plena Transición política. Ese ambiente convulso se va a trasladar a su esfera personal, a su ámbito más íntimo, al reencontrase con una mujer del pasado….
TOMA TU MECHERO y UN EPÍLOGO ‘TRANSITORIO’
Dedicado al Alférez de Navío don Antonio García Más
Habíamos dejado a nuestro héroe ‘el Galgo’ entre los americanos del zippo y la mar, nunca mejor dicho. O se le ocurría algo o aquellos ‘tiparrones’ le iban a dar una buena. Y, del otro lado y en aquellos ya lejanos tiempos, los buques de la Armada atracaban de popa y había unos cuantos: los suficientes como para casi no dejar espacio en el cantil del muelle del Puerto de Cartagena como para arrojarse a la mar. Y, además, qué sentido tenía echarse a nadar tan cerca si así sería capturado rápidamente por los gringos o la propia Policía Naval. Cabía una idea cuya puesta en práctica, al menos demoraría un desenlace agrio.
EL AZULEJO DE CERVANTES, UN PULSO, PERO ¿DÓNDE SE METIÓ ‘EL ZIPPO’?
La taberna estaba muy cerca del Puerto, en la calle que sube a la Muralla, al lado del “Azulejo de Cervantes”. Tenía las paredes revestidas como de medios troncos de madera y se hallaba distribuida en dos plantas: en la de abajo la barra y arriba todo lleno de mesas y banquetas de madera. El ambiente estaba siempre enrarecido, denso del humo del tabaco. Bullía el jolgorio de marineros españoles y norteamericanos, de los recién llegados a la ciudad, éstos vestidos de paisano. Y no recuerdo si Félix, ‘el Gato’ como le decían, me contó, muchos años después, que también los había franceses e italianos. No me extrañaría dada la trifulca que se armó… De vez en cuando sonaba la voz desgarrada de Bonnie Tayler cantando aquello de «It´s a heartache» («Un corazón roto o herido») o alguna otra canción tabernaria que alguien ponía en la gramola del local.
LOS ´ZIPPOS’ AMERICANOS: HISTORIA Y MITO
El Félix y sobre todo ‘El Galgo’ los que habían visto eran Zippos que tenían eso de las rayas en el culo. Éste tenía un par de ellos. Todos se pirraban por uno o uno más, y la mejor forma de obtenerlos era de alguna manera (ya veremos en esta ocasión cómo) cuando había navegantes extranjeros de sus correspondientes Armadas en el Puerto de Cartagena. Hacía allí iban después de haber pasado un rato en los billares ‘Marfil’.
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EL MAESTRO JUGABA A LA REUNIÓN[i]
[i] Ilustración: El Café de noche de Vicent Van Gogh
Don José, el maestro, se estaba despachando a gusto con el desconocido marinero, español y de reemplazo. Para jugar al billar a la reunión hay que tener un extraordinario sentido de la Geometría (todo el juego lo requiere en realidad), pues no sólo se hace la carambola, sino que hay que calcular con el mayor rigor posible la nueva posición en que hayan de quedar las bolas que facilite al máximo también seguir apuntándose tantos antes de que te sorprenda el fallo.
Camino de los Billares Marfil habíamos dejado a Félix, el Gato, que iba en busca de su amigo, Rafa Cánovas, conocido como ‘el Galgo’, muy aficionados y buenos jugadores de billar también, aunque no tanto como el maestro, claro.
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CUANDO CREES QUE LA CALLE ES TU ESCUELA
Unos retazos ‘geográficos’ más de la trama de estas Aventuras previo a continuar con su acción. El rincón de ‘el Galgo’.
LA CHATARRERÍA y ANTICUARIO
—A ver si nos aclaramos ¿qué haces tú, Narrador, en esa parte de la ciudad donde hace tantos años estaba la Barbería de ‘el tío Venancio´ contándonos esa historieta del pelao a la taza? (https://www.expresodemandarache.es/2023/10/01/a-nice-entry-2-91/)
—Disculpad, amigos Damián y Flora, sólo quería situaros en la zona de la ciudad castiza durante muchos años (ahí por donde anda también la estatua de Isidoro Máiquez), porque en ella y sus alrededores tuvieron lugar estas Aventuras. Y la Barbería del tío Venancio y el anticuario y compra venta de chatarras pegaban la una a la otra; aunque aquélla cerró mucho tiempo antes y ahora estamos hablando de las postrimerías de los años 70 del siglo XX a los que ahora viajaremos para contar este episodio.
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EL ‘PELAO DE TAZA’
A la barbería del tío Venancio lo habían llevado hacía muchos años, como unos siete u ocho pues ahora tenía quince. Fue una sola vez y nunca más volvieron a hacerlo porque le hizo un pelado como de niño de la inclusa…
AMOR, GUERRA Y SOLEDAD
En los libros está escrito que a la diosa Tanit se la llama también Ishtar o Astarté y que su símbolo en Cartago es un triángulo cubierto por una barra o raya horizontal y un círculo que corona toda la figura sobre la que a veces hay también una media luna y cuyo dibujo completo aparece en muchas ocasiones como enmarcado en una casa o capilla de trazos muy simples….
Por el contrario, en ninguna parte encontrarás vestigio fidedigno alguno que acredite, ni remotamente, que yo me haya llamadoo Sinuhé.
LA MORADA DE LOS DIOSES ANDA ALGO REVUELTA
Apenas dejó que el teléfono diera un par de tonos para atender una llamada que dijo que esperaba, que sabía que yo iba a hacer aunque me felicitó por la rapidez con la que había averiguado la clave que encerraba el número de la línea por la que hablábamos casi como si fuéramos ya viejos conocidos…
MENSAJES DIVINOS EN EL MÓVIL
Recibir un sobre que un desconocido le ha dejado al camarero del bar donde uno suele desayunar, y varias veces porque su negocio de investigaciones y solvencias arqueológicas es una ruina, y que en él se contenga una nota con un dibujo y las letras ‘tnt’, no tiene ni pizca de gracia. En cambio, cuando uno abre la puerta y lo primero que ve apoyada en una de las jambas es una chica como aquélla, el miedo deja paso a otras emociones, te comas o no una rosca luego.
Comenzamos una nueva historia, un nuevo relato con motivo de las Fiestas de Cartagineses y Romanos.
La primera entrega se titula
QUIÉN QUIERE BUENOS COMIENZOS
LA CARTA DE DESPEDIDA
No había pasado ni un mes desde que me encontrara a Luis Santos, que ahora era Josef Marlom, tomando una cerveza en el Bar Sol como si no hubieran pasado los años. A él le trajo la nostalgia y la remota posibilidad de encontrar aquí a una mujer que había conocido en Casablanca cuando ella, llamada Irina Maniker, acompañaba al siniestro traficante Nasser Alkasser. Su barco, el Slowman Runner, había servido para transportar un cargamento de armas a un pequeño país del sur de África. Pero Luis, Luichi para los amigos, no había entregado el cargamento a quien le habían encargado, burlando a Nasser. Las armas nunca arreglan nada, me dijo amargamente en la habitación del Hotel Peninsular, donde me citaba clandestinamente para relatarme esta historia. Y agregó que los que él creía que iban a liberar aquel país, luego de hacerse con el poder, se habían vuelto igual de despiadados que el tirano derrocado. Leer más
MUERTE EN LOS RAÍLES
El gigante de cuello de toro perdió el equilibrio y cayó a las vías poco antes de llegar a Murcia. Alguien encontraría su cuerpo al amanecer. Pero ningún periódico daría cuenta del suceso. No se puede dar la noticia de la muerte de un hombre cuya existencia era un secreto para el resto del mundo.
DE ÁFRICA A LA ETERNIDAD
Mi amigo, antes llamado Luis Santos, Luichi para los de la panda, ya tenía en su poder la mitad del dinero pactado, dos millones y medio de dólares en billetes usados que el desalmado traficante Nasser Alkasser le entregó en un maletín de desgastado cuero negro al borde mismo de la escalerilla del buque. El siniestro cargamento, que incluía algunos misiles contra carro y otras armas de similar carga mortífera, ya estaba estibado en la bodega del Slowman Runner: los hombres de Nasser dirigidos por su sicario Chan se habían encargado de hacerlo durante la noche. Él subió al buque y le dedicó una sonrisa entre cínica y de burla, un gesto muy suyo, al traficante. O tal vez fuera al amanecer sobre Casablanca, un espectáculo que Luichi ya sabía que no volvería a contemplar.
EL ENCUENTRO MISTERIOSO
Un barco atracado en el muelle de Santa Lucía, el Slowman Runner. Un personaje al que hacía años que no veía, mi amigo Luis Santos, Luichi, que ya no se llamaba así sino Josef Marlom como ponía en su pasaporte chipriota, un documento que guardaba celosamente en el bolsillo interior de su chaqueta al lado de un revólver
LA TABERNA DEL CAPITÁN
Dos viejos amigos se encuentran después de años de ausencia de la ciudad de uno de ellos, trazando y recorriendo sendas por la mar. Ya no se llama igual, sino como ahora figuraba en su pasaporte chipriota: Josef Marlom… Ha tenido suerte porque ha encontrado a un amigo de confianza al que contarle sus andanzas y ayudarle en el delicado asunto que le ha traído a Cartagena. Ése soy yo. Sólo vosotros lo sabéis…
EL HOMBRE LENTO QUE CORRE
Un hombre de mar vuelve a su ciudad, Cartagena, en busca de algo que no sabemos ni siquiera si realmente existe o no. El destino viene a hacer que se encuentre en el castizo «Bar Sol»con un viejo amigo, Luichi Santos, que será el responsable de algunas ayudas al protagonista en la continuación de su viaje vital y de narrarnos a nosotros esta historia de mar, amor e intriga cuya primera entrega sigue a continuación. Leer más
Esta Entrada corresponde a un extracto del programa, de la serie de los mismos «Viento de Lebeche» que conduce mi admirado amigo Francisco José Franco, emitido el pasado día 21 en Onda Regional de Murcia bajo el título Aún recuerdo aquel verano. El fragmento se corresponde con el relato Remos y berberechos que le tengo expresamente dedicado. Gracias, Paco. Y también por las emocionantes palabras sobre mi familia.
De los naufragios reales que aparejan soledades y no son producto de éstas.
Tú no eres de mi Mar Menor -lo digo con todo respeto porque lo serás de algún sitio singular- si no has oído alguna vez a tu madre precaverte del peligro que podía suponer cruzar la Raya Azul…
Una historia de guerras antiguas y mitológicas libradas sin piedad.
Una de vaqueros sedienetos de whisky. Protagonista enajenado en Almería. A mí me contaron este espaghuetti wéster: No sé si ocurrió tan sólo en la ficción…
Aquella noche de verano, y de oído, estos dos rumanos tocaron para vosotros el pasodoble Suspiros de España en una terraza de verano. Tu acompañante quería recordar Soldados de Salamina.
Dedicado a Francisco José F.
Una pequeña excursión a la Isla del Barón (o Isla Mayor del Mar Menor, Cartagena) en otros tiempos de aguas limpias y jugosos berberechos.
(UNO) LA DETENCIÓN DE AL CAPONE
Nos habíamos quedado en el Bronx allá por los mismos años. Sí, en el Bronx neoyorkino, donde habitan las chicas que tanto le gustaban al filósofo Francisco Jarauta, por las razones que él mismo, de su viva voz, confesaba en la parte primera de esta historia que prometí llevar a Chicago allá por los años treinta.
Lo prometido es deuda y en Chicago tenía su emporio el mafioso Al Capone, nacido en Brooklyn (Nueva York), el más grande y temido mafioso: a los 27 años ya controlaba todo tipo de negocios ilícitos., incluida la prostitución. Si las chicas del Bronx llevaban una bala en el corazón, a las de Chicago ya no les cabía ninguna más —balas— salidas de aquellas metralletas de tambor al uso de la época. La hermana de un coleccionista de arte amigo de Al Capone, no quiso tener relaciones sexuales con él y —según se dice— mandó que los mataran (él nunca de machaba las manos). Y acabaron en un callejón como el que se ve en la foto o parecido llenos de plomo. Pero éste no fue un caso único. Cuando Capone se emborrachaba empezaba a insultar a las chicas. Ambas cosas ocurrían con frecuencia… Iguamente pasó a la historia la famosa Matanza de San Valentín.
Nos habíamos quedado en el Bronx allá por los mismos años. Sí, en el Bronx neoyorkino, donde habitan las chicas que tanto le gustaban al filósofo Francisco Jarauta, por las razones que él mismo, de su viva voz, confesaba en la parte primera de esta historia que prometí llevar a Chicago allá por los años treinta.
La deshumanización
De momento la cuestión que como se ha expuesto… Bueno, en realidad la lucha por la recuperación del conocimiento comienza al final de estas líneas, de esta crónica. Pero, recuérdese que fueron escritas en el año 2008. La situación no sólo no ha mejorado, sino que, muy posiblemente, ha empeorado, La gente sigue afectada por el código del olvido lo que implica su deshumanación. En este camino vamos cada vez a más. No hace falta abundar en los comportamientos que nos delatan. Pero confiemos en que todo volverá a ser como antes del Único. Y recuperaremos la libertad.
El capitán Relámpago
No fue la tan augurada guerra nuclear la que acabó con la Humanidad tal y como la habíamos conocido hasta los comienzos del Tercer Milenio de nuestra era. Entre los años treinta y cuarenta de su primer siglo, la economía entró en recesión absoluta generando un flujo de poder económico y político a favor de las potencias asiáticas, dominadoras de la informática. Las palabras fueron desapareciendo a favor de los iconos. El propio Bill Gates había tenido la culpa en principio. Todo eran simbolitos que representaban las cosas. Simultáneamente los objetos fueron teniendo su réplica informática. Incluso las personas teníamos nuestros clones en el seno del mundo virtual. ¿Era uno responsable de lo que hacía su doble en Internet?, se preguntaba la Ciencia Jurídica?
El manto del olvido y la estrategia de Siracusa
Recapitulemos lo ya pasado antes de abordar cómo nos defendimos nosotros y pudimos con ello mantener casi intactas la mayor parte de nuestras funciones cerebrales. Recordemos que el Mundo estaba en manos de las potencias asiáticas y, en concreto, de su maligno líder, aquel que quería ser el Único.
La biblioteca universal.
Las potencias asiáticas se habían hecho con el dominio mundial a través de un fortísimo desarrollo tecnológico. Destacaba especialmente la Ciencia Informática que gobernaba el suministro de la información y de la alimentación mundial a través de poderosos ordenadores. Los códigos de programación eran cada vez más complejos y secretos. La vida se había digitalizado por completo. Las palabras casi habían desaparecido siendo sustituidas por los iconos, los símbolos gráficos y la sola imagen de los acontecimientos daba cuenta informativa de ellos. La atmósfera se ha tenido que cubrir con una bóveda de metacrilato con ventiladores para proteger y purificar el aire en la Tierra.
SINOPSIS: Control informático
Las potencias asiáticas se habían he- cho con el dominio mundial a través de un fortísimo desarrollo tecnológi- co. Destacaba especialmente la Ciencia Informática que gobernaba el su- ministro de la información y de la ali- mentación mundial a través de pode- rosos ordenadores. Los códigos de programación eran cada vez más complejos y secretos. La vida se había digitalizado por completo. Las pala- bras casi habían desaparecido siendo sustituidas por los iconos, los símbo- los gráficos y la sola imagen de los acontecimientos daba cuenta informativa de ellos. La atmósfera se ha tenido que cubrir con una bóveda de metacri-ato con ventiladores para proteger y purificar el aire en la Tierra. Un ataque que dominará a la Humanidad está a punto de desencadenarse.
VIAJE AL CENTRO DE INTERNET
PRIMERA ENTREGA
El dominio de Oriente.
No fue la tan augurada guerra nuclear la que acabó con la humanidad tal y como la habíamos conocido hasta los comienzos del Tercer Mileno de nuestra Era. Pasadas las felices décadas de los años veinte y treinta del siglo XXI, conocidos como la “Techniqué epoc” en claro paralelismo con la “Belle Époque” de un siglo antes, sobrevino la crisis mundial que amputó a los seres humanos sus facultades más básicas. ¿Para qué destruir a los hombres si se podía dominarlos por completo? De malos agoreros se acusaba entonces a aquel grupo de personas que formaban el club de “El mono de la maraca” que ya advirtieron hace cincuenta años de lo que estaba pasando. La comodidad impidió entonces a las gentes percibir la involución, y bien que “el mono” hacía sonar la maraca para advertirlo como seguidores del “neopositivismo lógico” del Club de Viena. Eso sí, con la diferencia de que “El mono de la maraca” no era ni el más fuerte ni el más ágil de la manada. Hacía cosas extrañas como leer libros y no comer carne. Nadie le hacía caso. Pero un buen día se encontró en la selva una maraca. Comenzó a hacerla sonar y todos caminaron tras él por el bonito sonido que le sacaba al instrumento que volvía locas a las que hasta entonces le habían dado la espaldad al pobre “mono” de la evolución. De esta anécdota tomó el club su nombre: lo más simple hace lo más hermoso y agradable al ser humano.
Habían sido años muy felices, la dorada época de la tecnología que lo hacía todo fácil: se habían llegado a desarrollar humanoides para el servicio doméstico y uno estaba unido a un trabajo cómodo por medios tecnológicos tan sofisticados que bastaba un click del ratón para cumplirlo satisfactoriamente. Y de los ratones, pero de los que aún existían como seres vivos, vino precisamente la idea que finalmente ha triunfado en esta primera década del Tercer Milenio, si nosotros, los que quedamos, no somos capaces de ponerle remedio.
Aquello que se dio en denominar como deslocalización de las empresas hizo furor desde el momento en que se pusieron en marcha medidas efectivas para proteger el planeta. Llegaron algo tarde; pero no hemos tenido que emigrar a otros planetas como ingenuamente se hacía creer en las antiguas películas de ciencia ficción. Bastó con instalar una esfera de metacrilato permeable que retuviera y purificara, de cuando en cuando, la atmósfera. Pero esto vino luego a ser otro elemento más de la trampa. Las grandes multinacionales, únicas empresas que sobrevivieron a la estanflación de los años treinta, es decir a la inflación galopante conjugada con la subida del precio del dinero –el “eurodólar”- y el crecimiento nulo de la economía que entonces se produjo, se establecieron para siempre y en su totalidad bajo el amparo de las potencias asiáticas. Recuerden lo que llegó a decirse del periodo entre las dos primeras guerras mundiales acaecidas en el siglo XX. En la denominada República de Weimar, en la Alemania de aquellos tiempos, se llegó a afirmar: “Antes íbamos a la compra llevando el dinero en el monedero y los productos en la cesta. Ahora llevamos el dinero en el capazo y la compra en el monedero”. Esas grandes empresas se llevaron a sus ejecutivos más selectos. La mano de obra resultaba mucho más barata. Las necesidades de infraestructuras eran mínimas: había ya ordenadores minirreducidos que, superando con creces la Ley de Moore, trabajaban a la antigua velocidad del sonido en su conversión a millones de gigaherzios; antigua porque ahora no existe el movimiento del aire que permita comprobarlo: sólo hay viento cuando alguien pone en marcha las turbinas de ventilación acopladas a las bóvedas ‘celestes’ de metacrilato. Todos se pusieron a programar y programar en secuencias de seguridad, en protección no sólo de redes, sino aun a niveles personales y sociales. Pronto descubrieron que la mejor defensa es el ataque, un ataque que neutralizara al enemigo. Pero la desconfianza era tal que todo el mundo estaba bajo la sospecha de poder ser un infiltrado que luego pudiera vender o difundir los secretos y volver a hacer vulnerables los sistemas. De esta manera, el círculo programador con verdadera capacidad decisoria se fue reduciendo al mínimo de la misma forma que la capacidad intelectual de los propios programadores, en clara concentración de poder. Como se decía en el ‘chiste’ gráfico de “El Roto”: “Cuando despertaron en Occidente, los asiáticos ya estaban allí.”
En este texto se nos pone delante de los ojos lo que ha sido y sigue siendo el conflicto real en el mundo. Un Norte siempre -o ahora casi- acomodado y un Sur siempre sumido en la miseria que arroja niños muertos a la orilla de sus costas.
Escrito en tono reivindicativo, este texto resulta profundamente conmovedor. Gracias por tu colaboración Mercedes para El expreso de Mandarache. Esperamos que se repita.
6.- Qué malo es el tabaco
Santa Bibiana del Mar era un pueblo tranquilo, quizás demasiado. Hasta que un día a las 6 horas en punto (a.m.) sus vecinos descubrieron que había crisis económica y empezaron los robos de gallinas para comer y el antiguo pescador, metido a advenedizo de la construcción Emilio Granados, se quedó sin liquidez para terminar su modesta promoción de VPO para pescadores.
Emilio Granados era un antiguo pescador del pueblecito marinero Santa Bibiana del Mar, un sitio encantador y precioso de la costa Atlántica cercana al Estrecho de Gibraltar. Hasta que llegó el fantasma de la crisis había sido un pueblo tranquilo. Emilio se había metido en una pequeña promoción de veinticuatro viviendas de VPO en unos terrenos que había heredado del tío José Alberto, que hizo ‘las Américas’, antes de morir rico allá. Las casas eran para sus antiguos compañeros de la mar. Pero vinieron los problemas y se quedó sin liquidez para terminarla. Algunos vecinos de Santa Bibiana del Mar, por iniciativa del empresario Adolfo Marín, se habían metido en un extraño negocio que, se suponía, debía ayudarles a superar ese bache económico en el que estaba la obra. Pobres ingenuos. El único listo: Adolfo Marín.
4.- El soldado Bustamante, las cadenas alrededor del Peñón y el hueco de mar por donde aquel día no había y se podía pasar en barco., sin traba alguna.
3.- La partida de dominó inspiró el plan
Habíamos dejado al vecino de Santa Bibiana y antiguo pescador, Emilio Granados, desconsolado. No le quedaba dinero para terminar la promoción de veinticuatro vivienas sociales, tanto para jóvenes como mayores, como para darles trabajo a aquéllos al menos durante la ejecución de la obra, La pesca, actividad habitual en Santa Bibiana del Mar, caía cada vez más en picado. Aparece un nuevo personaje: Adolfo Marín.
2.- El crédito que se «autopaga» o del «chin kin fu»
Emilio Granados, jubilado de la actividad pesquera y vecino del tranquilo pueblecico de Santa Biibiana del Mar recibe un dinero de un tío que, en su día se fue a hacer las Américas: las cosas no andaban bien en el pueblo y quiso emplear el dinero en una pequeña promoción de viviendas sociales. A ver qué es lo que pasa.
TEMA: La crisis económica y una posible solución personal o de un grupo de personas no necesariamente ilegal, pero alternativa o colateral y de dudoso resultado. La vuelta a prácticas de la posguerra española que parecían olvidadas y extinguidas: sólo recordadas como anécdotas por nuestros mayores, padres o abuelos. En el fondo tan sólo nos queda el recurso a reírse de uno mismo como medio para superar la tragedia cotidiana y el caos cósmico.
La misteriosa desaparición del «Gallo» de Zinc emblema, en su día, de la zapatería de la calle del Duque.
(“El Gallo”, fotografía restaurada del autor que data de 1985)
HISTORIAS CLÍNICAS
El Paciente Inglés
Ha ido, sin embargo, esa misma tarde, caminando por los pasillos de habitaciones numeradas y paredes blancas, protegidas por una banda de linóleo verde de los golpes de las camillas o las sillas de ruedas, atravesando puertas que se cierran automáticamente mediante un resorte que las hace volver a su sitio balanceándose un rato después de su paso, apartando a la gente que también va a visitar a sus familiares internados y al personal vestido con batas blancas o verdes y con el fonendoscopio colgado al cuello. Como todos los domingos por la mañana y algunas noches en que puede quedarse a cuidarlo, aunque hoy es martes y son las seis de la tarde y esta mañana, desde las once a las doce y media, ha estado con Victoria, una mujer que aun a pesar de su nombre había nacido como él, en una ciudad que había perdido todas las batallas y en la que, por tanto, como se llamará la historia que algún día Manuel escribirá, se titulará “Ya no quedan cuentos en Cartagena”.
Pero Victoria es hija de otra Victoria y nieta de la tía Margarita, y es pelirroja aunque tiene los ojos azules y un acento del exilio de su familia, latinoamericano, y el deje anglosajón de sus palabras, sin embargo suaves y en cierto modo muy persuasivas aunque a él, Manuel, no hace falta que le insistan demasiado en algo y casi cualquiera es capaz de embarcarlo en la aventura más descabellada pues no sabe decir que no y mucho menos cuando se lo piden por favor y casi se ha sentido importante por el hecho de que aquella mujer que había venido de tan lejos recordara su existencia y necesitara algo de él, que se siente tan poca cosa y se tiene en poca estima a diferencia de la belleza incuestionable de Victoria. Saber de la historia de su ciudad natal y que le hubiera elegido a él, en su insignificancia de escritor local, para contarle algunos episodios.
En esos días, y hoy de manera excepcional por ella, le lleva a su padre algunas revistas (y no sus cuentos porque ya no los hay sino tristes). Espera encontrarlo en uno de esos momentos en los que de verdad es él mismo, como ha sido siempre, un hombre fuerte y con la mente despierta y ávida de conocimientos: él mismo retrasó su jubilación lo máximo que pudo y aun después ha seguido con sus trabajos de investigación, yendo cada día a la nueva Universidad, echando de menos su o sus viejas escuelas, cuando los demás le miraban ya casi como si vieran un espectro, pero con el respeto de los estudiantes y muchos compañeros como si lo consideraran una leyenda viviente, siempre dispuesto a entablar alguna discusión metodológica sobre la física y la mecánica a veces abundando en la cuántica con la caída de Newton. Un hombre sencillo, algo desaliñado, que nunca había olvidado sus orígenes y el hecho de que se padre, el cuarto de los diecisiete hijos que tuvo el capitán de Carabineros Torcuato Legaz, llamado a la sazón también Torcuato, a su jubilación del Cuerpo que Franco disolvió e integró en la Guardia Civil, había sido a su prematura y represaliada jubilación, el bedel, en la arcaica y rancia expresión, de la escuela entonces sita en la Alameda de San Antón, cuando él, su padre, el de él -Manuel Legaz- estudió en ella al mismo tiempo que trabajaba en los astilleros militares de la ciudad y luego iniciara su magisterio en ella algunos años después de acabada la guerra y cuya docencia se extendió hasta casi cincuenta años. Cuánto trabajo le costaba a él, Manuel, que le contara ya estas historias, era como el paciente inglés que no quiere revelar un pasado trágico por temor a provocarle una tristeza que él, Manuel ya sabe o conoce, entre otras cosas por las cintas de casete que había grabadas con los poemas del abuelo Torcuato Legaz, el carabinero, guardia civil y bedel o conserje.
Pero aun a pesar de esa dificultad el hombre de la cama, su padre, al que hoy encuentra mejor, no puede resistirse a contarle historias de la guerra y la posguerra porque la huella que deja la pobreza y la impotencia de ver sufrir a los que se quiere, a sus hermanos y sobre todo a su padre que tuvo que empeñar el único recuerdo, la única herencia del suyo, el bisabuelo Torcuato Legaz, un reloj y su leontina de oro, para comprar a su mujer en el estraperlo la penicilina necesaria para curarle una pulmonía ni cuando a uno lo han amamantado en los refugios antiaéreos de la calle Gisbert, esa marca en el corazón no se borra nunca. Pero el que no ha vivido la guerra y la paz, la sombra y la luz, el amor y el desamor, ése no ha vivido. Ya no quedan cuentos en Cartagena.
Aniceto Valverde Conesa
HISTORIAS CLÍNICAS
AUTOBÚS LÍNEA 18
Yo soy un tipo con relativa buena suerte. Quizás porque soy moderadamente optimista. Desgraciadamente, he tenido que subir muchas veces en los últimos tiempos al Hospital de Santa Lucía. Sí a ese edificio que parece una terminal aeroportuaria; a mi modesto saber leal y entender, claro. Y ello me ha permitido no sólo conocer a tipo y/o enfermos muy curiosos como Juan el ex-marinero tejedor de redes de pescadores precisamente en Santa Lucía. Nadie iba a visitarlo al pobre y, quizás por ello, hizo buenas migas con nosotros e incluso velaba por el bienestar de su compañero de habitación. O los peculiares ingleses uno de cuyos familiares y ante el calor reinante en su departamento, tenía la costumbre de sacarse el sillón articulado al pasillo de la planta y ponerse tan pancho a leer hasta que una tarde lo vimos correr arrastrando el susodicho asiento quejándose de que estaba roto. Más bien lo había desarticulado él mismo y fue reprendido por el fabuloso personal del hospital.
La verdad es que éstos, los hospitales, son como las estaciones, los mercados y la vida misma. Hay gente para todo. Pero si escribo estas líneas lo hago porque hace años que no conduzco -quizás ni a mí mismo- y viajo tan a gusto en mi “vagón de tercera”, que diría Antonio Machado y que uno ha interpretado siempre (y practica) no por la calidad del vehículo, sino por el hecho de ir acompañado de esa gente sencilla que bien va ganarse unos cuartos para atender un familiar al que no puede o quiere; o sencillamente a quienes necesitan asistencia y no pueden pagar un taxi.
Lo conocí la tarde de la gran manifestación por la muerte del Mar Menor, o sea el 30 de octubre del pasado año, a la que tanto hubiera deseado acudir. El autobús era gratis. Bajábamos él y yo solos del aeropuerto. El conducía el autobús y yo era su único pasajero. No sé, ni aunque lo supiera revelaría jamás su nombre ni publicaría la foto de recuerdo que nos hicimos.
No sé cómo la conversación derivó de mi querido y malogrado Mar Menor a la crisis de valores, ya no sólo existencial, del mundo de hoy en día, incluyendo la adicción de la juventud a las apuestas, a la tecnología y al universo caótico en el que vivimos inmersos… Yo le transmití mi opinión y temor de esto se pareciera cada vez más a los años veinte y treinta del siglo pasado y que condujeron al ascenso del fascismo en toda Europa por miedo a la libertad. Porque la carencia de la valores u objetivos claros en la vida llevan al hombre a abdicar de su cualidad esencial. Fue por todo ello que le recomendé uno de los que han sido mis libros de cabecera en mi vida. Precisamente «El miedo a la libertad» del psico-sociólogo freudiano Erich Fromm. Un libro que, naturalmente, explicaba mucho mejor que yo el nacimiento y posterior auge del nazismo en la llamada Alemania de entreguerras. Lo presté y nunca me fue devuelto en dos ocasiones en mi vida. Pero me comprometí a llevarle al menos una reseña de la Wikipedia. Tuve que conformarme con entregársela a otro compañero tan amable como él para que se la entregara. Pero volví a dar otro viaje más con él, no importa si de subida al alba o bajada a la caída de la tarde, el caso es que me dijo que había comprado el libro y le había gustado mucho.
Si escribo estas líneas es en su homenaje y para que no se me olvide nunca que existen autobuseros ilustrados como en todas las profesiones por humildes que éstas sean. (Como a mi también me lo enseñó mi padre. Que su memoria viva en nosotros siempre)
Aniceto Valverde
Un vídeo relato original de Pedro M. Martínez Corada, director de la Revista cultural Almiar Margen Cero . que ha tenido la gentileza de cederlo para su publicación en El expreso de Mandarache. De una sutileza extraordinaria nos lleva del ajedrez al amor y por varios lugares sugerentes. Fue emitido en su programa radiofónico Radio Ariete. Sin duda hará vuestras delicias. Gracias, Pedro.
(Francisco Jarauta, filósofo, profesor emérito de la UMU). «Me gustaban mucho las chicas del Bronx…»
Continuará en Chicago…
EL MIRADOR
Dos zagales se llevan un pequeño susto a propósito de un desfile de Semana Santa.
Para Inocencio Víctor que me ha traído a la memoria estos hechos.
El Peñón de Gibraltar y mis compañeros.
Ésta es la historia de un jinete que galopaba sobre un caballo sabio.
Habíamos dejado al protagonista de este relato en la mili en el Ejército de Tierra en una ciudad cercana a la provincia de Jaén. En un permiso tiene una fructífera conversación con su abuelo que permitirá que toda la familia vuelva al Sur. Lo que sale de la tierra, a la tierra vuelve, dijo el anciano.
Relato por entregas que narra la situción de la Cartagena de los años 80 del siglo pasado
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En este relato se vienen describiendo las peripecias de un hombre y su familia desde el trabajo de aquél en las minas de Linares (posteriormente en la industria de los Land Rovert) hasta dar en la Cartagena de principios de los años 80 del siglo pasado. Quizás de mal en peor.
Una vez que los protagonistas de esta historia se encuentran ya en la ciudad de Cartagena, el padre de familia, por mediación de un amigo de su ciudad natal (Linares), entra a trabajar en «La Española del Zinc» adonde, cumplidos los dieciséis años, va a parar también su hijo con una funciones muy curiosas y bajo la dependencia de el Agustín, otro personaje curioso fruto de la deshumanización industrial.
Primera entrega de un relato que muestra la situación de Cartagena a principio de los años 80 del siglo pasado.
Vídeo-montaje sobre Cartagena cuando amanece con esa bruma, producto de la humedad de ciudad portuaria, que todo lo difumina.
El protagonista echa la vista atrás y le vienen los recuerdos del Mar Menor de su infancia.
Ginesillo Rojas, ilustre prócer de las letra locales, es detective e investigador literario. En su calidad de ambas cosas es el encargado de intentar averiguar el paradero o destino que haya podido sufrir el famoso «Gallo» de la zapatería del mismo nombre.
LOS OJOS DE LA PARCA
Cuando uno ha visto varias veces de cerca los ojos de la Parca. O La ha visto cerca de algún ser querido. Pero, especialmente, en el primero de los casos ha sentido su mirada penetrante y olido su aliento no tiene miedo, sino al mismo miedo, pues todo es contingente y provisional y sabemos que estamos de paso. Y somos conscientes de que se impone un vivir día a día. Lo que no hagas hoy quizás no esperes hacerlo mañana. Carpe diem, se dice; pero tampoco hay nada más cierto que hay que vivir lo más alejado de la toxicidad que se pueda, puesto que el abuso por tu parte debe evitarse a toda costa. Además, aléjate del pesimista que sólo busca amargarte el día, y usa tu nuca como basurero psíquico para depositar en ella su frustración. Pon tierra de por medio de esa gente hasta que veas arder las palmeras de Jericó y no mires nunca atrás.
El miedo a la Parca no lo es, sino al daño que pueda hacerte su afilada guadaña. De ello que morir con dignidad sea un derecho inalienable.
Estos días se celebran en Cartagena las Fiestas de Cartagineses y Romanos. No quiero aguarle el tema a nadie con mis sentimientos. Todo lo contrario. Estoy haciendo una exaltación a la vida a la vida sana. Pero no es menos cierto que muchas vidas se perdieron en la II Guerra Púnica… Y que acabamos de asistir a una catástrofe que ha puesto en riesgo la existencia de muchas personas, y se ha cobrado, como tributo, alguna. Su nombre, sincopado (abreviado) de mujer DANA cual si hubiera sido la diosa DIANA que hubiera puesto en nosotros el objetivo de su dardo. Cuánto dolor.
Existe un bellísimo cuento probablemente perteneciente a “Las mil y una noches”. Se titula “El jardinero del Príncipe”. Dice algo así:
«Estaba un mañana el jardinero del Príncipe cuidando el jardín de sus rosas. De repente se le apareció la Muerte.
» Asustado el jardinero, corrió a ver al Príncipe. Le dijo, Majestad, me he encontrado con la Parca y me ha mirado mal. Necesito huir a Isphajam.
» El bondadoso Príncipe le prestó su más brioso corcel. Y el jardinero partió de inmediato a toda velocidad.
» Por la tarde paseaba el Príncipe por su bello jardín de rosas cuando se volvió a aparecer la Parca. Le dijo: “Muerte ¿por qué miraste mal a mi jardinero?”. Y Ésta le contestó: “No lo miré mal, sino con asombro, pues tengo con él hoy una cita en Isphajam”».
Vive, vive al día sanamente y quizás prolongues o no su visita. Pero sobre todo su mortífera guadaña acabará con tu feliz existencia de esa misma forma. Con el menor daño posible.
Aniceto Valverde Conesa
MÁS CERCA DE TI
El tercer deseo
Es muy probable que leyera hace ya mucho tiempo esta historia y casi con total seguridad fuera en «Las mil y una noches». En cualquier caso, no quiero engañar a nadie, ni tengo el talento de Sherezade y el argumento apunta a esa obra y a esa mujer como narradora al menos de este cuento que me parece muy navideño y candoroso: tanto como para despedir estas fiestas en las que hemos estado tan lejos, pero tan cerca y tanta ilusión hemos depositado en este Año Nuevo en el que ya vivimos.
Había una vez un rapazuelo por la antigua Bagdad que vivía solo en uno de sus barrios extramuros pues era huérfano de padres, pero no de amores ni de probada inteligencia. Ya os lo podéis imaginar como en las películas saltando por encima de los toldos de los comercios con una rama de manzanas que hubiera pillado de rondón en alguno de ellos… Y más que nada por juego, pues era honrado y si no le llegaba el peculio digamos que tenía crédito entre sus vecinos comerciantes.
Éste era un buen chico, de noble corazón y, como he dicho, no andaba huérfano de amor. Y no de cualquiera, sino del de la mismísima Princesa, hija del Sultán del Reino. El amor era correspondido por ella. Y en las noches calorosas de verano hablaban por una ventana secreta que había a la vera del río donde el muchacho se escondía y se deshacía en todo tipo de requiebros para con ella. Apenas se veían físicamente; las palabras solas eran el vehículo del amor, de un amor no por imposible, menos deseado por ambos jóvenes.
Una mañana, al despertar, en ese instante en que no se sabe bien si las cosas que se ven son sueño o realidad, se le apareció al rapaz un Genio, cosa de lo más normal en estos casos, aunque no siempre son buenos. De la misma forma habitual le ofreció tres deseos. El primero era llenarle de oro la habitación en que estaban, que no era pequeña. Hacerlo Sultán del Reino directamente como segunda opción. Y, por último, caerle bien a los ancianos.
Quizás la elección del muchacho pueda parecer sorprendente, pero escogió el último de los posibles deseos que el buen Genio, que no se extrañó, le había ofrecido. Si bien como estaba ya puesto, el Genio digo, le convirtió en mágica la alfombra sobre la que hacía escasos momentos yacía.
Cogió camino del Palacio del Sultán con el vehículo, sobrevolando todo Bagdad hasta que alcanzó su puerta. Con su entrenada agilidad, logró pasar la primera guardia del suntuoso edificio. Se deshizo después de la alfombra para correr entre los jardines del Sultán donde le apresaron y llevaron a su presencia.
– Majestad mirad el intruso que hemos interceptado en vuestros jardines ¿Le cortamos las manos o directamente la cabeza?
La Princesa, que estaba sentada en un escalón más abajo que el Sultán, no daba crédito y estaba en un ay.
Pero tal y como le había concedido el buen Genio, el Sultán -que era un venerable anciano- quedó prendido del muchacho, cuya presencia y conversación le animaban extraordinariamente.
No es oro todo lo que reluce, ni basta el poder por el poder. Queriendo y siendo querido por nuestros mayores, se consigue lo imposible pues está más a la mano de ellos que de nosotros ya que han vivido más. Este humilde muchacho le cayó tan bien al Sultán que él mismo le propuso que se casara con su hija, lo que le haría rico sin haber tenido la ambición de serlo como tampoco la de convertirse en el sucesor del viejo Sultán, pero lo fue y fue un buen gobernante para su pueblo, estoy seguro, puesto que su mandato venía del amor y no de ninguna otra ambición.
Aniceto Valverde
Le había perdido la pista a mi amigo Luichi, Luichi Santos. Me habían informado, eso sí, de que andaba por todo el mundo -como él había deseado toda su vida- capitaneando diversas clases de buques. Ahora lo hacía con el llamado Slowman Runner , atracado en el muelle de contenedores de Santa Lucía, aquí en Cartagena. Buscaba a una mujer que, tal vez, se encontrara aquí. Quién sabe lo que nos depara la vida.
El caso es que me lo encontré, de pura casualidad, en el Bar Sol. Luego siguieron otras entrevistas en las que Luichi (que ahora se hacía llamar Josef Marlow, según su pasaporte chipriota) me fue relatando algunas de sus aventuras, especialmente las relativas a la mujer que iba buscando.
Un hombre, antiguo militante comunista y exilado en Inglaterra, ha abandonado sus ideas políticas y vive en la capital londinense bajo la apariencia de un modesto anticuario. Un día recibe la visita de un cliente que conoce su pasado y le hace el encargo de conseguirle una pieza arqueológica, la que sea del siglo I de nuestra Era, de las muchas y valiosas que pueblan el subsuelo de su ciudad natal. El aparente anticuario acepta y, pasados muchos años, vuelve al país y a la ciudad que viven momentos convulsos, en plena Transición política. Ese ambiente convulso se va a trasladar a su esfera personal, a su ámbito más íntimo, al reencontrase con una mujer del pasado.
Yo no soy ni fui marinero, sino soldado del Tierra. Por ti lo hubiera sido o me convertiría de inmediato en un hombre de la mar sin que me hubiera marchado cuando el jardín hubiera estado en flor ni me iría ahora (en este tiempo en el que escribo) por esos mares de Dios: contigo ya hubiera estado (si me hubiera decido en su momento, hace tanto tiempo) o estaría como entonces lo sentí, tocando el cielo con la punta de los dedos.
Nunca fui marinero, sino soldado de Tierra, de la fiel Infantería. Y, sin embargo, contigo deseé y deseo hacer la travesía de la vida. Déjame acompañarte. Arbolaríamos nuestro navío frente al viento y desplegaríamos el velamen a su favor, aprovecharíamos su impulso y partiríamos sin rumbo a quién sabe dónde; quizás hacia un destino que hubiera compartido contigo y que la vida parece presentarme de nuevo. Tiene una importancia igual a cero a que alguien distinto de nosotros (de quienes éramos y de quienes ahora somos) quiera saberlo. Qué hubiera importado o importaría a donde llegáramos si tú vinieras conmigo en esa travesía. Es más, incluso embarcaría contigo, tras ese periplo de la vida, la navegación o ‘derrota’ y el amor por esa sonrisa que ilumina tu rostro, en esa nave que nunca ha de tornar a este mar.
La crisis económica y una posible solución personal o de un grupo de personas no necesariamente ilegal, pero alternativa o colateral y de dudoso resultado. La vuelta a prácticas de la posguerra española que parecían olvidadas y extinguidas: sólo recordadas como anécdotas por nuestros mayores, padres o abuelos. En el fondo, tan sólo nos queda el recurso a reírse de uno mismo como medio para superar la tragedia cotidiana y el caos cósmico.
Se quiere mucho a los animales hasta el punto de arriesgar la propia vida por ellos, sobre todo a los llamados de compañía. Pero he de decir que este relato acaba mal, incluso para el dueño…
Hay que ver la gente que se ha tenido que marchar o hemos echado por el Puerto de Cartagena.
Soñé que estaba enamorado. Saliste tú de entre la bruma y viniste a mí. Entonces supe que mi sueño era realidad.
Hasta el momento conocemos o damos nombre a tres épocas de la vida de las personas. Pero ¿quién sabe qué va a ocurrir en un fututo inmediato en el que ya se ha prolongado la longevidad y la calidad de vida de nuestros mayores? De las causas, consecuencias y posibles remedios trata este relato publicado en La Opinión en el verano de 2009
Los que dormimos sin sueños, vivimos soñando mundos. Mientras haya una pareja amándose, habrá esperanza.
A veces o en algunas cosas una o dos generaciones se encuentran a «años luz» unas de otras.
La neblina que conforma la humedad distorsiona los contornos de los edificios y los hace parecer fantasmagóricos.
El amor y la pasión pueden aparecer en cualquier momento y lugar.
Éste es el autobús que, en Cartagena, lleva al Hospital Universitario de Santa Lucía. El protagonista lo tiene coger habitualmente. Pero en él no sólo viaja con gente normal, sino que un día se lleva una agradable sorpresa con una persona.