MODELOS DE MUJER: LA AMANTE ‘VERDE’ (1)
Recuerda que era un día en el que la primavera ya asomaba sus verdores, aun cuando en la ciudad fuera cada vez más escasa la vegetación. Lo sabe porque el sol ya entraba por el gran ventanal de la cafetería “Amazonía” y era la misma hora a la que acudía junto a sus compañeros, como casi todos los del año, a hacer la parada del trabajo en la oficina para el desayuno (o un croissant si era por la tarde). Y aquélla era la cafetería de la zona donde más crujientes ponían las tostadas y mejor el aceite de su aliño; sin olvidar el hecho de que, con la misma certidumbre, acudían diariamente las muchachas empleadas de la Biblioteca municipal. En sus vestidos, libres por un rato de la aséptica bata blanca, se palpaba igual e imaginariamente esa incipiente primavera, más espléndida si cabe tras un invierno duro en sus rigores que a él le había hecho caer en cama en varias ocasiones y forzado, las más, a ir al trabajo al borde de la sobredosis de antigripales. Su salud ya no era la que había sido.
Él fue el primero en darse cuenta, aquel día, de la presencia de una mujer joven -no llegaría a la cuarentena- tiernamente amartelada a un hombre de más de setenta años; al menos en apariencia, pero quizás fuera algo más joven sólo que muy castigado por la vida. La mujer lo besaba casi a cada instante en la mejilla, tenía la cabeza apoyada en el hombro, casi en el pecho, del hombre. Era pecosa, de ojos vivos y marrones a cuyo alrededor había despachado intensamente la brocha de la sombra de ojos de color azul intenso. No le quedaba mal ni desentonaba. Por el contrario, esa sombra de color índigo hacía que le resaltaran más las pupilas marrones y la mirada tierna y al mismo tiempo despierta, risueña y picarona. La nariz y la boca –pintada de intenso carmín- pequeñas, apenas dibujadas en una cara redondilla bordeada de un cabello negro teñido y cortado a lo ‘garçon’. Vestía un traje azul, a juego con la sombra de ojos, moteado de manchas blancas. Las medias de color crema acababan en unos pequeñitos zapatos de los que llaman de salón. No podía olvidarlo. El hombre llevaba un traje de chaqueta antiguo; un suéter de pico dejaba ver la maltrecha corbata gris. En la mano sostenía un rústico bastón y cubría su cabeza con una gorra desgastada como de chulo madrileño o torero venido a menos en la vejez.
Unos días después, en la misma pausa de la mañana, fue Rafa, el contable de la empresa, el que comentó a los demás: “¿Habéis visto a esa pareja?”
—Como no sea que le haga alguna carantoña de vez en cuando no se qué va a hacer con él. A ése ya no le funciona ni la ‘Viagra’ —dijo otro de los de la oficina.
Todos los compañeros, menos él, rieron a coro la ocurrencia de Miguel Ángel: “Pero qué burro eres, hombre”, agregaron algunos sin dejar de reírse.
—No parece putilla —insistía el contable—. Debe ser que le gustan los ‘verdes’. Pero al revés…
(Continuará mañana)
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