ELALIJO 4
4.- El soldado Bustamante, las cadenas alrededor del Peñón y el hueco de mar por donde aquel día no había y se podía pasar en barco., sin traba alguna.
4.- El soldado Bustamante.
Los vecinos de Santa Bibiana del Mar tenían un plan para intentar que la crisis económica les fuera más llevadera. Y, entre otras muchas cosas, el antiguo pescador, metido a promotor-constructor, llamado Emilio Granados pudiera terminar la obra de unas nuevas viviendas más cómodas y modernas para sus antiguos compañeros de la mar. Los cabecillas eran el propio expescador, el dueño de “La Taberna del Capitán” (Edgar-Edison Santacrus del Sur que lo había sido de la Marina Mercante de Colombia, Egipto y bajo otros muchos pabellones de ‘conveniencia’ y/o paraísos fiscales), el empresario con negocio en Algeciras Adolfo Marín era el que más iba a sacar del ‘negocio’: pagaría algunos gastos y se quedaría con la mejor parte del botín: toda la quincalla, que en el argot de los contrabandistas no sólo significa chatarra o cosa de escaso valor. El dueño de la arruinada tienda de ultramarinos del pueblo (también antiguo estanco de tabacos donde en los tiempos del estraperlo y contrabando se vendía bajo cuerda el alijado). Incluso la propia Guardia Civil del cuartelillo de Santa Bibiana del Mar estaba algo al tanto de la operación y hacían un poco la vista ‘gorda’. Pero, eso sí: ya sabían que el “Santa Teresa” había zarpado de noche dando comienzo al operativo o a su primera fase.
Por otra parte, Adolfo Marín, un empresario nacido en Santa Bibiana del Mar, dueño de una empresa de suministros de cadenas en exclusiva al Ejército español para deslindar las aguas alrededor del Peñón de Gibraltar se había hecho muy amigo del soldado Bustamante: quería que le diera información (pues éste servía en Inteligencia del Gobierno militar espiando a los ‘llanitos’) y que además influyese o ‘presionase’ a un compañero de Intendencia para que agilizara la tramitación de algunas otras concesiones en las que el empresario tenía mucho interés. Adolfo Marín fue quien primero lo llevó al pueblo de Santa Bibiana del Mar y a su propio y lujoso chalet. Al soldado Sergio Bustamante le gustó tanto que volvió –ya por su cuenta-, y no sólo por la extraordinaria belleza del pueblo, sino también animado por otras posibilidades.
El simple soldado Sergio se había enamorado de Charo Montserrat, la hija de un teniente coronel. y a ella le iba su rollo. Su relación no estaba bien vista en Algeciras, capital comarcal de la zona y del Ejército: era necesario aun en estos tiempos mantener su amor en secreto. ¿Dónde mejor que en Santa Bibiana del Mar y en su bar-comedor-pensión eventual “La Taberna del Capitán”: todo era paz y absoluta confidencialidad: un buen nidito de amor y encima baratito para el soldado? Ella decía que se iba a casa de una amiga que le mantenía la coartada y por eso los padres le daban muy poqiuico dinero.
Mientras cenaba la parejita de enamorados, los tortolitos Charo y Sergio, Penélope se quejaba: “Mi marido otra vez de aventuras”. “¿A su edad?”, replicó el soldado. “No, mi niño, que se embarca otra vez”. Y ya que había empezado no pudo parar y les contó a los dos amantes el resto de la historia: tantas aventuras de su marido había tenido que escuchar la buena de Penélope, incluso en el breve tiempo que hacía de su reencuentro y convivencia, que casi se las sabía todas de memoria, o eso creía, dado que el capitán Edgar-Edisón, oriundo de la Colombia de Álvaro Mutis y del Gabo, siempre estaba recordando su pasado glorioso en la mar, con ella y con los amigos y clientes de “La Taberna del Capitán” de Santa. Bibiana del Mar; negocio que en esos momentos les daba de comer. “¿Para qué tiene que complicarse la vida otra vez?”, agregó Penélope. “Jodíos hombres”.
Toño “el Pulpo” se tomaba el primer ‘golpe’, al que seguiría otros más que le llevarían a meter de nuevo la mano donde no debía. Esto, sin duda le llevaría a dormir esa noche de nuevo al cobijo de la Guardia Civil: seguro que le darían mucho café. Desde el calabozo escuchó una conversación por radio que tuvieron los del Mar con la base en el cuartelillo. El “Santa Teresa” había zarpado. Los ‘conjurados’ (plenamente confiados en que con una o dos operaciones sacarían el dinero necesario, y mucho más Adolfo Marín), iban todos a bordo y patroneaba el viejo capitán de la Marina Mercante de Colombia, Egipto y otros muchos pabellones: el famosísimo Edgar-Edinsón Santracrus. Mientras, Sergio Bustamante y su novia Charo Montserrat hacían plácidamente el amor en la pensión y casa de comidas “La Taberna del Capitán” de aquel bonito pueblo que se llamaba Santa Bibiana del Mar.
Aniceto Valverde
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