LAS AVENTURAS DE ‘EL GALGO’ Y ‘EL GATO’ (12)
EL ‘EMPAREJAMIENTO’
Habíamos quedado ‘el Galgo’ y yo, Félix, en la plaza de España antes de ir al Instituto a ver a nuestras recientes amigas Luisa y Begoña que estaban allí matriculadas en el régimen ‘Nocturno’. Andaba yo algo confuso sobre la bondad de la idea de hacer esa visita en cuanto a mí interesaba. ‘El Galgo’ pasaba ‘mazo’ -aparentemente- del tema. Era mayor y mucho más duro que yo; si, tanto -como se dice- de Isidoro Máiquez, de su estatua… Encima se acercó un conocido suyo -no del genial actor- sino de ‘el Galgo’ que se empeñó en que nos fumáramos un ‘porro’ con él. Yo no quería ‘distracciones’. Encima iba a ser mi primera vez -si yo casi no fumaba ni tabaco- y además tenía miedo por si acertara a pasar por allí la Policía.
Pero el tipo no se cortó un pelo y detrás de unos arrayanes que había se lio un canuto, lo encendió y se demoró lo suyo dándoles tantas caladas y tan seguidas que provocó que el Galgo le espetase: “Pero ¿no nos lo íbamos a fumar entre todos. Anda y pásalo ya, acho”. Y se daba la circunstancia de que el que estaba en medio del colega y mi amigo era yo, y a mí vino a parar aquello que desprendía un olor dulzón y ya de por sí mareante. Lo cogí entre mis dedos y temblorosamente me lo puse en los labios y aspiré su humo pero de forma tan liviana que el tipejo dijo: “Pero, tírale que esto no es un cigarro”. Así lo hice un par de veces y empecé a toser como un descosío de tal manera que, el Galgo –temiéndose quedar sin su parte– me arrebató lo que quedaba de canuto -que no era mucho- y lo mató de tres caladas.
Debo reconocer que después de la tos y de un mareo inicial, empecé a sentirme bien, relajado y que me reía de cualquier cosa. El Galgo le dijo a su amigo o conocido: “Es bueno este chocolate. Otro día te pillamos cien duros, eh, coleguita.” No parecía haberle afectado mucho el hachís, empero o aparentemente. Mientras tanto yo hacía chanza sobre la hostia que se había metido el fin de semana en la plaza de los Héroes de Cavite y a su posible noviazgo con la Luisa. Esto último fue lo que me devolvió la lucidez y el conocimiento del porqué estábamos allí. Y ya casi era la hora en la que habíamos quedado con ella y, a su través, con mi Begoña en el patio del Instituto nocturno en el recreo de las clases.
—Pues lo siento Félix el Gato. Pero Begoña no ha venido a clase hoy, su padre estaba peor y decidió quedarse con él… A todo esto dijo, refiriéndose a el Galgo, “¿No te lo había dicho yo esta mañana cuando me llamaste por teléfono y tomamos un café luego en el «Andaluz»?… Tú no; pero fijarte en que había unos mini-recreativos llamados «Galaxia» con máquinas de Petaco, billar y ping-pon y una gramola para poner la música que os gusta, eso sí, al ladito mismo de la puerta de mi casa y a doscientos metros de la de Begoña. Anda cabeza de chorlito. Cómo sois los tíos, lo queréis todo.
Y el Galgo callado como una puta. La tenía hecha por todos lados.
A ver —siguió Luisa—, yo ya he terminado las clases por hoy. ¿Y si la llamo por si podemos tomarnos una birrita en el «Andaluz» y le quitamos la penita a este hombre [se refería a mí]?
Y, sin esperar respuesta, salió a la puerta del Instituto y se metió en la cabina que había allí, y nosotros detrás de ella. Yo a tope de nervioso. De momento, aquella tarde no me cuadraba nada de lo previsto y yo nunca he sido de improvisar: soy tremendamente tímido.
—Pues sí, que si vamos para allá puede escaparse media horita a ver cómo está el Galgo del chichón.
Anduvimos dos manzanas ya en la zona de la ciudad que llaman «el Ensanche» y enseguida tuvimos a la vista primero los billares «Galaxia» (algo cutres -quizás- pero en los cuales en aquel momento no sabíamos las horas que íbamos a pasar en ellos) y a unos escasos metros el café-bar «Andaluz» donde estaba ya Begoña, aunque acabara de llegar pues no le había dado lugar a pedir ninguna consumición.
Nos saludó a todos con los dos besos en las mejillas de rigor empezando por Luisa, siguiendo por el Galgo (al que dijo que lo veía mejor) y terminando conmigo aunque yo me hice un lío con la mejilla que besar primero, si la derecha, si la izquierda. Y me dijo casi en un susurro: “Me comentan que eres casi un melómano, que te encanta la música.”
—Pues sí, mucho —balbuceé yo.
—A mí también. Ya intercambiaremos discos.
Y yo me temí que fueran canciones melosas de crías. Pero no sabía cuán equivocado estaba.
—Se dice musicómalo —dijo el Galgo, la cerveza vino a volver a subirle los efectos del porro… Y era más que evidente que se le había ido la lengua con la Luisa y le había contado demasiadas cosas de mí, que evidentemente aquélla le había trasladado a Begoña para echar una mano o metiéndose a «casamenteros» sin que nadie se lo hubiera pedido y seguramente ni falta que hacía.
De este modo entramos ya en la dinámica, en la rutina de incluir aquellos lares en nuestro deambular por la ciudad, por la Cartagena de «el Ensanche» donde las construcciones eran más modernas y bonitas -algunas del llamado estilo Modernista-, habiendo muchas casitas de dos plantas, aunque fueron desapareciendo, como las que albergaban los consulados marítimos, en favor de altos edificios como aquellos en los que vivían Luisa y Begoña.
(Continuará)
Aniceto Valverde Conesa
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