EL ALIJO 3
3.- La partida de dominó inspiró el plan
Habíamos dejado al vecino de Santa Bibiana y antiguo pescador, Emilio Granados, desconsolado. No le quedaba dinero para terminar la promoción de veinticuatro vivienas sociales, tanto para jóvenes como mayores, como para darles trabajo a aquéllos al menos durante la ejecución de la obra, La pesca, actividad habitual en Santa Bibiana del Mar, caía cada vez más en picado. Aparece un nuevo personaje: Adolfo Marín.
3.- La partida de dominó inspiró el plan.
Unos días después de su viaje a Marbella y del bluf –y desengaño y frustración- del crédito del ‘chin kin fu’, en “La Taberna del Capitán”, Emilio Granados –ex pescador y advenedizo del negocio de la construcción- jugaba al dominó con la médico: ponía una nota de color femenino en un juego ‘normalmente’ de hombres y de lo más natural en estos tiempos. Además, la facultativa fumaba como una ‘descosía’ y no tenía mucho trabajo: en Santa Bibiana, incluso los mayores, estaban súper sanos y su marido, el farmacéutico, se hinchaba de vender ‘viagras’ y preservativos y pastillas para la tos del tabaco. El dueño de la tienda de ultramarinos (que tampoco tenía trabajo por falta de clientela) y el propio ex capitán de la marina mercante dueño de “La Taberna del Capitán”. Aparte, en el local no había nadie más que Penélope, la mujer de serena belleza con la que Edgar-Edisón Santacrus del Sur reencontró el amor cuando vino a recalar en Santa Bibiana después del mundo entero de aventuras en la mar. Penélope además había sido la primera dueña del bar y de la pensión que había sobre éste. Gozaban de un amor tan tardío como tierno. Los jugadores hablaban de los problemas financieros y, especialmente, del dinero necesario para terminar la obra de Emilio, cuando entró un personaje al que todos saludaron. Era Adolfo Marín, natural de Santa Bibiana del Mar, excontrabandista que ahora regentaba un floreciente negocio en Algeciras: su empresa vendía al Ejército, en exclusiva, las cadenas que los españoles colocaban alrededor del Peñón y que todas las noches los buzos británicos cortaban por la añeja disputa sobre si el Tratado de Utrecht -de 13 de julio de 1713- concedía a Su Graciosa Majestad algo de mar territorial a la colonia. Un almirante gobernador militar de la Roca dijo una vez: “El mar territorial llega hasta donde alcanzan mis cañones”, un hijo de la Gran Bretaña destinado en una triste colonia tenía que ser.
Adolfo pidió un vino ‘fino’. Penélope le dio un beso y le puso además un par de croquetas y unas aceitunas de aperitivo. Era un vecino ilustre de Santa Bibiana, sin estudios, pero bien ‘espabilao’ y con mucho dinero. Con una parte se había comprado una casa enorme y preciosa con vistas al mar donde iba a descansar y a donde llevó por primera vez al soldado Sergio Bustamante. Adolfo Marín se unió al ‘negocio’. No había jugado la partida, pero dominó: él sabía por dónde se podía entrar en aguas del Peñón. Se hizo el accionista mayoritario: él correría con muchos gastos y se llevaría la mayor parte de la mercancía (especialmente la quincalla, que en el argot de los contrabandistas no sólo significa chatarra o cosa de escaso valor) para distribuirla en el mercado nacional e internacional: la menor parte de las ganancias irían para el pueblo y para la obra de Emilio. Toda la gente de Santa Bibiana sabía que algo tramaban, y más estando Adolfo de por medio, incluyendo a la propia Guardia Civil, pero no salió fuera ni una sola palabra: igual que el soldado de la fiel infantería que supo guardar el secreto aunque hubiera tenido que ponerlo en conocimiento de sus superiores. Los conjurados fletarían de nuevo el viejo pesquero “Santa Teresa”, de la 3ª Lista o categoría, matrícula ALG-CT-MCH[1] y con un tonelaje de neto de 20 GT, equivalente a las toneladas de volumen de bodega (o toneladas Moorson) más que suficientes para el gran alijo.
Aniceto Valverde Conesa
[1] N. del A: La matrícula significa: Algeciras, Cartagena , Mandarache; un nuevo Distrito marinero que acabamos de crear
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