LAS AVENTURAS DE ‘EL GALGO’ Y ‘EL GATO’ (6)

EL AZULEJO DE CERVANTES, UN PULSO, PERO ¿DÓNDE SE METIÓ ‘EL ZIPPO’?

La taberna estaba muy cerca del Puerto, en la calle que sube a la Muralla, al lado del “Azulejo de Cervantes”. Tenía las paredes revestidas como de medios troncos de madera y se hallaba distribuida en dos plantas: en la de abajo la barra y arriba todo lleno de mesas y banquetas de madera. El ambiente estaba siempre enrarecido, denso del humo del tabaco. Bullía el jolgorio de marineros españoles y norteamericanos, de los recién llegados a la ciudad, éstos vestidos de paisano. Y no recuerdo si Félix, ‘el Gato’ como le decían, me contó, muchos años después, que también los había franceses e italianos. No me extrañaría dada la trifulca que se armó… De vez en cuando sonaba la voz desgarrada de Bonnie Tayler cantando aquello de «It´s a heartache» («Un corazón roto o herido») o alguna otra canción tabernaria que alguien ponía en la gramola del local.

 

—Sí, insisto Flora, yo sólo os cuento lo que Félix me contó a mí. Y estaba claro que se movían en un mundo enteramente de protagonistas masculinos. Las mujeres no hacían la ‘mili’, ni participaban en estas aventuras ni juegos ‘de fuerza’. Huy la que lo hiciera… Qué mal visto estaba.

—Una jarra de vino de pasas.

—No, yo quiero un tercio para empezar –dijo ‘el Galgo’.

La mesa, como todas las demás, estaba pringosa del vino dulzón. Siempre estaban así en aquel lugar. Los codos se quedaban pegados a ellas. Él, ‘el Gato’, se puso vacilón. Y ‘el Galgo’ como si nada, que venga, que si quieres echamos un pulso. Siempre estaban igual, los dos picados cuando no era con otra cosa u otro alguien.

—Estoy harto –dijo Félix, ‘el Gato’. Los ojos, esos rasgados ciertamente como de felino, parecía que se le iban a salir de las cuencas. Y la cara a fuego vivo de enrojecida por el esfuerzo. Y ‘el Galgo’ como si nada y ‘El Gato’ cada vez más cabreado:

 

—Tengo que llevarte, tengo que llevarte —‘el Galgo’ se dejaba un poco ir, para que el otro se animara y no dejara de tirar. Pero todo era juego: era mucho más fuerte que el otro, ¡si se pasaba el día cargando sacos de patatas del almacén!

—Venga, hombre, que hoy lo vas a conseguir —decía riéndose hasta que se aburría y como si no le costase ningún esfuerzo llevaba su brazo hasta que el dorso de la mano del otro tocaba la mesa pringosa del vino.

Este espectáculo congregó cierta audiencia entre los parroquianos que se encontraban en el momento en el local. El americano se acercó el primero queriendo entablar conversación. ‘El Galgo’ le preguntó que si tenía tabaco hablándole muy fuerte. Y el otro que no entendió nada hasta que él hizo un gesto con los dedos índice y corazón pegados a la boca, como si diera una calada a un cigarro. El americano dijo: “Ah, OK”. Y le alargó un Winston. A ‘el Galgo’ le gustó el Zippo con el que el tipo le dio fuego acto seguido. Le hizo gestos para que se sentara y le dejara ver el mechero, y luego frotándose los dedos índice y pulgar de la mano derecha le indicó que cuánto quería por él. El americano dijo:

—Oh, no, no, no –mientras reforzaba la negativa con la cabeza.

Desde un extremo del garito voló el culo de un vaso de vino. Alguien, creo que fueron los franchutes, dijo: “Nosotros también queremos algo de diversión”. El poso del vino fue a caerles a unos marineros del Centro de Instrucción de Marinería (actualmente parte de las instalaciones de la Universidad de la Ciudad) que estaban entre ellos y los americanos y se habían mantenido al margen hasta el momento. No les hizo ninguna gracia que se les manchara el traje de ‘bonito’ (era el uniforme que se vestía fuera de los acuartelamientos para pasear por la ciudad que correspondiera). Contestaron lanzado lapos y más restos de vino en la dirección desde la que había venido el ataque. Ellos, nuestros protagonistas estaban en el medio de una batalla cada vez más virulenta en la que ya no volaban los contenidos, sino los propios vasos. ‘El Galgo’ aprovechó la confusión para coger el Zippo que había quedado sobre la mesa encima del paquete de Winston. Otro de los americanos quiso abalanzarse sobre él pero ‘el Gato’ le metió el banco en el que estaba sentado entre las piernas. Trastabilló y se cayó por las escaleras con gran estrépito. Las banquetas y los vasos seguían volando por encima de sus cabezas. El piso estaba pringoso y a la vez resbaladizo de la porquería y las bebidas que se habían arrojado. Aquello parecía la escena de las novatadas de la primera noche que pasó ‘El Buscón’ en la famosa Academia o Escuela del ‘Dómine Cabra’.  Por fin, empapados de olor a borracho, pudieron salir de allí dejándolos enzarzados en la pelea. ‘El Galgo’ volteaba en el aire, orgulloso, un zippo americano de siete palos. O sea, según vimos, el de mejor calidad; así que el americano le tenía tanto apego. Y vete tu a saber si era un mando y ellos se metían en un follón aún más gordo. Ja, ja, ja, ‘el Galgo’ y ‘el Gato’ causando un conflicto internacional previo al ingreso de España en la OTAN.

Pero los americanos no tardaron en darse cuenta de la maniobra y salieron en espantada detrás de nuestros paisanos. “A por ése, a por ése”, aullaba el moreno refiriéndose a ‘El Galgo’, quien no tenía más remedio que correr hacia la mar, hacia el cantil del muelle donde se encontraban atracados, de popa, los buques españoles.

Aniceto Valverde Conesa

 

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