LA ARMADURA

No era infrecuente que le enviaran mensajes como aquel desde allá los tiempos modernos con el encargo de actuaciones que, en realidad, podían considerarse ‘de toda la vida’. Eso, al menos en cuanto al fondo de la controversia en la que querían que interviniera; no así en la forma de llevar a cabo ‘las misiones’, pues el modus operandi había cambiado mucho de apariencia que no de presión (e incluso amenaza) al pobre que se viera en la lamentable situación de no poder responder a sus obligaciones. Lo que no sabemos es si al caballero le sacaban del Medievo, ya finalizadas las Cruzadas, o si, viviendo en la edad Contemporánea, alguna perturbación le aquejara de tal forma que caballero andante se creyera.

Aquel ruido le advirtió de la llegada a la planta baja de la máquina. Allí estaba, toda encendida ella, dispuesta a transportarle a lo más alto de sus deseos, lo que venía a ser el séptimo piso.

Jamás había visto en su medieval existir algo parecido a aquello. ‘Semejábase’ a una jaula o caja no muy amplia, con varios botones y un corto pasamanos, así como un espejo en el que se sorprendió verse: no estaba acostumbrado a ello e, incluso, sitió miedo por unos instantes. Tal y como al paladín le había indicado su señor en este caso, presionó como pudo el último por arriba de aquellos botones y se sintió repentinamente elevado por los aires en aquella caja que ahora le parecía además sumamente frágil. Un frenazo igual de inopinado le sacó de su tremendo asombro aun cuando le excitó aún más. Cuando el estómago volvió de nuevo a su sitio se sintió con fuerzas y empujó la puerta que había, deseando hallarse de una vez fuera de aquel artilugio satánico.

Todo le parecía de una extrañeza singular, aun así tenía la impresión de haberlo hecho muy a menudo en alguna otra vida. Dejó escapar la puerta y observó a su alrededor sintiendo un estremecimiento o convulsión. Alguien o algo se había llevado la máquina que le había llevado hasta allí. Y si le habían dicho la manera de llegar no así cómo volver. Qué haría ahora nuestro pobre caballero sacado del Medievo, en aquel lugar extraño, perdido en el séptimo, y más cuando había pretendido sin éxito cumplir su misión por ausencia del moroso…

Habrían pasado algunas horas y no daba con la forma de salir de allí. Creo recordar que era verano, para más inri. El calor era cada vez más agobiante. Debía estar sudando a mares vestido de tan extraña manera. Llevaba botas de montar, cota de malla, guantes, el yelmo…todo en un conjunto nada apropiado para el estío y la práctica vida moderna. Me acerqué a él y mi mirada le interrogó curiosa como se mira a un bicho jamás visto antes. Aun cuando yo ya sabía quién era puesto que mi padre me había dicho que me adelantara a la casa por si había venido el cobrador de la armadura y darle el esquinazo.

 

Aniceto Valverde

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