¿POR QUÉ LAS MECEDORAS TIENEN BRAZOS? (2)
Mi abuela siempre me cuenta historias de bandidos que al principio son muy malos y crueles pero que luego se convierten en buenos y acaban casándose con esa muchacha del pueblo a la que al principio habían secuestrado, en gracia de Dios y si mueren van al cielo. Eso me dice.
También, algunas veces, son cuentos de duendes de los bosques que poseen extraños poderes; sobre todo poderes para curar las enfermedades de las personas que van a esos lejanos bosques perdidos a buscarlos. Los enfermos tienen que rezar mucho y creer aún más en la existencia de esos seres mágicos para poder llegar a encontrarlos y que de verdad les curen, según ella. Los duendes se encuentran en huecos de algunos árboles que son como pequeñas capillas iluminadas por una luz sobrenatural en la espesura. A veces, en realidad, son el Niño Jesús, y otras una pequeña estatua milagrosa de la Virgen que hay al final de una senda muy escondida en el bosque.
Mi abuela, de verdad, es muy vieja ya, y siempre me cuenta estos cuentos que son como muy antiguos, de esos duendes y otras almas en pena que ella seguramente escuchó en su infancia en Santa Vera, que es una aldea que yo no sé muy bien dónde está de Galicia.
A mí me gustan los cuentos de la abuela por cómo me los dice. Porque yo ya soy mayor y me leo los tebeos de “Mortadelo y Filemón” y el “Capitán Trueno” y hasta los libros de “Manolito Gafotas” que me regaló mi madre por mi cumpleaños, y otras cosas así más modernas, y no como las historias de la abuela que son, al igual que ella, como de antes de la guerra. Pero a mí me gustan porque pone una voz muy suave y muy profunda y hasta tétrica, que da miedo, cuando conviene al cuento. Y así me hace reír o casi llorar y sobre todo pasar ese miedo que te digo, pero que siempre acaban bien las historias de la abuela, y la tristeza y el miedo se van acabando poco a poco hasta acabar todos contentos y alegres y siempre ganan los buenos. Ya lo veréis.
Mi abuela se mece con el gato blanco y negro en el regazo. El reloj de péndulo que hay en la pared da las horas. Ahora son las cuatro de la tarde y los demás en la casa duermen la siesta: mi madre se ha acostado con mi hermana pequeña para que ella se duerma. La abuela me cuenta que hubo una vez un lobo suelto cuyos aullidos se oían en la rambla por las noches. “Hace más de cincuenta años, cuando yo era sólo una moza. Y ese lobo tenía atemorizada a toda la campiña pues todas las noches devoraba algún corderillo. Esto ocurrió mucho antes de que yo viniera a estas tierras del Valle, desde mi pueblo, Santa Vera, después de casarme con tu abuelo.”…
(Continuará mañana)
Aniceto Valverde
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