LA PALMERA DE MAGÓN

En un cielo estrellado como de signos algebraicos.

No debió sentarle bien al general Magón perder la ciudad bajo cuya custodia había quedado tras emprender Aníbal su marcha hacia Italia. Al menos esto es lo que cuentan las fuentes, las únicas existentes: las romanas. Tanto que, camino que iba con su ejército hacia otras guerras, intentó reconquistar la pequeña Roma, la Roma de las cinco colinas, que en adelante habría de llamarse Carthago-Nova.

Al principio, los cartagineses debieron echar de menos las palmeras de los solitarios oasis de sus tierras de origen. En Cartagena (Quart-Hadast) encontraron palmeras solitarias sobre las llanuras infinitas de los campos, al lado de algún aljibe. Escogieron la palmera solitaria y el caballo nómada como símbolos. El caballo,  Pegaso, ya estaba en las estrellas, opuesto en la bóveda celeste a la Osa Mayor, el Carro, la cuadriga. Faltaba hacer que la palmera alzara el vuelo. Y que el agua de algún torrente o acequia crepitara en el firmamento, en un cielo estrellado como de signos algebraicos.

A la vuelta, cuando iba camino de otras guerras, como quien no quiere la cosa, el general Magón intentó pero no pudo reconquistar la ciudad. Sus lágrimas multicolores estallan en forma de palmera de artificio en ese cielo. Y nosotros y Pegaso miramos, boquiabiertos, la pirotecnia de sus sentimientos.

 

Aniceto Valverde Conesa

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