EL PRINCIPIO DE ARQUÍMEDES
Fue el gilipollas de tu marido -político de profesión- el que te lo dijo: “Nena estás cogiendo algunos ‘kilicos’. No vendría mal que aligeraras un poco”. Pero sometida a la prueba del espejo tú te veías igual, y sobre todo el inapelable dictamen de la báscula de precisión que tenéis en el cuarto de baño sentenciaba que tu peso iba siendo incluso menor o había descendido en esta última temporada, unos meses que él llevaba de ‘pre-campaña’.
El proceso estaba siendo eterno, salpicado de incidentes y de sustancias malolientes (el decoro me impide usar otros términos) que impregnaban la vida pública ya que cada día te desayunabas, él, Rigoberto que se llama, por mejor decir, se desayunaba con el escándalo o la crisis, imputable a cualquiera de cualquier signo político, que le servían los informativos desde primera hora de la mañana. Y él, aunque era un buen tipo (aun a pesar de la impertinencia que te dijo sobre tu peso), tenía que afilarse la lengua con la correspondiente piedra, bien fuera para hacer más mella en el adversario bien para defenderse, o más concretamente, defender al partido de la nueva información de cuya veracidad cabían muchas veces serias dudas. Para esto estaba Rigoberto que se veía obligado a comparecer ante decenas de medios de comunicación como si tuviera el don de la ubicuidad, como si fuese capaz de multiplicarse. La lógica nos llevaría a pensar que el que estaba ganando presencia física era él. En cambio, más bien se diluía sobre todo cuando te veías con él en persona. Y tú lo sabes bien que eres su mujer. Sí, en realidad este hombre estaba perdiendo sustancia.
Mientras tanto tú te pasabas el día leyendo, acumulando todo tipo de historias, pues no haces distingos entre géneros ni casi entre autores. Eres una lectora fácil de contentar que se alimenta, que se nutre, de esta manera y ya sea el soporte el clásico libro de papel o los nuevos e-books. Y, lógicamente, mantiene un peso sano y equilibrado.
Por el contrario, Rigoberto -que tragaba quina todo el día- estaba aparentemente delgado, pero sumergido en la bañera desplazaba más volumen de agua del que podría pensarse. Se había transmutado todo él en materia tóxica. Y eso pesa o tiene un gran peso específico, aun descontando la materia gris perdida en parte también. Se cumple así, de forma paradójica pero real, el principio de Arquímedes.
Aniceto Valverde
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