SUSPIROS DE ESPAÑA

Aquella noche de verano, y de oído, estos dos rumanos tocaron para vosotros el pasodoble Suspiros de España en una terraza de verano. Tu acompañante quería recordar Soldados de Salamina.

Muchos –no todos, claro- de los rumanos que se dejan ver por las calles de nuestras ciudades no atienden a la ley de incompatibilidades. Son capaces de compaginar el ejercicio de la mendicidad con la delincuencia menor. La mayoría han hecho un máster en economía por la Escuela de Chicago y son tanto o más liberales que Milton Friedman; una razón poderosa para atenerse a la libertad del mercado que les permite tener esos dos empleos a la vez, ya que saben buscarse la vida en la jungla económica, aunque sea a ínfima escala, en uno de los niveles más bajos de la pirámide social.

Como trabajo fin de estudios han hecho un análisis precisamente de los mercados más favorables a sus intereses. Son los puntos estratégicos de las ciudades donde mayor puede ser la recaudación. No dudan en pelear por ellos, pasando en muchas ocasiones de los meros insultos a las manos, si bien nunca llega la sangre al río y los escarceos se limitan a meros empujones y agarrones. Al final es el más gallito el que se queda con la puerta del supermercado donde tú vas a hacer la compra cada vez con más dificultad, pues a ti –mero ciudadano – no te es de aplicación ni puedes ejercer la libertad de mercado macroeconómica de los bancos y su cuestión de los rescates multimillonarios, ni la micro (en un doble sentido, el económico y el social) de estos conciudadanos de la todavía llamada Unión Europea.

Hace un tiempo, un verano, aún podías permitírtelo. Te estabas tomando con una acompañante unas Coca-Colas en la terraza de una cafetería cuando estos dos rumanos vinieron a dar un concierto de acordeón pidiendo la voluntad a cambio.  Lo cierto es que tocaban de maravilla: incluso atacaron Suspiros de España cuando se la tatareó tu pareja, en recuerdo de la música de “Soldados de Salamina”, y les diste un par de euros, aún podías permitírtelo, y no sólo porque eran tan virtuosos, sino porque las Coca-Colas a uno cincuenta cada una, de los cinco euros que tenías te iban a sobrar esos dos con que los premiastes por la serenata y a cambio de que te dejaran hacerles la fotografía a lo que no sólo no pusieron obstáculo, sino que se sintieron –crees- muy halagados. Fuiste tú solo: nadie más alrededor hizo siquiera el gesto de llevarse la mano al monedero que no cartera o billetero.

Dos días después la dueña de aquella terraza veraniega te dijo que la Guardia Civil te buscaba; pero tú no habías cometido ni la más simple infracción de tráfico. Los de la Benemérita, avisados por tu amiga del bar donde tomaste esa Coca-Cola en buena compañía, querían la foto de los dos elementos. Al menos uno de ellos poco después de aquel concierto en vuestro solitario honor había cometido presuntamente un pequeño robo por el procedimiento del tirón.  O eso parecía. Tuviste que ir al cuartelillo con una copia de la instantánea que se quedaros los agentes del Instituto Armado por si la víctima reconocía en ella al presunto transgresor. Ignoras cuál fue el resultado de la investigación con tu prueba de cargo, que imaginas encima de la mesa del inspector, que maldecía para sus adentros: “Con la que tengo yo encima va y me cae ésta también. Si ha sido él en cuanto lo cojamos devolverá la pasta y a la calle.”

Aniceto Valverde Conesa

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