LAS AVENTURAS DE ‘EL GALGO’ Y ‘EL GATO’ (18)
NADA QUE LA TERNURA NO QUISIERA
El Galgo’ nos dio la Nochevieja, o ya la madrugada de Año Nuevo cuando dormíamos un ratico -por parejas- en aquel apartamento de La Manga cuyas llaves me había dejado el hijo de un amigo de mi padre que se dedicaba a gestionar su alquiler y venta y que, a su vez, era amigo mío: el tío –‘el Galgo’, quiero decir- se había comido una dexedrina (una anfetamina muy fuerte) y le dio un ataque de nervios o ese efecto de agobio y angustia que da la aceleración del corazón como si estuvieras preso o atrapado y no pudieras librarte de la cadena psicológica que te atenaza.. Y menos mal que yo supe tranquilizarle porque las chicas, la Luisa y Begoña, lo pasaron muy mal.. ‘El Galgo’ cuando se le hubo pasado el efecto prometió no hacerlo más. Él con lo nervioso que era ya de natural, pues no era plan echarle más leña al fuego. Y pareció haberlo comprendido. Hay que ve lo que influyen las circunstancias sociales y económicas en estos peligrosos temas.
Bueno, el caso es que, tras el incidente tan penoso, seguimos con nuestra rutina habitual. Eso sí el dinero de la Lotería había menguado sustancialmente. De esta manera tuvimos que abandonar la costumbre de comer diariamente en el «Andaluz», que era casi lo más costoso. Y las invitaciones a los amigos. Esto para que nos llegara hasta la Noche de Reyes. Con la merma económica fue viniendo también la emocional. Sobre todo ‘el Galgo’ olía ya a su paupérrima rutina de cargador de sacos en la Lonja. Un factor a tener en cuenta para lo que -digamos- se le fue viniendo encima.
Era domingo simple -quiero decir que no coincidía con ninguna festividad navideña-, Begoña había ido temprano al Hospital de Caridad (recuerda que hacía de voluntaria en el cuidado de los enfermos) y yo esperaba su vuelta sentado solo en la plaza de Juan XXIII que era donde, en aquel entonces, tenían su parada todos los autobuses de Cartagena. El suyo se estaba retrasando o, mejor dicho, no había vuelto en ninguno de los de esa ruta que ya habían pasado. No sé por qué, pero me puse algo nervioso. La intuición no me falló, se notaba a la legua que estaba muy enfadada. La Luisa la había llamado por teléfono para decirle que ‘el Galgo’ le había pedido algún dinero más y que: “Tonta de mí se lo di por la tarde. El hijo de puta se lo gastó en drogas y alcohol”. Y también le dijo que por la noche se había metido en una pelea en la que había estado repartiendo leña. Aunque esto podía ser una baladronada de mi amigo, no dejaba de ser cierto que estaba cambiando y que, aun estando los cuatro juntos, a veces se quitaba de en medio con algún pretexto como el de tener que ir a hacer un recado para sus tíos (los asentadores de la Lonja) que le tenían acogido en su casa desde el accidente en el que se abrió la cabeza contra el suelo de la plaza de los Héroes de Cavite. A mi me había no dicho y jurado que se estaba enganchando a nada, puesto que a él, y eso era verdad al menos al principio, no sé qué tipo de fortaleza aparte de la física tenía que le hacían poco efecto, en intensidad (también decía que no siempre consumía) o enajenación y tiempo, esas sustancias cuyo consumo hacía ya estragos entre los jóvenes de la ciudad. Lo veías incluso después de esas misteriosas ausencias y aparentaba ser el mismo de siempre. Esto hasta que se llega al límite de la sumisión total de la voluntad al veneno, sobre todo cuando se va ascendiendo en la espiral de la potencia y cantidad de consumo. Pero ‘el Galgo’’ se sentía inmune a esto, así que seguía su vida normal con la ventaja de que la Luisa le pasaba por alto casi cualquier cosa. Quizás menos una: la infidelidad, estaba totalmente colgada, enamorada de él. Pero no iban por ahí los tiros conque a seguir vida normal.
Begoña era muy lista y sabía lo que iba a ocurrir con el Galgo y el peligro de contagio a los demás amigos. Y me pidió, de entrada, dos cosas. Una era la de la sinceridad. Yo le juré que no me fumaría ni un porro en lo sucesivo, que yo quería estar con ella y nada más (qué guapa que estaba en verano cuando bajaba del Hospital tan sólo vestida con su bata blanca). La otra era que saliéramos sólo los dos juntos la Víspera de Reyes que sería también en un par de días. Yo le dije que no habría problema. Cualquier excusa valdría. Pero para mi sorpresa me dijo que no, que lo que íbamos a hacer era no salir. Que prepararía o lo haríamos los dos algunas cosas de comer y dulces en su casa: su padre se había machado a Murcia para estar con su hermano esos días y, por tanto, teníamos plena disposición de la casa. A mí se me fue la saliva por mal sitio y me dio una tos tonta.
Llegó el día y tuve o tuvimos nuestros regalos, los materiales comprados con el resto y único dinero que nos quedaba. Y los del corazón más profundo. No fue nada que la ternura no quisiera.
(Continuará)
Aniceto Valverde Conesa
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