NÁUFRAGO EN TIERRA y LA MADRE MAR
Estaba lejos del mar, en un destino en tierra en una ciudad del Sur, ya durante mucho tiempo, puede que un tiempo excesivo en el que le embargaba la nostalgia de lo salobre. Para compensar esa distancia que había entre él y una de las cosas que más amaba en la vida era su imaginación la que volaba sin cesar hacia ella, hacia la mar, como a su madre.
No podía olvidar todo ese tiempo anterior en el que había estado embarcado de cada año al menos la mitad, más de seis meses alejado de tierra firme, que era cuando realmente entendía la vida. Sobre la borda del buque de turno, puede que expulsando de sus pulmones el humo de un cigarro (hasta que dejó el pernicioso hábito de fumar), era cuando realmente comprendía muchas cosas que le habían pasado. Por paradójico que parezca a él los vaivenes de la mar le procuraban una estabilidad emocional, un bienestar interior extraordinarios. En cambio, la presunta firmeza de la tierra, hacía naufragar su mente en un cúmulo de divagaciones e incomprensiones. Sencillamente este hombre había nacido para navegar, para vivir sobre la cubierta de un barco.
Fue cuando le alejaron de aquel destino a bordo que empezó a añorar la mar. Se sentía náufrago en tierra, perdido sobre suelo firme. Entonces todo empezó. Puede que su mente no soportara esa circunstancia, añorando como añoraba la distancia que un ancho brazo de mar pone entre uno y los problemas que ese alguien arrastra. Cuánto malhechor no habrá puesto mar de por medio… Y empezó a divagar, y a escribir esas ideas intentando que las palabras sobre el papel emularan las aguas de la mar, a veces calma, otras convulsa. Y él navegaba entre ellas comentando las costumbres de su tierra y de sus paisanos tan apegada, tan apegados precisamente a la mar. Como el pobrecito hablador (Mariano José de Larra) hacía con los batuecos.
No sé si os habéis fijado en esos anuncios manufacturados por el propio anunciante que hay muchas veces en el fuste de las farolas, por ejemplo, ya que antes se veían sobre todo en las antiguas cabinas telefónicas. Un día de estos, en lugar de poner que se alquila o vende un piso o se ofrece persona para cuidar enfermos, decía, como si fuera el mensaje en una botella de un náufrago desesperado, que «un solitario, iluso e ilusionista de palabras, se ofrece, solo o en comparsa y por poca cosa, para contar la realidad, o esa parte de la misma que llamamos actualidad, como si fuera cuento. Náufrago en tierra.»
Y es que, hace muchos años ya, vivió lejos de la Ciudad y al comienzo del retorno a ella y a la mar firmaba sus modestas colaboraciones con esa expresión desolada y el sentimiento nerudiano: Oh, abandonado, todo en ti fue naufragio. Nunca fue marinero, pero siempre echó de menos la mar cuyo recuerdo llevaba en el corazón como un pesado petate: la huella que deja la mar como una madre en sus hijos. Agradecimiento y felicitación a todas ellas.
Aniceto Valverde
Ilustración: Buque de Investigación Oceanográfica (BIO) "Hespérides", Fuente: Armada española
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