AQUEL FATÍDICO AÑO DE 1898 (1)

EL REGRESO DE LA NUMANCIA

La silueta del vapor “Numancia” se recorta, entre majestuosa y desvencijada, contra la bocana del Puerto de Cartagena. Hace ya un rato que veo el humo que arrojan sus calderas por encima de la línea del horizonte. Es una mañana fría, sobre todo brumosa del mes de marzo. Ya se firmó el Tratado de París y los españoles deben evacuar las últimas colonias de Ultramar. La “Numancia”, este buque con nombre de heroica derrota, participa en las labores de repatriación. En su toldilla, a popa y junto a otros muchos, viaja Matías Cortés, soldado de primera del ejército español, ilustre herido de guerra y pícaro de profesión anterior y de los de antaño.

Matías Cortés es un tipo enjuto y desgarbado, de tez más bien morena. La trae picada de todas las enfermedades que ha padecido. Embutido en su maltrecho uniforme, Matías Cortés trae en el semblante la huella de todas las calamidades. Y en la boca un veguero (rancio) que sólo se quita de la boca, de cuando en cuando, para escupir sobre la cubierta el tabaco que no puede mascar más, y, con una sonrisa cínica, burlándose de sí mismo, exclamar:

—Maldita sea mi suerte.

En tierra, en los muelles, sólo yo esperaba. No sé muy bien qué o quiénes habrían de acudir. Pero no había nadie.

 

(Continúa)

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