AQUEL FATÍDICO AÑO DE 1898 (6)

Si algo va mal siempre puede ir peor

Matías seguro que pensó que aquella conversación que escuchó días antes de su muerte en la Taberna “La Turquesa”, se había producido entre simples contrabandistas. Se oyen muchas cosas por la calle y en esos sitios. El estaba allí simplemente para tomar algo después de buscarse la vida mientras -como hemos dicho varias veces- esperaba una pensión del gobierno que nunca habría de llegar, al menos para él, que se había dejado la piel en Cuba (después de haber participado de más joven en la Revuelta Cantona) y haber vuelto de allí, de Cuba, con plomo mambí en el cuerpo en aquella mala época de 1898. Quizás estuviera esperando a Caridad. Ya os he contado que ella nos proporcionó un techo bajo el que vivir y, a veces, algo que echarnos a la boca.

Pero, volvamos a Matías Cortés porque para que entiendas bien cómo era, debes saber que su padre fue un líder de la revuelta cantonal (luego lo pagó caro, muy caro, y ambos, los dos, padre e hijo.)

Por su padre (que había perdido ya una guerra) conocía Matías a don Marcos Castro, el médico del barrio. Y a don Antonio Villamejor, el de la fundación de escombreras donde precisamente trabajaba su padre cuando El Cantón. Como a don Sebastián Hidalgo y a otros personajes ilustrados de este fin de siglo XIX.

Pero era cuando estaba con el médico, con don Marcos cuando yo me podía pasar las horas muertas escuchándolos.

—Vengo de “La Victoria”, Matías.

—¿Qué se cuece por el casino moderado, don Marcos?

—Nada todo el mundo está nada más que pendiente de la desaparición de la Virgen.

—Noto cierto retintín. No sea Ud. irreverente don Marcos

—Si no ponemos remedio, pronto viviremos nuevas tragedias — dijo don Marcos como si ya supiera que iba a haber otras guerras. Matías Cortés no iba a salir bien parado de ninguna de ellas.

 

Aniceto Valverde

(Continúa)

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