SOLVENCIAS ARQUEOLÓGICAS DE CARTHAGO, S.L.- 1
Comenzamos una nueva historia, un nuevo relato con motivo de las Fiestas de Cartagineses y Romanos.
La primera entrega se titula
QUIÉN QUIERE BUENOS COMIENZOS
Su forma siempre inesperada de presentarse resultaba casi impertinente. Lo hacía cuando le venía en gana de la misma forma que aquella mañana tuvo que apetecerle pagar la consumición a un desconocido, o sea a mí, y marcharse sin que el beneficiario de la invitación pudiera ni agradecerle ésta ni aun saber quién era la persona que había tenido el detalle de ahorrarle el gasto de ese tercer o cuarto desayuno de una mañana más en la que nadie había llamado a mi puerta o empleado unas monedas para telefonearme, pues de esta historia hace ya algún tiempo, y plantearme algún caso o darme cualquier actividad que llenase mi malgastado tiempo.
Mi socio había vuelto de Alemania con algún dinero y me propuso poner juntos un negocio: él adelantaría el necesario para empezar y yo pagaría mi participación en la sociedad con mi trabajo de auditor titulado de obras de arte y piezas arqueológicas. No recibimos ninguna subvención pública, lo que estaba claro después de haber visto la cara que puso el hombre de aquella oficina en la que presentamos el proyecto.
Alquilamos un bajo muy cerca de la plaza de El Lago y en él distribuimos los cuatro muebles y algunos cuadros que fueron de mi abuelo de manera que el despacho quedó modesto pero presentable. Pusimos una placa de latón con el nombre de nuestra empresa –“Solvencias Arqueológicas de Carthago, S.L.”, debajo: ’Investigaciones’- en la pared junto al ventanal que daba a la calle de San Diego.
Pasaba el tiempo y el teléfono seguía mudo y nadie hacía sonar la campañilla de la puerta de entrada. Cuando terminaba de dormitar con los pies sobre la mesa o ya no soportaba más lo aburrido que resulta dedicarse a contar las vueltas que da la hélice del ventilador, sólo la lectura de algún poema me podía consolar. En aquellos momentos tenía entre manos “Poemas con sabor a cafeína”, de Sara Martín, (por cierto, esos versos sumergidos beben en las aguas de Cavafis: el viaje es el camino). Y ‘llegarme’ varias veces en el día al café-bar que hay dos portales más abajo en la calle.
Nadie se creerá que pasadas las doce de la mañana me estuviera tomando otro café, con lo bien que sienta a esa hora un pincho de tortilla y una caña. Tomara lo que tomara, cuando fui a pagar la consumición el camarero me dijo que me había invitado un señor, bajo y regordete pero fornido, que había estado sentado en la mesa más reservada que hay en el bar, en aquel rincón al lado de las escaleras que llevan al WC, servicio del que yo había hecho uso cuando el tipo aún debía estar allí y nuestras miradas se cruzaran fugazmente. “También ha dejado esto para ti.», terminó diciendo Pepe, el camarero, mientras cogía un sobre de entre las botellas de licores para dármelo pasando el brazo por encima de la barra.
En su interior tan sólo había una tarjeta. A toro pasado es fácil decir que no, pero cuando a uno le entregan una nota con un dibujo parecido al que haría un niño de una casa en cuyo interior aparecen las letras ‘tnt’, lo más normal del mundo es echarse a temblar. Y más cuando en tu vida profesional has mandado a la cárcel a más de uno.
(Continúa)
Aniceto Valverde Conesa
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