DOS PUÑALADAS
Violencia machista.
No hace falta que está tan cerca como a dos metros de ti ya que conoces de sobra el sonido de esos zapatos puesto que más de una vez te han pateado la cara. No hace falta que se acerque mucho puesto que ese aliento fétido ya lo has percibido el número sin número de veces que te ha violado.
Llevas de la mano a tu hija pequeña, que apenas tiene seis años y siente tu temblor si no es que lo ha cogido de propia mano cuando él ha estrellado sus juguetes contra la pared, contra ti, incluso arrojándolos contra ella y roto sus sueños terminando con su infancia cuando antes lo quería, lo queríais cuando parecía bueno.
No hace falta que escuches su voz llamándote puesto que sabes de sobra quien es y que esta vez -como las anteriores- no vas a escapar de él, por muchas medidas de alejamiento que hayas conseguido y protección que agradeces, pero que nunca será suficiente como para frenar su odio no sabes en qué fundado, si es que el odio a una mujer o dos mujeres indefensas puede tener algún sentido más que el de mostrar su propia ausencia total de estima, su complejo de inferioridad. Quiere venganza, y esta vez, definitiva.
Si fueras un hombre, en su cobardía, te daría el ataque final por la espalda. Pero no: él quiere que sufras; que veas la muerte de cara. Ya lo tienes encima y te agarra por el brazo izquierdo para darte la vuelta y que le veas los ojos inyectados en sangre: la que te brota ya a ti después de recibir la primera puñalada en el pecho. Pero no tiene bastante y te asesta otra para asegurarse, aunque tú ya no sientes nada sino la voz de tu pequeña hija diciendo: “Mami, no te mueras”.
Aniceto Valverde
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