EL LUGAR ADECUADO

– ¿Qué pasa hombre, cómo estás?, le espetó aquel tipo a medias mulato y demás rasgos caribeños, como la boca de gruesos labios y nariz achatada como la del boxeador que en realidad era, en concreto de los pesos ligeros, de ahí que su cuerpo fuera esbelto, ligero y no inflado o hipertrofiado, aunque no había participado aún en las competiciones profesionales.

Estaban en el gimnasio que hay en un paraje camino de La Manga llamado Playa Paraíso. Era primera hora de la mañana y se estaba tranquilo para entrenar sin verse interrumpido por otros usuarios y perder el ritmo del cuerpo porque lo que interesaba a ambos hombres (que ahora vamos a conocer) era mantener la fuerza, pero cada vez ganar mayor flexibilidad.

-Sí, manito, todos los veranos coincido contigo por estas fechas aquí…

El otro se queda un rato cabizbajo; no sabe si reconocerlo o no hacerlo de tan mal que se siente. Al final opta por la vedad:

-Sí, Yulian, es cierto. Discúlpame. No me hagas mucho caso. Ando fatal últimamente…

– Por lo menos, Javier, te has acordado de mi nombre y seguramente de lo que hago por aquí. Ja, ja, ja. Arriba ese ánimo. Hay que olvidar los malos ratos. Para luego seguir el combate.

En el fondo de esta sala, se ve una cristalera iluminada por el sol de la mañana y las figuras recortadas a contraluz de los deportistas. Cada uno se lo toma a su modo combinando pesos y número de veces que hace el ejercicio (repeticiones) según sea su objetivo.

-Perdona, chacho de verdad. He pegado lo que se dice un capuzón (Javier tenía sólo dos placas de peso cargadas en el máquina de hombros pero cientos de pesos de congoja y mala suerte que se le habían venido encima a lo largo de todo el invierto anterior)…

Yulian, dijo, dejando aparte el tuteo: “Conociéndole la fuerza volverá sin duda. Ud. está en el lugar adecuado y haciendo lo que debe para ello. Conozco su fuerza de voluntad, my friend. Lo logrará ”… Como en las Olimpíadas: Citius, Altius, fortius (más rápido, más alto, más fuerte).

Se despidieron haciendo chocar sus puños. A Javier le subió tanto la moral que, por un momento, pensó en cargar la máquina en la que había estado sentado todo el tiempo, la de elevación de hombros, con cuatro placas más. Pero recordó el dicho aquel: “La potencia sin control no sirve de nada”. Decidió deja la subida en la mitad y comprobó con asombro que podía hacer el ejercicio de forma mucho más liviana.

Aniceto Valverde Conesa

 

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