LA CABINA
Micro-crónica del secuestro de Ramsés
Me dijo que esperase su llamada a la cabina, la única que había en todo aquel lugar. Nadie hubiera hecho eso hoy en día cuando se puede llamar a un móvil bajo una ‘identidad oculta’ o ‘número privado’. Pero posiblemente -imaginé yo- pensaría que es más fácil pinchar una de estas líneas que la de una anticuada cabina que nadie usaría.
Me diría dónde dejar el dinero; me recordaría una vez más que no se me ocurriera avisar a la Policía si quería volver a ver a mi gato Ramsés con vida; y, por fin y supuestamente, dónde encontraría a mi adorado felino.
Efectivamente, el teléfono sonó y yo escuché su voz. Pero fueron apenas unos segundos.
Un sicario –enviado por el secuestrador mismo- me descerrajó dos tiros a traición, por la espalda y aprovechando la soledad de la dichosa cabina. Me quedé a medio preguntar: «¿Dónde?»
El teléfono quedó colgando como cuando la línea está comunicando.
Perdería mi dinero; mi gato Ramsés y nuestro programa de TV en el que nos ofrecíamos como videntes y en cuya última emisión no supimos adivinar nuestro aciago destino.
Aniceto Valverde
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