LAS AVENTURAS DE ‘EL GALGO’ y ‘EL GATO’ (2)

LA CHATARRERÍA y ANTICUARIO

—A ver si nos aclaramos ¿qué haces tú, Narrador, en esa parte de la ciudad donde hace tantos años estaba la Barbería de ‘el tío Venancio´ contándonos esa historieta del pelao a la taza? (https://www.expresodemandarache.es/2023/10/01/a-nice-entry-2-91/)

—Disculpad, amigos Damián y Flora, sólo quería situaros en la zona de la ciudad castiza durante muchos años (ahí por donde anda también la estatua de Isidoro Máiquez), porque en ella y sus alrededores tuvieron lugar estas Aventuras. Y la Barbería del tío Venancio y el anticuario y compra venta de chatarras pegaban la una a la otra; aunque aquélla cerró mucho tiempo antes y ahora estamos hablando de las postrimerías de los años 70 del siglo XX a los que ahora viajaremos para contar este episodio.

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Se encontraba el establecimiento, como en su día la peluquería, al lado de la calle que llaman del Barranco, en la falda de la Muralla de Tierra, justamente enfrente del almacén de patatas donde vivía y trabajaba su amigo ‘el Galgo’ (ya describiremos con detalle su hogar). Era un baratillo en el que había toda clase de cacharros y antiguallas como viejos candelabros y relojes de péndulo y muchas más cosas inútiles.

‘El Galgo’ , que lo sabía todo, afirmó:

—Yo sé dónde puedes pulir todo eso que me dices.

Y fueron rápidamente a buscar lo que ‘el Félix’ le había dicho a ‘el Galgo’.

En el Ensanche habían derribado una casa, muy cerca de donde Félix vivía, seguramente para construir otra mayor, como ya se estaba comenzando a hacer en la ciudad: reemplazar las pequeñas casitas de planta baja por edificios. Como la demolición la habían hecho un sábado se fueron los obreros sin retirar el escombro. Entre los restos de aquella casa sobresalían las cañerías de plomo y cobre. Y allí fueron él y ‘el Galgo’ y fueron removiendo por todos lados en busca de esos metales. Cogieron un buen montón de ellos jugándose un poco el tipo entre las ruinas. Luego fueron al almacén de patatas y escondieron allí todo el material. Y se fueron a dar una vuelta por la ciudad para aprovechar lo que les quedaba de domingo.

A la mañana siguiente ‘el Galgo’ se escapó un rato del trabajo y el Felix no fue tampoco a clase. Sacaron el cobre y el plomo del almacén y se fueron con él a ver al chatarrero. Éste era un tipo viejo y enjuto, con el pelo ralo, aplastado y teñido y una nariz enorme que le sobresalía de la cara con forma de gancho. Iba embutido en un mandil azul como de tendero de droguería y caminaba con la espalda muy encorvada.

—¿Qué es lo que os trae por aquí, mocosos?

—Tenemos esto para usted don Matías —dijo ‘el Galgo’ mostrando el amasijo de metal que llevaban cargado. El viejo miró el cargamento y dijo:

— Y cómo sé yo que no lo habéis robado, niñato.

—Se lo juro que no —contestó ‘el Gato’—, que lo hemos cogido, que estaba en la basura.

Está bien —replicó el viejo al cabo—, os daré cuarenta duros.

—Pero eso es muy poco —dijo ‘el Galgo’.

—Eso es lo que hay —contestó el usurero—, como las lentejas.

Y tuvieron que conformarse. Tanto trabajar y acarrear los pesados metales para eso. Vaya mierda, pensó Félix, hasta que ‘el Galgo’ se sacó de los pantalones un cenicero de plata que le había afanado en toda su cara al chatarrero y que podía valer el triple de lo que les había dado por la ferralla que le habían vendido.

 

Aniceto Valverde Conesa

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