ÁCIDO 6 LA OLIVAS FINALES

Habíamos dejado al protagonista de este relato en la mili en el Ejército de Tierra en una ciudad cercana a la provincia de Jaén. En un permiso tiene una fructífera conversación con su abuelo que permitirá que toda la familia vuelva al Sur. Lo que sale de la tierra, a la tierra vuelve, dijo el anciano.

 

Dije que el deporte me había salvado la vida en varias ocasiones. Pues bien, la instrucción en la mili, la pista americana, las caminatas a paso ligero por la montaña del llamado Cerro Muriano (Córdoba) lo mismo que a otros producían pavor, a mí me hacían recordar buenos tiempos en los Maristas de Jaén y me subían las endorfinas. Mi autoestima lo experimentó a tope en la lejanía de la toxicidad. Aunque me acordaba mucho de mi padre envejecido de tanto trabajar como mi madre y de mi hermana que a duras penas podía continuar sus estudios y valía un potosí y yo estaba empeñado en que los hiciera. Y de los afectados vecinos de Torreciega y El Hondón.

 

Lo tenía todo en mente. En un permiso me fui a Jaén, a un pueblo llamado Torredonjimeno que pertenece a su campiña aceitera, a casa de mi abuelo, que tenía ya 85 años y seguía en el tajo. No tenía más hijos que mi padre. Hablé con él: “Abuelo, tenemos que volver. Tengo algún dinero ahorrado para -si te pareciera bien- arrendarte las olivas (en Jaén se le dice así al árbol y aceituna al fruto) que algún día serán de mi padre y mientras tú vivas, que sean muchos años. También -continué- si el tío Jacinto fuese razonable con el precio, el dinero me llegaría para comprarle a él también todo o una gran parte del olivar. Todo para volver a trabajar la tierra.”

“Eres un hombre, todo un hombre cuando hasta hace poco no pasabas de chabeilla. Créeme. Sé de vuestras penurias. Os donaré mis olivas y yo me sentaré a veros trabajar. Y estoy seguro de que mi hermano, tu tío Jacinto, será razonable. A él le sobra para sí mismo y los suyos. Seguro que lograrás juntar unas hectáreas del olivar y trabajarlas lo suficiente como para que viváis decentemente.” Y terminó diciendo y sentenciando: “Me siento muy orgulloso de ti. Lo que nace en la tierra vuelve a la tierra.”

 

Así se hizo cuando yo terminé la mili. Mi padre, que se vio cegado un día por el dinero de la industria, pero envejeció sobremanera, y mi madre, fue como si volvieran a nacer. Mi hermana pudo cumplir mi sueño y ahora es maestra en un colegio cercano y rural.

Aporté mis hectáreas de olivas a la cooperativa que se constituyó. Y no vivíamos mal.

Seguía informado de los aconteceres de la Cartagena industrial. ¿Quién no se enteró de su desmantelamiento furtivo? ¿Y las protestas por los efectos de la clara contaminación que habían provocado esas industrias en las poblaciones cartageneras de Torreciega y El Hondón y su veracidad demostrada?

 

Pero ¿a quién se le ocurriría la idea de que sobre aquellos terrenos -esponja de ácidos sobre todo sulfúrico durante años- se iba a poder construir y hacer un negocio cuyos beneficios compensaran los salarios y las indemnizaciones de los trabajadores? Incluso, aunque no mediara mala fe y dicho sin acritud, fue de una ignorancia supina o una especulación voraz participada por las Administraciones públicas.

 

Un día, sentando sobre las raíces de una de mis olivas, cogí un terrón y lo apreté cerrando mi puño hasta hacerlo arenilla. Y se me saltaron las lágrimas. Lloré, sí, lloré por todos mis amigos y compañeros que han sufrido de una forma u otra la catástrofe de la contaminación en Cartagena, así como por los vecinos de sus aledaños.

 

Aniceto Valverde Conesa

2019

Dedicado a mis compañeros y amigos del Colegio de los HH Maristas de Jaén y de la que yo siempre seguiré llamando “La española del zinc”.

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *