TÚ NO ERES DE MI MAR MENOR

Tú no eres de mi Mar Menor  -lo digo con todo respeto porque lo serás de algún sitio singular- si no has oído alguna vez a tu madre precaverte del peligro que podía suponer cruzar la Raya Azul…

…Sí, ese cambio a más oscuro que denotaba la existencia de un escalón en el que su profundidad era mayor y ya no hacías pie y podías llegar incluso a ahogarte. Al igual que tirarte de cabeza desde el embarcadero que hubiera -precisamente- por lo contrario. De hecho, una niña quedó tetrapléjica al dar contra el escaso fondo con esa parte de su cuerpecillo, una profundidad que apenas daba para amurar una pequeña pesquera.

O también la prevención materna de no bañarse antes de pasadas dos horas después de comer. El corte de digestión era tan seguro como sus funestas consecuencias.

Tú no eres de mi Mar Menor si no te has desollado la piel jugando con la cámara (que antes usaban las ruedas de los camiones) utilizada por vosotros a modo de flotador; si no te pasabas el día con el salitre curtiéndote la piel; si tu madre -de nuevo- no te lavaba la cabeza en la mar con aquel champú de tarro verde, tapa blanca y, creo recordar, marca “Edelmira”.

Al igual que viste a los zagalones, los que eran algo mayores que vosotros, e incluso a los hombres y mujeres pelarse sobre la Raya Azul por conseguir, de entre los que arrojaban aquellas avionetas, un muñeco de paracaidista o un balón de plástico de “Nivea”, crema entonces tan apreciada para broncearse, puesto que, suponiéndole algún carácter protector, en realidad su composición contenía grasas químicas y, más bien, el sol te freía hasta ponerte negro como el tizón. O soñabas volar con la “Patrulla Águila” como las moscas de Machado, en plena libertad y canícula. Si no oíste: el aguador, el aguador en la voz del hombre cuyo eco resonaba en las callejuelas avisando a las gentes humildes de que iba a repartir el agua de beber y que primero iba en mula y años después en esa máquina que aún hoy se llama dumper, pequeño volquete en cuya pala, en aquel entonces, llevaba una cisterna de agua limpia y potable.

Tú no eres del Mar Menor -y lo digo con todo respeto- si no has visto cómo le picaba un alacrán a alguno o un enjambre de avispas bajo las cañas con las que hacías cabañas, arcos y pretendidas cometas (que nunca levantaban el vuelo) y se le ponía generalmente el pie como una bota del picotazo del escorpión o la cara por las avispas, y había que llevarlo a la Casa de Socorro, que entonces gestionaba “La Cruz Roja”, a que le pincharan amoníaco. Tú no eres de mi Mar Menor si no has pescado unos peces llamados zorros (y babosas) con ladrillos huecos; si -y lo digo con vergüenza- no has puesto a secar en la ventana los caballitos de mar que habíais cogido de ella, incluso para hacer llaveros.

En suma, tú no eres de mi Mar Menor si no hubieras visto desarrollarse desaforadamente la especulación urbanística. Ni -en fin- convertir un paraíso en una laguna muerta y contaminada, sin Raya Azul, a base de echarle mierda.

Cada día y cada paso que dan los políticos hacen más difícil resucitar a este moribundo. Y nos va el futuro en ello tanto ecológico y placentero como el económico. Ya hemos explotado bastante la Gallina de los Huevos de Oro… por más que la sufrida Naturaleza nos siga regalando idílicas puestas de Sol como las que ilustra estas torpes líneas y ante las cuales aplaudimos como si fuera un mantra que exocizara su muerte.

Aniceto Valverde Conesa

 

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