LAS AVENTURAS DE ‘EL GALGO’ Y ‘EL GATO’ (21)

EL PORVENIR DE MI PASADO

Se suele usar el término marinero ‘derrota’, en relación a un navío o -en este caso- una persona, cuando se dirige a alguna parte física, o, en su caso a una conclusión que le traerá problemas. Yo lo entiendo como el ‘fallo’ que dicta un juez: puede estar muy seguro de su corrección, pero -como en la ‘derrota’-siempre cabe la posibilidad de errar. La mar es poderosa e inescrutable mismamente como las personas que tantas veces corremos el riesgo de fallar. Todo es relativo y más en el mundo que hemos creado.

Y yo, la verdad te digo, cuando tomé la decisión de buscarme un nuevo horizontal vital en la Marina, yéndose voluntario, estaba acojonado. Nunca había estado tan sujeto a disciplina alguna… Pero había, entre otras, una razón muy poderosa para quitarme de la circulación: no podía ni permitirme el riesgo de ser abducido por la peligrosa espiral en la que se estaba metiendo mi amigo el Galgo, que, por lo demás, era también una degeneración que se iba extendiendo sin piedad entre los zagales de nuestra época.

De este modo, con la autorización de mi padre y demás papeleo como el Certificado de Penales y el de Empadronamiento, me presenté en aquella oficina de la Marina que lo era de Reclutamiento y manifesté mi deseo de hacer la mili de forma voluntaria, o sea sin esperar a la edad reglamentaria o ‘Quinta’.  Rellené unos impresos mencionando expresamente que deseaba servir a la Patria en Submarinos, los firmé y entregué. Pero bueno, qué te voy a contar a ti que entramos al mismo tiempo…Así ingresé en la Armada española, de grumete que decía socarronamente mi padre aunque estaba a rabiar de contento y aun sabiendo que todavía le iba a costar el dinero mi mantenimiento. Y tenía razón: me quedaba mucho que estudiar, muchas pruebas que realizar, muchas derrotas que cosechar y, tras ellas, volvernos a levantar… Todo llega, no obstante, si se persevera en el intento una y otra vez y se cuenta con los apoyos necesarios ¿verdad? Nadie se basta a sí mismo.

Él -mi padre- tenía esperanza y confianza en mí como mi madre, como Begoña, como yo mismo en que aquél iba a ser mi camino en la vida. Y de que me iba a ir bien, cosa que algunas o muchas veces yo dudaba porque aguantar había que aguantar tela marinera. Pero yo tengo mucha correa y la experiencia de la calle. Y así lo llevaba que sabía manejar tanto al que debía obediencia como a algún compañero que quería pasarse de listo. Debo decir que ello me terminó de enseñar algo fundamental: a obedecer las órdenes y a impartirlas, cuando procedía y bien de un superior o de mí mismo cuando tuve esa misión.

Y el tiempo transcurría así. Pero, insisto, si te cuento todo esto es por lo orgulloso que estoy de mi trayectoria y, por añadidura, de la tuya que eres mi compañero. Juntos hicimos un camino duro, pero que alcanzó su objetivo. Y eres tan buena persona que también te he estado contando mi pasado que ha condicionado mi porvenir, que es ahora. El Galgo fue también durante mucho tiempo como mi hermano—añadí—. Y lamento tanto no haber podido ayudarle más. Pero ni él se dejaba, ni yo disponía sobre todo de la fortaleza de ánimo que pueda tener ahora. Era también una buena persona.

Salía del Cuartel a las seis de la tarde si no tenía guardia. Y me daba tiempo a estar con Begoña durante el recreo del Instituto, y luego que la esperaba al final de las clases. Se había fortalecido aún más y sabía que su destino era el de ayudar a los enfermos. Y llegó a ser enfermera a base de mucho tesón. Hacíamos no sólo buena pareja, sino también buenos compañeros. Y cada día nos queríamos más. Juntos también fuimos construyendo nuestro futuro…

El Galgo, casi está de más decirlo, cada vez iba peor. Trapicheo para intentar mantenerse el consumo; peleas; algunos robos por el procedimiento del tirón…

No fue una sola vez, sino muchas las que tuvimos que ir a sacarle del calabozo acompañados por el abogado Peláez, que ni era abogado ni nada, al menos por aquel entonces, pero sí que estaba ya de oficinista con un letrado de verdad y además era mayor de edad y se hacía responsable de él, en la medida de lo posible. Pero ¿qué hacer? Su tío, el de el Galgo estaba a un tris de ponerlo en la calle, pese a nuestros ruegos. Y cada vez iba a peor. Hasta que, para bien o para mal, una noche se puso muy malo y tuvimos que llevarlo a Urgencias atiborrado de estupefacientes…

Pero ni por esas cedía al menos al principio porque después de uno de aquellos episodios, en conjunción con otro robo más por el mismo procedimiento del tirón, y menos mal que, aunque le faltaba poco, aún no era mayor de edad y el juez de menores decretó ponerlo bajo la tutela, interna y vigilada por la Policía, de una ONG, en el intento de que se rehabilitara.

No hubo éxito. Él no hacía sino poner más ladrillos en su muro (Another brick in the wall, Pink Floid) y en cuanto cesó la tutela-internamiento el Galgo se marchó de la ciudad pues aparte de su enfermedad, su toxicomanía, también se había buscado líos con la mafia de los traficantes, a los que debía bastante dinero. Su vida corría peligro desde todas las perspectivas. Simplemente se quitó de en medio sin decir ni mu. No sabíamos si incluso podía haber muerto con una jeringuilla en el brazo como no era la primera vez que encontraban a alguien así tirado en el suelo sin vida, desgraciadamente.

 

(Continuará en un último capítulo)

 

Aniceto Valverde Conesa

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