MÁS CERCA DE TI

 

El tercer deseo

 

Es muy probable que leyera hace ya mucho tiempo esta historia y casi con total seguridad fuera en «Las mil y una noches». En cualquier caso, no quiero engañar a nadie, ni tengo el talento de Sherezade y el argumento apunta a esa obra y a esa mujer como narradora al menos de este cuento que me parece muy navideño y candoroso: tanto como para despedir estas fiestas en las que hemos estado tan lejos, pero tan cerca y tanta ilusión hemos depositado en este Año Nuevo en el que ya vivimos.

Había una vez un rapazuelo por la antigua Bagdad que vivía solo en uno de sus barrios extramuros pues era huérfano de padres, pero no de amores ni de probada inteligencia. Ya os lo podéis imaginar como en las películas saltando por encima de los toldos de los comercios con una rama de manzanas que hubiera pillado de rondón en alguno de ellos… Y más que nada por juego, pues era honrado y si no le llegaba el peculio digamos que tenía crédito entre sus vecinos comerciantes.

Éste era un buen chico, de noble corazón y, como he dicho, no andaba huérfano de amor. Y no de cualquiera, sino del de la mismísima Princesa, hija del Sultán del Reino. El amor era correspondido por ella. Y en las noches calorosas de verano hablaban por una ventana secreta que había a la vera del río donde el muchacho se escondía y se deshacía en todo tipo de requiebros para con ella. Apenas se veían físicamente; las palabras solas eran el vehículo del amor, de un amor no por imposible, menos deseado por ambos jóvenes.

Una mañana, al despertar, en ese instante en que no se sabe bien si las cosas que se ven son sueño o realidad, se le apareció al rapaz un Genio, cosa de lo más normal en estos casos, aunque no siempre son buenos. De la misma forma habitual le ofreció tres deseos. El primero era llenarle de oro la habitación en que estaban, que no era pequeña. Hacerlo Sultán del Reino directamente como segunda opción. Y, por último, caerle bien a los ancianos.

Quizás la elección del muchacho pueda parecer sorprendente, pero escogió el último de los posibles deseos que el buen Genio, que no se extrañó, le había ofrecido. Si bien como estaba ya puesto, el Genio digo, le convirtió en mágica la alfombra sobre la que hacía escasos momentos yacía.

Cogió camino del Palacio del Sultán con el vehículo, sobrevolando todo Bagdad hasta que alcanzó su puerta. Con su entrenada agilidad, logró pasar la primera guardia del suntuoso edificio. Se deshizo después de la alfombra para correr entre los jardines del Sultán donde le apresaron y llevaron a su presencia.

– Majestad mirad el intruso que hemos interceptado en vuestros jardines ¿Le cortamos las manos o directamente la cabeza?

La Princesa, que estaba sentada en un escalón más abajo que el Sultán, no daba crédito y estaba en un ay.

Pero tal y como le había concedido el buen Genio, el Sultán -que era un venerable anciano- quedó prendido del muchacho, cuya presencia y conversación le animaban extraordinariamente.

No es oro todo lo que reluce, ni basta el poder por el poder. Queriendo y siendo querido por nuestros mayores, se consigue lo imposible pues está más a la mano de ellos que de nosotros ya que han vivido más. Este humilde muchacho le cayó tan bien al Sultán que él mismo le propuso que se casara con su hija, lo que le haría rico sin haber tenido la ambición de serlo como tampoco la de convertirse en el sucesor del viejo Sultán, pero lo fue y fue un buen gobernante para su pueblo, estoy seguro, puesto que su mandato venía del amor y no de ninguna otra ambición.

 

Aniceto Valverde

Le había perdido la pista a mi amigo Luichi, Luichi Santos. Me habían informado, eso sí, de que andaba por todo el mundo -como él había deseado toda su  vida- capitaneando diversas clases de buques. Ahora lo hacía con el llamado Slowman Runner , atracado en el muelle de contenedores de Santa Lucía, aquí en Cartagena. Buscaba a una mujer que, tal vez, se encontrara aquí. Quién sabe lo que nos depara la vida.

El caso es que me lo encontré, de pura casualidad, en el Bar Sol. Luego siguieron otras entrevistas en las que Luichi (que ahora se hacía llamar Josef Marlow, según su pasaporte chipriota) me fue relatando algunas de sus aventuras, especialmente las relativas a la mujer que iba buscando.

 

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La lucha por la vida

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Un hombre, antiguo militante comunista y exilado en Inglaterra, ha abandonado sus ideas políticas y vive en la capital londinense bajo la apariencia de un modesto anticuario. Un día recibe la visita de un cliente que conoce su pasado y le hace el encargo de conseguirle una pieza arqueológica, la que sea del siglo I de nuestra Era, de las muchas y valiosas que pueblan el subsuelo de su ciudad natal. El aparente anticuario acepta y, pasados muchos años, vuelve al país y a la ciudad que viven momentos convulsos, en plena Transición política. Ese ambiente convulso se va a trasladar a su esfera personal, a su ámbito más íntimo, al reencontrase con una mujer del pasado.

 

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Yo no soy ni fui marinero, sino soldado del Tierra. Por ti lo hubiera sido o me convertiría de inmediato en un hombre de la mar sin que me hubiera marchado cuando el jardín hubiera estado en flor ni me iría ahora (en este tiempo en el que escribo) por esos mares de Dios: contigo ya hubiera estado (si me hubiera decido en su momento, hace tanto tiempo) o estaría como entonces lo sentí, tocando el cielo con la punta de los dedos.

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Nunca fui marinero, sino soldado de Tierra, de la fiel Infantería. Y, sin embargo, contigo deseé y deseo hacer la travesía de la vida. Déjame acompañarte. Arbolaríamos nuestro navío frente al viento y desplegaríamos el velamen a su favor, aprovecharíamos su impulso y partiríamos sin rumbo a quién sabe dónde; quizás hacia un destino que hubiera compartido contigo y que la vida parece presentarme de nuevo. Tiene una importancia igual a cero a que alguien distinto de nosotros (de quienes éramos y de quienes ahora somos) quiera saberlo. Qué hubiera importado o importaría a donde llegáramos si tú vinieras conmigo en esa travesía. Es más, incluso embarcaría contigo, tras ese periplo de la vida, la navegación o ‘derrota’ y el amor por esa sonrisa que ilumina tu rostro, en esa nave que nunca ha de tornar a este mar.

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La crisis económica y una posible solución personal o de un grupo de personas no necesariamente ilegal, pero alternativa o colateral y de dudoso resultado. La vuelta a prácticas de la posguerra española que parecían olvidadas y extinguidas: sólo recordadas como anécdotas por nuestros mayores, padres o abuelos. En el fondo,  tan sólo nos queda el recurso a reírse de uno mismo como medio para superar la tragedia cotidiana y el caos cósmico.

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Hay diversos tipo de ratas

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Se quiere mucho a los  animales hasta el punto de arriesgar la propia vida por ellos, sobre todo a los llamados de compañía. Pero he de decir que este relato acaba mal, incluso para el dueño…

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