No era infrecuente que le enviaran mensajes como aquel desde allá los tiempos modernos con el encargo de actuaciones que, en realidad, podían considerarse ‘de toda la vida’. Eso, al menos en cuanto al fondo de la controversia en la que querían que interviniera; no así en la forma de llevar a cabo ‘las misiones’, pues el modus operandi había cambiado mucho de apariencia que no de presión (e incluso amenaza) al pobre que se viera en la lamentable situación de no poder responder a sus obligaciones. Lo que no sabemos es si al caballero le sacaban del Medievo, ya finalizadas las Cruzadas, o si, viviendo en la edad Contemporánea, alguna perturbación le aquejara de tal forma que caballero andante se creyera.

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El teniente coronel del Cuerpo Jurídico de la Armada Roberto Martínez, a sus cincuenta y cinco años, llevaba ya mucho tiempo en la reserva. El Servicio Militar había dejado de ser obligatorio y otras reformas en las leyes militares como la de 1987, habían disminuido notablemente las necesidades de este personal. Si el Sr. Martínez se encontraba en ese Cuerpo lo era por el empecinamiento que había puesto su padre, honroso antecesor en el mismo, porque a él -al teniente coronel Roberto hijo- le hubiera gustado más un destino en la mar que le ayudara a profundizar en sus conocimiento y gusto por la matemática y física aplicadas a los fenómenos meteorológicos y a la astronomía. El pase a la reserva le había dado una segunda oportunidad en la vida para su desarrollo personal en esos campos si bien sus ‘avances’ le producían cada vez más zozobra.

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LA MEADA DEL MONO

Sí, ‘el Galgo’ tuvo que marcharse de la ciudad porque su vida corría peligro y no sólo por el que él mismo se infligía (estaba totalmente enganchado al maldito ‘caballo’), sino porque se había atrevido a estafar a los que introducían ese veneno en la ciudad, e incluso a otros que simplemente trapicheaban como él para procurarse la ‘ración’ necesaria para evitar padecer los síntomas de lo que se llamaba y se sigue llamando ‘el mono’; síndrome de abstinencia propiamente dicho que provocaba la ausencia del consumo de la droga necesaria según la que cada cual se hubiera hecho al cuerpo.

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EL PORVENIR DE MI PASADO

Se suele usar el término marinero ‘derrota’, en relación a un navío o -en este caso- una persona, cuando se dirige a alguna parte física, o, en su caso a una conclusión que le traerá problemas. Yo lo entiendo como el ‘fallo’ que dicta un juez: puede estar muy seguro de su corrección, pero -como en la ‘derrota’-siempre cabe la posibilidad de errar. La mar es poderosa e inescrutable mismamente como las personas que tantas veces corremos el riesgo de fallar. Todo es relativo y más en el mundo que hemos creado.

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CAMBIO DE RUMBO

Si cae una persona a la mar o herida en la batalla sus compañeros harán todo lo posible para rescatarla. Pero hay un límite al deber que consiste en no poner en juego la vida propia, puesto que -además- sería doble pérdida, una de ellas sacrificio inútil. Si hay dos náufragos flotando gracias a la misma tabla de salvación, pero ésta va perdiendo capacidad portante y sólo puede ya servir a uno, la misma razón de ‘economía vital’ se impone. Pero lo que se ha de intentar hacer es no llegar a ese extremo, sino que quizás haya uno más fuerte (no es tan infrecuente) que pueda tirar del otro hacia el lado de la vida y lo hará hasta el límite de su propia extenuación. Y hasta donde la, en este caso, ‘víctima inicialmente voluntaria’, se deje.

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LA RESACA DE LA NAVIDAD

La del alba debía ser cuando me desperté pues como a «don Quijote» cuando salió de la venta creyéndose armado caballero, a mí también me reventaba el gozo y no precisamente por las cinchas de «Rocinante», sino de lo más profundo del corazón. Del alma más pura y platónica puesto que no pasó nada, es un decir. Simplemente había pasado la noche de la que tan temprano me levantaba, abrazado a Begoña, aunque con pequeñas ‘incursiones’ en forma de caricias. Y eso que la idea de quedarnos solos y en la casa de su padre la noche de Reyes había sido de ella. Ya se sabe y lo he dicho: ellas nos escogen a nosotros y mandan sobre nuestros sentimientos.

Lo que sí pasó fue la Navidad, y el dinero de la Lotería, y un terremoto en nuestras vidas. En la de los cuatro: la de la Luisa y ella; la mía y la de ‘el Galgo’.

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NADA QUE LA TERNURA NO QUISIERA

El Galgo’ nos dio  la Nochevieja, o ya la madrugada de Año Nuevo cuando dormíamos un ratico -por parejas- en aquel apartamento de La Manga cuyas llaves me había dejado el hijo de un amigo de mi padre que se dedicaba a gestionar su alquiler y venta y que, a su vez, era amigo mío: el tío –‘el Galgo’, quiero decir- se había comido una dexedrina (una anfetamina muy fuerte) y le dio un ataque de nervios o ese efecto de agobio y angustia que da la aceleración del corazón como si estuvieras preso o atrapado y no pudieras librarte de la cadena psicológica que te atenaza.. Y menos mal que yo supe tranquilizarle porque las chicas, la Luisa y Begoña, lo pasaron muy mal.. ‘El Galgo’ cuando se le hubo pasado el efecto prometió no hacerlo más. Él con lo nervioso que era ya de natural, pues no era plan echarle más leña al fuego. Y pareció haberlo comprendido. Hay que ve lo que influyen las circunstancias sociales y económicas en estos peligrosos temas.

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UNA NOCHEVIEJA PASADA POR AGUA

Tras estos días sin vernos y sin que, por tanto, te pudiera seguir dando cuenta de nuestras andanzas, para seguir, te refresco un poco la memoria. Estábamos en que nos había tocado un premiecillo en la Lotería de Navidad: un duro por peseta invertida. Ya sabes que es un decir. De tocarnos nada y si acaso fue a la Luisa y a Begoña (que lo organizó todo) que eran las que tenían los dos talonarios de papeletas o participaciones para el viaje de estudios de una compañera mayor y ni ellas ni nosotros, ‘el Galgo’ y yo, Félix, habíamos vendido ninguna. Pero hicimos como quien no quiere la cosa y Begoña puso el dinero para pagarlos como si los hubiéramos endosado todas sus papeletas y fuimos cobrando el premio de la misma forma…

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