LA CHATARRERÍA y ANTICUARIO

—A ver si nos aclaramos ¿qué haces tú, Narrador, en esa parte de la ciudad donde hace tantos años estaba la Barbería de ‘el tío Venancio´ contándonos esa historieta del pelao a la taza? (https://www.expresodemandarache.es/2023/10/01/a-nice-entry-2-91/)

—Disculpad, amigos Damián y Flora, sólo quería situaros en la zona de la ciudad castiza durante muchos años (ahí por donde anda también la estatua de Isidoro Máiquez), porque en ella y sus alrededores tuvieron lugar estas Aventuras. Y la Barbería del tío Venancio y el anticuario y compra venta de chatarras pegaban la una a la otra; aunque aquélla cerró mucho tiempo antes y ahora estamos hablando de las postrimerías de los años 70 del siglo XX a los que ahora viajaremos para contar este episodio.

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EL  ‘PELAO DE TAZA’

A la barbería del tío Venancio lo habían llevado hacía muchos años, como unos siete u ocho pues ahora tenía quince. Fue una sola vez y nunca más volvieron a hacerlo porque le hizo un pelado como de niño de la inclusa…

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En un cielo estrellado como de signos algebraicos.

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AMOR, GUERRA Y SOLEDAD

En los libros está escrito que a la diosa Tanit se la llama también Ishtar o Astarté  y que su símbolo en Cartago es un triángulo cubierto por una barra o raya horizontal y un círculo que corona toda la figura sobre la que a veces hay también una media luna y cuyo dibujo completo aparece en muchas ocasiones como enmarcado en una casa o capilla de trazos muy simples….

Por el contrario, en ninguna parte encontrarás vestigio fidedigno alguno que acredite, ni remotamente, que yo me haya llamadoo Sinuhé.

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LA MORADA DE LOS DIOSES ANDA ALGO REVUELTA

Apenas dejó que el teléfono diera un par de tonos para atender una llamada que dijo que esperaba, que sabía que yo iba a hacer aunque me felicitó por la rapidez con la que había averiguado la clave que encerraba el número de la línea por la que hablábamos casi como si fuéramos ya viejos conocidos…

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MENSAJES DIVINOS EN EL MÓVIL

Recibir un sobre que un desconocido le ha dejado al camarero del bar donde uno suele desayunar, y varias veces porque su negocio de investigaciones y solvencias arqueológicas es una ruina, y que en él se contenga una nota con un dibujo y las letras ‘tnt’, no tiene ni pizca de gracia. En cambio, cuando uno abre la puerta y lo primero que ve apoyada en una de las jambas es una chica como aquélla, el miedo deja paso a otras emociones, te comas o no una rosca luego.

 

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Comenzamos una nueva historia, un nuevo relato con motivo de las Fiestas de Cartagineses y Romanos.

La primera entrega se titula

QUIÉN QUIERE BUENOS COMIENZOS

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LA CARTA DE DESPEDIDA

No había pasado ni un mes desde que me encontrara a Luis Santos, que ahora era Josef Marlom, tomando una cerveza en el Bar Sol como si no hubieran pasado los años. A él le trajo la nostalgia y la remota posibilidad de encontrar aquí a una mujer que había conocido en Casablanca cuando ella, llamada Irina Maniker, acompañaba al siniestro traficante Nasser Alkasser. Su barco, el Slowman Runner, había servido para transportar un cargamento de armas a un pequeño país del sur de África. Pero Luis, Luichi para los amigos, no había entregado el cargamento a quien le habían encargado, burlando a Nasser. Las armas nunca arreglan nada, me dijo amargamente en la habitación del Hotel Peninsular, donde me citaba clandestinamente para relatarme esta historia. Y agregó que los que él creía que iban a liberar aquel país, luego de hacerse con el poder, se habían vuelto igual de despiadados que el tirano derrocado. Leer más

MUERTE EN LOS RAÍLES

El gigante de cuello de toro perdió el equilibrio y cayó a las vías poco antes de llegar a Murcia. Alguien encontraría su cuerpo al amanecer. Pero ningún periódico daría cuenta del suceso. No se puede dar la noticia de la muerte de un hombre cuya existencia era un secreto para el resto del mundo.

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DE ÁFRICA A LA ETERNIDAD

Mi amigo, antes llamado Luis Santos, Luichi para los de la panda, ya tenía en su poder la mitad del dinero pactado, dos millones y medio de dólares en billetes usados que el desalmado traficante Nasser Alkasser le entregó en un maletín de desgastado cuero negro al borde mismo de la escalerilla del buque. El siniestro cargamento, que incluía algunos misiles contra carro y otras armas de similar carga mortífera, ya estaba estibado en la bodega del Slowman Runner: los hombres de Nasser dirigidos por su sicario Chan se habían encargado de hacerlo durante la noche. Él subió al buque y le dedicó una sonrisa entre cínica y de burla, un gesto muy suyo, al traficante. O tal vez fuera al amanecer sobre Casablanca, un espectáculo que Luichi ya sabía que no volvería a contemplar.

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