NIÑO DE LA CALLE
Se le ve (o algunos lo vemos) deambular por las calles de la ciudad desierta -sobre todo por las tardes- del tórrido y bochonorso estío.
NIÑO DE LA CALLE
Niño, es como si formaras parte del mobiliario de la ciudad, un adorno urbano de materia humana. Cuando la ciudad se va quedando desierta y el horizonte se distorsiona por la llamarada que asciende del ardiente asfalto, tú tomas las calles, como si la estatua del Icue cobrara vida y anduviera por ahí a su aire. Sombra de hombre. Negro de sol y mugre. Abono para la sarna. ¡Niño de la calle!
Te he visto recoger agua del pilón de la calle del San Juan, niño de la calle. Y tirar de ella y casi arrastrarte subiendo por la Muralla de Tierra, la calle del Rosario, por encima de la Serreta, al lado de donde estaba ese surtidor antiguo de petróleo y se vendía leña también, adonde iba a parar igualmente una de las salidas/entredas de los refugios de la Guerra. Niño de la calle, negro de sol y mugre, abono para la sarna. Disfrutas por unos momentos del agua del surtidor, salpicándola, jugando con otros niños como tú.
Buscavidas a tus pocos años. Chiquillo de baño furtivo sin escuela; de los Bloques y La Cortina como mucho. Negro de sol y mugre y de trabajo. De cargar el agua por la cuesta del barranco. Niño cara de viejo que te dejas ver al mismo tiempo que los perros abandonados deambulan por la ciudad desierta del verano, como ellos sin rumbo cierto. De contenedor en contenedor, de restos en restos. Naufragio de persona. Niño de la calle, negro de sol y mugre, me duele el alma de verte descalzo sobre el ardiente asfalto.
Niño de los muelles solitarios del anochecer. Desamparado, errante, ensombrecido, envejecido. Sombra de la ciudad desierta del verano. Por ti yo me quisiera cambiar. ¿Será por mala conciencia? Dime, niño de la calle: Si estamos hechos de la misma materia, ¿por qué tú no tienes nada y a nosotros nos sobra y no nos basta? Niño de la esquina y del cantil, niño de mi sentir y de nuestros olvidos, quién borrará tu sombra de las calles desiertas para darte una vida mejor.
Por la cuesta del barranco, de la Muralla de Tierra, donde mueren los callejones de la Magdalena y otros así (lo que va quedando) sube una sombra de niño con dos garrafas muy blancas de plástico, llenas del agua del surtidor. Pesan tanto que lleva la espalda y los hombros vencidos. Un niño de la calle, de los muelles errantes. Sin rumbo aparente. Como algunos navegantes. O muchos, y cada día más.
Aniceto Valverde Conesa
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