LA JUNTA `POSTMORTEM’: SÓLO PUEDE QUEDAR UNO
Una muestra más del civismo playero
Para contar esta historia hay que partir de varias premisas, aunque a la postre “sólo quede uno” de la Junta vecinal playera de todos los años.
El propietario Sr. Martínez C. se afeitaba mirando del reojo el cajón donde guardaba el ‘Colt 45’ que pensaba ceñirse para la Junta.
Mientras tanto, otro Sr. Propietario, colindante con el anterior sólo disponía de un robusto hueso de jamón… Otros tenía una quijada de burro y, al que menos, no le faltaba la navaja de gran tamaño, cualquiera que fuera su mecanismo.
Todo tiene su explicación. El Sr. Martínez C., propietario del apartamento de primera línea de playa había ampliado su salón, dormitorio, cocina ‘americana’ a base de comerse la esquina de la gran terraza, lo que impedía a los de atrás ver un filo de mar al que, indudablemente, tenían derecho. Era el más odiado…
El siguiente propietario, a su vez, se había comido el rellano de la escalera, adelantando la puerta de su apartamento hasta la barandilla.
Otra más -no vamos a ser sexistas- se había construido un penthouse sobre su genuina propiedad. Ésta portaba una katana de afilado filo y era la más detestada por la Administración.
Y así podríamos seguir hasta donde se ha dado la verdadera casuística y la imaginación alcanzase…
El Presidente declaró abierta la sesión. Y comenzaron los tiros y puñaladas. Tuvo que levantarla en solitario ya que, por las extraordinarias afrentas, los odios mutuos y la falta de capacidad de cumplimiento de las normas y de diálogo, se mataron sin piedad los unos a los otros, incluida la Sra. del penthouse y la representante de la Administración por si las moscas. El Presidente se salvó de milagro. Era un pobre hombre al que la Guardia Civil encontró llorando bajo la mesa. Creo que después intentó donar su apartamento a una ONG de rehabilitación y reinserción social, pero no tuvo tampoco éxito e igual que la sala de reuniones quedaron como museos de un nuevo aunque reducido holocausto. Y él, como estaba claro a todas luces, estaba solo, completamente solo, tanto que decidió ingresar en una orden monacal.
Aniceto Valverde Conesa
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