EL ECO DE LA SONRISA DE DIOS

Dedicado especialmente a Carlos Dosel, presidente de la Asociación de Escritores de Cartagena, por lo que sin duda ha debido ser una usurpación achacable a un robot malicioso de los que pululan por Internet el asunto se solucionará por la vía técnica y esperemos que no jurídica.

 

El valor de las palabras.

La imagen que ilustra este modesto texto es un ejemplo de lo que se denomina  Captcha. Se suele emplear para verificar que es una persona y no un robot el que intenta acceder a algún contenido web, recuperación de contraseñas, etc. En definitiva, alguien que usa palabras y no es un algoritmo mecánico-informático.

 

Se dice que la fe mueve montañas, y esto no deja de ser una metáfora. Pero afirmar que “la palabra mueve multitudes”, es una frase directamente apoyada en la realidad, según afirmaba el teniente general Sabino Fernández Campo en su prólogo al libro “Los discursos del poder. Palabras que cambiaron el curso de la Historia”. Como saben, Sabino Fernández Campo fue preceptor del ahora cuestionado en su actuar, Rey don Juan Carlos I, y Jefe de su Casa durante muchos años.

 

La fuerza de la palabra es inusitada. Al fin y al cabo, incluso desde el punto de vista religioso, la palabra significa un poder inmenso. En el Génesis, al describirse la creación del universo, se repite constantemente el efecto de la palabra de Dios. Dios dijo: “Haya luz y la luz se hizo” y la separó de la oscuridad. Hasta llegar a la creación del hombre. Y en cada etapa creativa “vio Dios que el efecto de la palabra era bueno”.

 

También en el prólogo del Evangelio de San Juan, se dice que “al principio era el verbo, y el verbo es Dios”. De la misma manera que en el Deuteronomio se recuerda que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Algo no existe si no puede ser nombrado. Por eso también Dios dio nombre a todos los animales y las cosas fruto de su creación. Y esto, como digo, puede que no sea más que una metáfora, pero no existe pensamiento sin ideas, ni sueño sin imágenes que sean descritas por la palabra al despertar de un nuevo día que tal vez conjure la pesadilla. Como no existe avance o innovación sin sueño e imaginación previos que sueñen una realidad diferente y puede que más justa que pueda ser transformada con la insustituible herramienta de la palabra.

 

Un escritor polaco, cuyo impronunciable nombre lamento haber olvidado, dijo que “todo el Arte no es más que el eco de la sonrisa de Dios.» y debe ser cierto que se parte de la risa con nuestras modesta o con lo que llamamos nuestras creaciones.

 

Unamuno afirmaba que “el hombre es hombre por la palabra”. La potencialidad de pensar descansa, en último extremo, en las palabras con las que se ponen de relieve los elementos del pensamiento.

 

Por la misma razón la capacidad de hablar y de una de sus manifestaciones como es la de escribir, permiten la comunicación. El diálogo ha sido siempre el contrapunto del ejercicio de la fuerza. La palabra nos define como seres racionales frente a la irracionalidad, lo primario y primitivo que conlleva la intolerancia. Y esa forma extrema y colectiva de violencia que es la guerra.

 

Utilizar las palabras para escribir pasa necesariamente por ponerse en el lugar de otro: del o de los personajes que se crean y son hacedores de la historia que se cuenta. Y también, por qué no, del hipotético lector que habrá de conectar con la obra que debe transmitirle algo: un mensaje, un sentimiento, en tono sentimental, cómico o incluso científico o tecnológico. La literatura se conecta en esa frecuencia, longitud de onda (FM) o ahora diríamos en la IP del servidor donde se aloja una página web, que se encuentra entre la realidad y el sueño. Allí donde el hada Campanita le dijo a Peter Pan que le esperaría por siempre. Otros lenguajes o jergas como la jurídica, médica, la filosofía o la historia pura se cogen el dial del pensamiento en bruto o puro, con pretensiones de objetividad. La literatura, por el contrario, debe estar siempre contaminada por el sentimiento, la subjetividad, los diversos pareceres u opiniones y las distintas sensaciones: amor, terror, miedo, amistad, envidia, etc.

 

Uno de los prodigios más asombroso de la vida humana, de la vida de la cultura, lo constituye esa posibilidad de vivir otros mundos, de sentir otros sentimientos, de pensar otros pensares distintos incluso de los nuestros y que, posiblemente, nunca nos hubiéramos imaginado. Por eso leer es vivir mucho más de lo que los estrechos márgenes del tiempo vital nos permiten. Viajar es también vivir más, conocer otros lugares con sus historias y anécdotas. Ambas cosas se pueden compaginar como se viaja a través de la imaginación del escritor y la que crea o recrea el lector.

 

Decía Rabindranath Tagore en uno de sus “Pájaros perdidos” que “las palabras van al corazón cuando han salido del corazón”. Sinceramente espero que las de este artículo como todas las que contiene y contendrá esta modesta página El expreso de Mandarache (https://www.expresodemandarache.es/) les conmuevan y emocionen y también distraigan o les hagan brotar una sonrisa como tanta satisfacción a mí me produce plasmarlas.

 

Aniceto Valverde Conesa

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