ARROZ CON LECHE

Una deliciosa costumbre de Semana Santa.

Mi abuela materna, que se llamaba  Dolores, tenía un huerto y jardín preciosos. Y sabía muchas historias a veces truculentas como a aquella de “quien no estrena algo el Domingo de Ramos se queda sin manos.”

Mi abuela tenía el jardín en la entrada principal de su enorme casa de San Antón en aquellos ya lejanos tiempos. Entre muchas flores, como jazmines y campañillas o dientes de dragón y lo que llamaba lirios y árboles había un melocotonero al que mi primo y yo nos subíamos pringándonos de la resina que exudaba el arbolico.

En el huerto había gallinas que tenían su hogar y comedero en un habitáculo al fondo del patio junto con los conejos que también tenía y muchos.

Si mi abuela tenía todo eso y, sobre todo esa casa tan grande también sobre un solar grande, era porque el abuelo se dedicaba a la crianza y trasiego de ovejas y cabras que meta, después del pastoreo en una nave también grande, paralelo a la casa.

Cuando llegaba esta época, con la leche de esas cabras hacía un arroz con leche que, cuando estaba hecho, repartía en enormes tazones. Hacerlo, en aquellos tiempos en que no había, como es obvio, Termonix ni nada parecido le costaba horas de cocina. Recuerdo que hervía la leche de cabra varias veces; que la hervía hasta el punto de ebullición. Y para que no se saliera de la olla o no rebosase de ella metía un platico o algún objeto limpio, naturalmente. Misterios que ella sabría, pero el caso es que la leche hirviendo no se salía de la olla donde se cocía el arroz hasta que éste, siempre según su acertado ojo, estaba ya lo suficientemente cocido y blando como para ir poniéndolo a enfriar, también largas horas, antes de depositarlo en esos enormes tazones.

Nunca he vuelto a comer un arroz con leche tan exquisito como el que hacía la abuela Dolores. Y mira que me sigue gustando como postre, de manera que he dado buena cuenta de todos los que he probado o me han ofrecido. Pero como el recuerdo de aquel sabor fuerte, pero a la vez muy dulce, jamás volveré a comer ninguno. Lo tengo claro., aunque me guste que se mantenga la costumbre de hacerlo, en cualquier época del año, pero sobre todo en Semana Santa, Bon appétit.

Aniceto Valverde Conesa

 

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