UTOPÍA INVISIBLE

Decir que el mundo ha cambiado radicalmente es una estupidez en boca de quien lo dice, a mi juicio. Y lo ha sido en tal grado que ha girado ciento ochenta grados, como en el famoso relato «El bosque» de Ítalo Calvino en el que la pérfida reina no podía matar al rey (para poner a otro, su cuñado) porque cada vez que se le iba a presentar la oportunidad, su tropa pasaba a nivel del suelo como las del rey marchaban sobre las tupidas ramas de un extraño bosque, seguramente, encantado. Y favorable al buen rey.

En tiempos anteriores, la utopía «clásica» había sido un suministro de certezas,  un paraíso encontrado en el que disponer de todas las respuestas. Sin embargo el filófo español Daniel Innrarity («La sociedad invisible») afirma lo que dice en el cuento. La verdadera utopía es la recuperación de la contingencia: todo es posible de otra manera, existe el futuro y éste se afirma como el símbolo de que todo podría ser distinto. Como de hecho, me permito añadir, que muta constantemente, que es venir a decir lo mismo.

De ese concepto y ser de la nueva utopía invisible es de donde nace la idea de que nadie, ni teoría alguna, pueda monopolizar el fututo, lo que, a su vez, es el núcleo de la nueva utopía, valga la redundancia. Como, a mi juicio vienen a avalar desde el punto de vista técnico-científico, la «mecánica cuántica» y posterior «Teoría de la Relatividad»

La reflexión sobre ella, sobre la utopía sigue siendo insustituible (y hoy más que nunca) para el pensamiento político y social porque nos ayuda a saber qué es lo que podemos exigirnos unos a otros como miembros de comunidades locales y globales (nuevas polis), por qué situaciones vale la pena ponerlo todo en juego. Y, quizás lo sea por nuestra propia subsistencia y lo que nos humanos, lo que somos como tales, frente a fenómenos como la llamada Inteligencia Artificial, paradigma actual de la progresiva pérdida de la libertad.

Aniceto Valverde

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