Por si no había tenido suficiente como para darle vueltas a este concepto, que en definitiva es una degeneración o efecto secundario de la digitalización, con la Ponencia que impartió el maestro @juantomasfrutos (podéis ver el modesto reportaje que hice en mi Muro del Facebook @Aniceto Valverde) vengo a tropezar con el magnífico artículo de Amanda Mauri publicado en El País, bajo el título “La esperanza de Teresa”, del que me atrevo a extraer unas notas que recomiendo vivamente incluso por salud mental.
Ya en 2002 el historiador francés Renan afirmaba que ni la raza ni la lengua definían a una nación; las personas percibían en el corazón que compartían ciertos pensamientos y sentimientos, recuerdos y esperanzas. Ahora, desde entonces si no antes, las naciones se hallan en proceso de extinción; las naciones tal y como las habíamos venido concibiendo desde el siglo XIX.
1.- Juguetes rotos
Cayeron las bombas por debajo de las sirenas sorteando su cántico protector y atrapando a cientos de seres humanos. Es lo bueno de aquellos artefactos inteligentes que se ceban siempre con los más desprotegidos causando terror en la noche oscura del alma.
Y aquí estoy yo con mis ilusiones muertas, sin futuro, y mis juguetes rotos hechos jirones de tristeza.
Las inscripciones funerarias suponen la mayor parte de la epigrafía que nos ha quedado de la época romana. Esa costumbre de establecer comunicación entre los vivos y los muertos a través de las inscripciones en piedra es bien conocida y de ella hay una nutrida muestra en el Museo Arqueológico ‘Enrique Escudero’, que se asienta sobre una necrópolis de aquella época.
Le vi venir del Puerto, como si acabara de desembarcar, y aunque hay una distancia considerable entre la escultura del Marinero de Reemplazo -donde él se hallaba- y la entrada al establecimiento “Efectos Navales” donde yo pensaba entrar o de hecho estaba a punto de hacerlo, pude darme cuenta de que era un tipo alto (metro ochenta aproximadamente) y fornido que vestía el uniforme de alguno de los Cuerpos de la Armada; en principio -por mi ignorancia- no supe distinguir cuál, sino hasta que estuvimos los dos en la tienda. Era del Cuerpo de Veterinarios.
Para Mabel
Todos los años el mundo se acaba dos veces. Una vez es la natural, digamos, que acaece en diciembre con la ingesta de la última de las doce uvas. La otra sucede en estas fechas con los albores del verano (o veraneo, propiamente dicho del éxodo a la segunda residencia donde ha lugar o de viaje quien pudiere). En cualquier caso, la consecuencia es la de que el mundo se acaba y ello implica que tenemos que tener finalizadas todas nuestras tareas, las nuestras y las que han de realizarse por nuestro encargo y presumible beneficio. Antes del parón vacacional hemos de presentarnos ante el Altísimo con los deberes hechos y, a ser posible, la muda limpia. La adrenalina corre a chorro por nuestras venas…
Siempre te han gustado los lugares de tráfago, de intercambio de mercancias. También aquéllos a los que la gente va y viene como las estaciones de tren o autobús. Es una pena que ese interambio humano que se produce en el comercio de mercadería parezca irse perdiendo con el paso del tiempo, siendo sustituido por las llamadas «grandes superficies» contra la que no tengo nada y respeto mucho a su personal. Pero para mí lo que gozaba con la conversación con mi pescadero o frutero sobre la procedencia y calidad de sus respectivos productos.
Y, de paso, filosofábamos sobre la vida, que es un continúo fluir. Porque, como decía Azorín podrán cambiar los tiempos «Progresará maravillosamente la especie humana; se realizarán las más fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá un hombre con la cabeza, meditadora y triste, reclinada en la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir.»
Hoy, que tengo un familiar recién sometido a una operación quirúrjica, aprovecho estos momenticos para ofreceros unas imágenes (más que palabras), tomadas en el día de ayer, del Mercado de Santa Florentina en Cartagena (España) no sin cierta nostalgia como el hombre de una ciudad, un balcón, de Azorín.
Espero que os gusten.
Estás solo enfrente de la pantalla del ordenador o quizás del móvil. Miles de artículos pasan delante de tus ojos; artículos digo de productos en el sentido gramatical de la palabra.
El hombre que huye
Esto era una vez un hombre que trabajaba en el circo, en el mejor circo de aquel país convulso como todos hoy día. Por su parte, el circo tenía el director más sabio del mundo y sabía asignar a cada artista en cada función el papel que mejor pudiera desempeñar sobre todo en función de su estado de ánimo y condiciones físicas. Era como el mejor seleccionador de fútbol.