EL VAR
Es más fácil soñar si estás fuera de tu ciudad, aunque nunca llegues a conocer todos sus recovecos.
El sol se pone. Es tan bonito que la gente se pone de pie y aplaude s ese fantástico espectáculo de la Naturaleza
Para mi amigo José Blas Hernández y su obra «Traición a Peral»
Isaac Peral
Tengo un amigo que cuando estoy triste o algo deprimido me dice que ha ido a ver a Isaac Peral a su tumba del cementerio de Nuestra Señora de Los Remedios, en Santa Lucía (o «la Isla» como por estos lares se llama a esta parte de la ciudad). Según esta persona, que es algo filósofo, el insigne inventor le dice en estos casos que me cambiaría sin dudarlo un momento su vida; más concretamente, sus últimos años, cuando fue víctima no sólo de una gran incomprensión, sino que fue objeto de una expresa campaña de desprestigio e incluso vilipendio por parte de unas autoridades de las que mejor guardarnos la opinión. Y eso que las pruebas del submarino que lleva su nombre y que lucía en el Muelle de Alfonso XII y ahora lo hace en la Facultad de Ciencias de la Empresa (de la UPCT) de la ciudad de Cartagena (España), fueron todo un éxito y el invento había recibido anteriormente el apoyo expreso de la Regente Doña María Cristina. Isaac Peral –debido a esa campaña motivada por la envidia, el pecado nacional como es sabido, incluso tuvo que darse de baja en la Marina y murió de una meningitis el 22 de mayo de 1985 fuera de su tierra natal: nada más y nada menos que en la ciudad de Berlín.
Si mi amigo filósofo y culto me cuenta todo esto, él que sabe mucho, no es por otra cosa nada más que para animarme. Y, desde luego, que lo consigue. No porque uno se pueda equiparar ni remotamente al genial inventor en sus méritos. Pero sí (tal vez) en su tristeza; un sentimiento que se me pasa inmediatamente cuando (piensa uno) lo afortunado que es y que quizás incluso seamos todos los habitantes, cuando menos, de esta ciudad, aun a pesar de la crisis en ciernes. Y es que aunque a veces llueva, cosa que tampoco viene mal, casi todos los días no sólo amanece que no es poco, sino que el sol resplandece en el albor de la primavera cuando la Naturaleza vuelve a despertar del letargo del invierno.
Quizás haya pocos espectáculos tan hermosos como ese amanecer visto desde el puerto de esta ciudad, desde su parte Este, naturalmente. Ver cómo, conforme pasa el día, su reverberación sobre el mar es más intensa: desde unos tibios rayos hasta el apogeo del mediodía y su declinar con la puesta del sol (un toque militar ese que personalmente me gustaba mucho). Además es gratis: está al alcance de cualquiera.
Ya sé que la crisis es grave. Pero no hay bien que por mal no venga (uno cree que se debe decir así y no al uso que es que no hay mal que por bien no venga: lo que debe venir es el bien, el bien común, para todos). Y de ella creo que «resucitaremos». Desde luego hay que vivir de ilusión. Y lo que está más claro aún, si cabe, es que a los genios como Isaac Peral nunca tienen éxito (según éste se entiende al uso) en vida.
Aniceto Valverde Conesa
AMOR y LIBROS
Arturo Pagán hace el turno de noche en una fábrica. Vuelve a su casa a las seis y media de la mañana justo a tiempo para despertar a su mujer, Carmen, que apura en la cama unos instantes de sueño hasta que oye el café salir y se pone corriendo su bata y se ordena con las manos el pelo. Le da un poco de vergüenza que su marido la vea así: no es lo mismo que cuando duermen juntos y los dos se levantan al mismo tiempo. Él siente también apuro de su cuerpo sudoroso. Se rehúyen la mirada que ambos tienen fija en la taza de café que beben corriendo para ir al aseo. Todas las mañanas chocan en la puerta del cuartito de baño: “Pasa tú”. “No, no, entra tú primero”. No se aclaran y acaban compartiendo ese estrecho lugar de su modesta casa dándose empujones sobre el lavabo para alcanzar la pasta de dientes o acertar a verse en el espejo. A veces en ese roce y forcejeo surge el amor. Casi no tienen otro momento. Carmen siempre acaba exclamando: “Dios mío, qué tarde se me ha hecho.” Ella trabaja en las cocinas de un hospital (ya ves tú, en estos tiempos del COVID-19) y tiene que estar allí a las ocho de la mañana y para eso tiene que coger varios autobuses haciendo un recorrido tan largo como el que ha hecho su marido en el ciclomotor para volver a casa. Casi siempre tiene que doblar el turno porque las cosas no les van demasiado bien y a Arturo no paran de decirle en la fábrica que escasea el mineral o que su precio ha bajado en los mercados, según las épocas, o que los costes de producción han subido y que la empresa prescindirá de gran parte de su plantilla o, cuando menos, que harán un ERTE a parte de los trabajadores. Todos esos rumores circulan con gran facilidad en el turno de noche entre el aullido de las máquinas y el calor abrasante de los hornos de fundición que es una actividad esencial.
Cuando Carmen se marcha Arturo recoge las cosas del desayuno y se mete en la cama que su mujer casi acaba de abandonar precipitadamente. Se consuela con el calor que ella dejó. Duerme hasta media tarde en que suele ir a hacer la compra. A ambos les gusta comprar juntos libros, pero es raro que puedan hacerlo, y ahora menos aún. Arturo hubiera querido ir hoy a la feria del libro con la intención de comprar uno para Carmen; pero la actividad está suspendida. El día 23 de abril fue su aniversario y entre unas cosas y otras no ha tenido tiempo de hacerle ningún regalo. Prepara la cena y pone la mesa justo a tiempo para sentarse con ella. Pero él ya está pensando que se tiene que ir al trabajo…
Carmen recoge la mesa mientras oye el ruido de la escooter alejarse. Se queja cariñosamente de las cosas que su marido no terminó de hacer bien en la casa. Casi no tiene tiempo de nada más antes de irse a la cama con el libro, el de los amores difíciles, que Arturo le ha regalado, comprándolo por Internet una de esas mañanas en que añora a su mujer, Carmen. Una lágrima de amor, ternura y soledad le recorre la mejilla. Acaba de enterarse de que espera un hijo.
Aniceto Valverde Conesa