VERBENAS y EPÍLOGO

LAS VERBENAS Y EL EPÍLOGO

Llevo varios días tratando de escribir un ‘principio’ de final o un final ‘abierto’ para las historias veraniegas que os he venido intentando contar, puesto que -según creo- todas admiten un punto y seguido; pero también necesitan quizás un pespunte, una delgada costura si quiero terminar de conformar con ellas (y las que vendrán) un corpus homogéneo y tal vez legible y entendible como un todo, como un pequeño universo. Sabía que era lo que más me iba a costar y que probablemente fracasaría en la segunda parte de este invento comunicativo. Si la primera era contar el episodio en singular, esta segunda tendría que hacer cómplice al lector del secreto de su arquitectura, especialmente del microcosmos que formábamos aquellas pandillas de entrañables amigos que pasamos los veranos de nuestra infancia en las distintas Playas del Mar Menor entre fines de los años 60 y mediados-finales de los 70.

Y ya estoy cantando: las historias son verídicas o veraces. Si en toda ficción hay algo de realidad, en éstas el porcentaje es alto, pero no al cien por cien. Por ejemplo, no existió ningún personaje al que peyorativamente se llamase el Moro Muza cuya historia o papel en esta serie encajaría por razones que contaré. Eso sí, los relatos son absolutamente veraces ya que, si no se pudiera decir que participamos en las acciones, sí que sin duda seríamos testigos de primera mano.

La acción final estaba claro que debía desarrollarse en una de las típicas verbenas de la época, puesto que nuestra, que tu intervención en ellas había pasado de la de hacer el payaso y jugar debajo de los escenarios a la propia de la pre o adolescencia…

En el pueblecico, en aquel entonces, estos lugares de ocio, se ubicaban más o menos: el Cine (al que Miguel y yo -Juan- conseguimos llegar a tiempo tras hincharnos de berberechos un día en la Isla Mayor o del Barón), en el centro; la feria con sus atracciones y especialmente los coches de choque en un solar paralelo a la carretera de Alicante; y, la verbena en otro solar colindante a los Apartamentos Mar Menor.

La geografía de la vida, de tu vida que va o ha ido cambiando de escenario -creo que nunca mejor dicho- aunque la siguiente haya llegado nunca a solapar totalmente a la anterior. El niño o la niña que fue aun sigue o seguía existiendo en aquélla con la que rudimentariamente te besaste. La escena de amor más bonita que viste ocurrió más o menos así atisbada fugazmente en la ambigüedad de la penumbra: Él se encontraba tumbado sobre uno de los poyetes al pie de la urbanización, la cabeza apoyada sobre las piernas de ella que estaba sentada y dejaba caer su melena larga y lisa de manera que tapaba el rostro y la cabeza de él. Era evidente que estaban besándose; pero también tenían cogidas sus manos apoyadas levemente sobre el sexo del muchacho.

Sonaba aquella canción titulada “Por el amor de una mujer”, pero sus acordes no eran tristes…

 

FIN (Por el momento)

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