EL POLÍTICO y EL CIENTÍFICO

En este apunte se intenta analizar el papel de la Filosofía en la gobernanza de los Estados. Se inicia con las tesis de Max Weber para acabar con las de Platón expresadas en su obra «La República»

 

Encontré unos viejos apuntes. Antes de deshacerme de ellos quise echarles un vistazo por los recuerdos que me traían. En una nota garabateada al margen encontré la referencia: “El político y el científico”, Max Weber. Ese libro que compré en una librería de viejo hace tantos años no debía andar lejos. Al rato de buscar entre aquel montón de papeles ya inútiles porque muchas de las cosas que aprendimos de ellos han sido superadas por la cambiante realidad, encontré sus tapas desgastadas y me puse a mirar sus hojas amarillentas llenas de frases subrayadas y de anotaciones de lo que fue la última caligrafía que recuerdo antes de utilizar para casi todo el ordenador. La casualidad me brindaba (una vez más) un método de análisis y unas reflexiones (de mucha más autoridad desde luego que el propio pensamiento) sobre si debe trascender a la vida pública la callada labor del investigador, como puede pensarse en principio, y sobre el propio papel de éste en la política, un asunto que está de actualidad.

 

En los apuntes había escrito que el libro era la historia de una contradicción. No era exacto. La verdad es que lo que en él se dice demuestra una vida que oscila entre el hombre de reflexión (el científico que Max Weber fue realmente) y el hombre de acción (el político, el que quiso ser), pero la factura de sus tesis es limpia, nada contradictoria: La finalidad del pensamiento es participar en la acción. El político debe alimentarse de las ideas elaboradas por el científico que puede ser él mismo en una fase reflexiva previa a la acción. Y para eso está obligado a conocer la historia, a la que Weber llamaba la ciencia de la cultura, especialmente (y no hay contradicción en ello) la del momento presente en el sentido de que el político debe estar empapado hasta la médula de los valores mayoritariamente admitidos en la sociedad del momento histórico a la que pretende servir. Porque esa comunicación recíproca entre conocimiento y acción es un rasgo esencial del hombre histórico, que no es lo mismo que el historiador. Por tanto el político debe ser permeable y en ese sentido reflexivo y científico, consciente del momento histórico en el que vive dado que los valores sociales que tiene que defender surgen del incesante intercambio entre el individuo y el medio, otro rasgo más según Max Weber de la historicidad del hombre.

 

Ideas todas ellas, pues, de reflexión, tolerancia, moderación, historicidad y democracia. Todo es cambiante, todo fluye como las aguas del río de Heráclito. Nunca te bañarás en el mismo Y, aseguraba Platón, que los reyes debían ser algo filósofos, pero que los dioses nos libraran de los filósofos reyes. Sus palabras textuales son:

«A no ser que los filósofos sean los reyes en los Estados o los actualmente llamados reyes y soberanos sean filósofos en verdad y con suficiencia, y no se vea unida una cosa a otra, el poder político y la filosofía, y a no ser que una ley rigurosa aleje de los asuntos públicos a esa multitud de individuos a los que sus talentos les llevan exclusivamente a una o a otra, no habrá remedio, querido Glaucón, ni para los males que devastan los Estados ni incluso, creo yo, para los del género humano.» ( Platón: La República.)

 

Aniceto Valverde

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