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La biblioteca universal.

Las potencias asiáticas se habían hecho con el dominio mundial a través de un fortísimo desarrollo tecnológico. Destacaba especialmente la Ciencia Informática que gobernaba el suministro de la información y de la alimentación mundial a través de poderosos ordenadores. Los códigos de programación eran cada vez más complejos y secretos. La vida se había digitalizado por completo. Las palabras casi habían desaparecido siendo sustituidas por los iconos, los símbolos gráficos y la sola imagen de los acontecimientos daba cuenta informativa de ellos. La atmósfera se ha tenido que cubrir con una bóveda de metacrilato con ventiladores para proteger y purificar el aire en la Tierra.

 

SINOPSIS: Control informático

Las potencias asiáticas se habían he- cho con el dominio mundial a través de un fortísimo desarrollo tecnológi- co. Destacaba especialmente la Ciencia Informática que gobernaba el su- ministro de la información y de la ali- mentación mundial a través de pode- rosos ordenadores. Los códigos de programación eran cada vez más complejos y secretos. La vida se había digitalizado por completo. Las pala- bras casi habían desaparecido siendo sustituidas por los iconos, los símbo- los gráficos y la sola imagen de los acontecimientos daba cuenta informativa de ellos. La atmósfera se ha tenido que cubrir con una bóveda de metacri-ato con ventiladores para proteger y purificar el aire en la Tierra. Un ataque que dominará a la Humanidad está a punto de desencadenarse.

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VIAJE AL CENTRO DE INTERNET

PRIMERA ENTREGA

El dominio de Oriente.

No fue la tan augurada guerra nuclear la que acabó con la humanidad tal y como la habíamos conocido hasta los comienzos del Tercer Mileno de nuestra Era.  Pasadas las felices décadas de los años veinte y treinta del siglo XXI, conocidos como la “Techniqué epoc” en claro paralelismo con la “Belle Époque” de un siglo antes, sobrevino la crisis mundial  que amputó a los seres humanos sus facultades más básicas. ¿Para qué destruir a los hombres si se podía dominarlos por completo? De malos agoreros se acusaba entonces a aquel grupo de personas que formaban el club de “El mono de la maraca” que ya advirtieron hace cincuenta años de lo que estaba pasando. La comodidad impidió entonces a las gentes percibir la involución, y bien que “el mono” hacía sonar la maraca para advertirlo como seguidores del “neopositivismo lógico” del Club de Viena. Eso sí, con la diferencia de que “El mono de la maraca” no era ni el más fuerte ni el más ágil de la manada. Hacía cosas extrañas como leer libros y no comer carne. Nadie le hacía caso. Pero un buen día se encontró en la selva una maraca. Comenzó a hacerla sonar y todos caminaron tras él por el bonito sonido que le sacaba al instrumento que volvía locas a las que hasta entonces le habían dado la espaldad al pobre “mono” de la evolución. De esta anécdota tomó el club su nombre: lo más simple hace lo más hermoso y agradable al ser humano.

Habían sido años muy felices, la dorada época de la tecnología que lo hacía todo fácil: se habían llegado a desarrollar humanoides para el servicio doméstico y uno estaba unido a un trabajo cómodo por medios tecnológicos tan sofisticados que bastaba un click del ratón para cumplirlo satisfactoriamente. Y de los ratones, pero de los que aún existían como seres vivos, vino precisamente la idea que finalmente ha triunfado en esta primera década del Tercer Milenio, si nosotros, los que quedamos, no somos capaces de ponerle remedio.

Aquello que se dio en denominar como deslocalización de las empresas hizo furor desde el momento en que se pusieron en marcha medidas efectivas para proteger el planeta. Llegaron algo tarde; pero no hemos tenido que emigrar a otros planetas como ingenuamente se hacía creer en las antiguas películas de ciencia ficción. Bastó con instalar una esfera de metacrilato permeable que retuviera y purificara, de cuando en cuando, la atmósfera. Pero esto vino luego a ser otro elemento más de la trampa. Las grandes multinacionales, únicas empresas que sobrevivieron a la estanflación de los años treinta, es decir a la inflación galopante conjugada con la subida del precio del dinero –el “eurodólar”- y el crecimiento nulo de la economía que entonces se produjo, se establecieron para siempre y en su totalidad bajo el amparo de las potencias asiáticas. Recuerden lo que llegó a decirse del periodo entre las dos primeras guerras mundiales acaecidas en el siglo XX. En la denominada República de Weimar, en la Alemania de aquellos tiempos, se llegó a afirmar: “Antes íbamos a la compra llevando el dinero en el monedero y los productos en la cesta. Ahora llevamos el dinero en el capazo y la compra en el monedero”. Esas grandes empresas se llevaron a sus ejecutivos más selectos. La mano de obra resultaba mucho más barata. Las necesidades de infraestructuras eran mínimas: había ya ordenadores minirreducidos que, superando con creces la Ley de Moore, trabajaban a la antigua velocidad del sonido en su conversión a millones de gigaherzios; antigua porque ahora no existe el movimiento del aire que permita comprobarlo: sólo hay viento cuando alguien pone en marcha las turbinas de ventilación acopladas a las bóvedas ‘celestes’ de metacrilato. Todos se pusieron a programar y programar en secuencias de seguridad, en protección no sólo de redes, sino aun a niveles personales y sociales. Pronto descubrieron que la mejor defensa es el ataque, un ataque que neutralizara al enemigo. Pero la desconfianza era tal que todo el mundo estaba bajo la sospecha de poder ser un infiltrado que luego pudiera vender o difundir los secretos y volver a hacer vulnerables los sistemas. De esta manera, el círculo programador con verdadera capacidad decisoria se fue reduciendo al mínimo de la misma forma que la capacidad intelectual de los propios programadores, en clara concentración de poder.          Como se decía en el ‘chiste’ gráfico de “El Roto”: “Cuando despertaron en Occidente, los asiáticos ya estaban allí.”

Este relato , de seis entregas, fue publicado en La Opinión como texto del verano de 2008. En aquel entonces me pareció divertido. Pero ahora me produce un profundo temor dados los derroteros quue está tomando o están tomando las sociedades contemporéas. Por eso lo traigo a colación.

Las magníficas ilustraciones son de Pedro García Raja, quien fuera Delegado del diario La Opinión durante muchos años. Tengo con él una tremenda deuda de gratitud.

(Pinche en la imagen para verla en su integridad y poder leerla. Gracias)

 

 

Para Ana y Juanma.

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La pandemia hizo aún más difíciles, e incluso engañosas, la relaciones interpersonales trabadas mediante el uso de Internet.

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