LA CADENA INFORMATIVA

Desde primera hora de la mañana en las cafeterías de toda la ciudad, y puede que si no en todas las del mundo, al menos sí en todas las de este país, se puede observar un curioso fenómeno informativo.

Desde primera hora de la mañana en las cafeterías de toda la ciudad, y puede que si no en todas las del mundo, al menos sí en todas las de este país, se puede observar un curioso fenómeno informativo.

Está claro que, como se ha dicho en más de una ocasión, los hombres somos animales de costumbre y que ésta, en determinadas circunstancias y aspectos y cumpliendo ciertos requisitos jurídicos, puede convertirse en ley mediante su consolidación en el llamado derecho consuetudinario.

Historias aparte, el hecho cierto es que la rutina ya establecida por el trabajo u otras circunstancias de la vida como llevar los hijos al colegio, hacer la compra, etc., nos hace ir con precisión matemática y obligación cuasijurídica todas las mañanas al mismo local en busca del indispensable café de la mañana, antes, durante o después del cumplimiento de aquellas tareas.

De la misma forma que camino del trabajo siempre nos encontramos y saludamos más o menos a la misma gente, también al café de la mañana concurren casi todos los días las mismas personas, si bien tenemos diferentes trabajos o vivimos cerca del local o nos pilla de paso y, por supuesto, tenemos distintos gustos y sin duda que también diferentes visiones de la vida.

En el trasiego de la gente hay un punto de comunicación entre el buenos días y el toma o te paso el periódico, pues ocurre con la misma invariabilidad en que el día sigue a la noche y viceversa, por el uso de la costumbre, que siempre hay ese compañero, vecino, amigo, conocido, etc., de la mañana que te pasa el diario o al que se lo cedes.

De esta manera la información que al principio venía contenida en el periódico recién impreso se va enriqueciendo, y no sólo con la mancha de café o gota de aceite de la tostada que te estás tomando y que cae en alguna de sus páginas, sino con tu opinión sobre las materias de la actualidad. Y cuando lo lees no está leyendo lo que el redactor o simple columnista escribió, sino todo lo que los que lo leyeron antes opinan al respecto, por ejemplo, de si creerse o no las promesas de cara a las elecciones que se aproximan de cualquiera de los aspirantes a cargo público. Uno no se da cuenta, pero también deja su particular huella invisible en la publicación.

Yo tengo mucha suerte: la gente que me pasa el periódico en el café de la mañana es muy moderada y amable pues cuando lo leo las letras, líneas y columnas siguen horizontales y no marcan picos de montañas abruptas ni se han puesto todas en mayúsculas que en escritura es como chillar al hablar. Creo e intento pasar yo también el periódico con el mismo amor.

AVC

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