DE ÁFRICA A LA ETERNIDAD
Mi amigo, antes llamado Luis Santos, Luichi para los de la panda, ya tenía en su poder la mitad del dinero pactado, dos millones y medio de dólares en billetes usados que el desalmado traficante Nasser Alkasser le entregó en un maletín de desgastado cuero negro al borde mismo de la escalerilla del buque. El siniestro cargamento, que incluía algunos misiles contra carro y otras armas de similar carga mortífera, ya estaba estibado en la bodega del Slowman Runner: los hombres de Nasser dirigidos por su sicario Chan se habían encargado de hacerlo durante la noche. Él subió al buque y le dedicó una sonrisa entre cínica y de burla, un gesto muy suyo, al traficante. O tal vez fuera al amanecer sobre Casablanca, un espectáculo que Luichi ya sabía que no volvería a contemplar.