EL ALGORITMO DE LA FELICIDAD
Fórmulas y algoritmos en el Amor y la Felicidad
Decía “Les Luthiers” en una de sus letras —verdaderos aforismos, a mi juicio— que “cuando las paralelas del amor se cruzan con las transversales de la pasión…”, pues eso, que puede pasar cualquier cosa.
Para empezar esta exposición hay que distinguir entre lo que es una fórmula de un algoritmo. Una formula es un descubrimiento. Un algoritmo es el camino entre dos realidades. Por ello, quizás, la frase de los “Les Luthiers” sea más bien un algoritmo que una fórmula, aunque pueda no ser el único ejemplo real de ambivalencia, es decir que sea el camino para llegar a un descubrimiento
Ya hablamos en día de la Máquina de Pensar que ideó Raimundo Lulio o Ramón Lluc —según se quiera— allá por el siglo XIII, un ingenioso artefacto que le llevó a la ruina más absoluta.
La creencia a la que Ramón Llull dedicó su vida fue la de intentar convencer a sus coetáneos de que la fe se alcanzaba por medio de la razón y con el sistema lógico por él propuesto, a través de su máquina de pensar —el aspecto claramente algorítmico— que constituía una síntesis del misterio de la Trinidad, los sefirots de los cabalistas, las hadras de los sufíes y los astrolabios de los astrónomos, se llegaba a la incuestionable conclusión de que todos creíamos en un único Dios y de que podía convencer de ello a cristianos, judíos y musulmanes (las religiones del Libro) y conseguir la unidad religiosa en un cristianismo renovado, liberado de ciertas malas prácticas que él denunció en su época. Peor para él, pues murió lapidado por unos u otros: para todos era un hereje.
En síntesis su sistema de pensamiento se basa en tres conceptos: materia, forma y concordancia, siendo la forma las distintas manifestaciones que puede tener la materia en función de la concordancia, que a su vez son las distintas relaciones (funciones) que se pueden establecer entre el elemento materia para que ésta se manifieste de una u otra manera. Si al hacer girar la maquina no coincidían esos tres elementos, si no había relación (función) la premisa no era válida.
Y es que, en realidad y ya extrapolando esos conceptos llegamos a la moderna “Teoría o Ingeniería de sistemas” cuya disciplina se puede resumir en que sistema (del griego syn-hystemi, cuyo significado es yo junto o yo relaciono) que se define como un conjunto de elementos relacionados que a su vez es el origen de todo conocimiento. Una vez me dijo un hombre sabio que a aprender “se aprende relacionando conceptos”. Como cuando se usa un diccionario o mejor una enciclopedia. Y hoy día los contenidos —seleccionados con buenos criterios— que se hallan en Internet.
Dándole una vuelta más a esas relaciones se pueden deducir tanto fórmulas como algoritmos.
Albert Einstein comenzó demostrando que la luz se componía de materia corpúsculos y energía (para mí la llama de la vela, su espiritualidad, es el nexo de unión entre el mundo material, los que aún estamos, y los que nos dejaron). En términos simples de ello se deduce el descubrimiento revolucionario de que la energía es igual a la materia por el cuadrado de la velocidad de la luz E = mc2 , que es la ecuación —la fórmula— más famosa del mundo.
Por su parte, sobre todo desde el auge de la Informática, de los ordenadores y las redes sociales, se ha generalizado —muchas veces sin saber qué se dice— el término algoritmo.
Y éste, en Informática funciona como conjunto de pasos o instrucciones establecidas, ordenadas y delimitadas para solucionar un problema. Pero a diferencia de la fórmula, en el algoritmo se encuentran definidos tanto el origen o la base de la que se parte como, sobre todo, el problema que hay que resolver.
Para verlo más claro digamos que un programa informático trata de un conjunto de algoritmos ordenados y codificados en un lenguaje de programación. para ser puestos en marcha en un ordenador.
El problema surge porque resulta que ese algoritmo viene expresado en códigos (o sentencias o rutinas, quizás mejor dicho) alfanuméricos, o sea combinaciones de caracteres y números. A éstos se les presume la precisión de las fórmulas; mientras que a las letras les es consustancial, si no la imprecisión sí, al menos la sinonimia. No hay mejor remedio cuando el ordenador se cuelga que reiniciarlo para restablecer el algoritmo alfanumérico que le hace operar, o sea para que coja la rutina o el camino establecido para que haga lo que queremos.
Una fórmula puede ser incorrecta, es decir que se encuentra afectada por el principio de falsación que enunció Karl Popper. Pero que en realidad, ya en el siglo XIII, cómo habíamos dicho, había establecido San Raimundo Llulio al decir que una proposición era falsa sin no concurrían los tres elementos de su fórmula, a saber: materia, forma y concordancia.
Pero a lo que iba con todo este rollo es a decir que en la felicidad como en el amor coinciden tanto fórmulas como algoritmos.
El amor o su concurrencia da lugar a la felicidad. El amor se alcanza través de distintas formas o fórmulas dispares que, además de por la propia experiencia, podemos vivir en la experiencia de los libros y, en realidad, es un cierto engaño de la Naturaleza para perpetuar, si cabe, la especie. La felicidad es su función algorítmica. Es un camino que hay que trabajarse día a día y tratar de no romper ni ir contra su código aun imperfecto, que viene impreso en la naturaleza de los hombres, todos iguales cuando menos en este aspecto.
Mis disculpas a quienes les parezca prosaica esta exposición sobre el amor y las fórmulas y funciones matemáticas.
Aniceto Valverde Conesa
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