INSINUACIÓN
Una mujer y un hombre acabar de terminar de comer en el «Mares Bravas» de La Cortina (Cartagena)
Habían comido caldero. Mucho y bien, la verdad.
Él la había invitado porque ya lo había probado al salir de su trabajo con unos compañeros cuando decidieron echar por el antiguo camino de los túneles —reabierto al tráfico tras unas obras— en lugar de por la autovía, precisamente para comer allí. Era viernes.
Para él fue un descubrimiento. No era de Cartagena y acababa de aterrizar aquí para colaborar en la implementación de un nuevo proyecto empresarial o en su ampliación en Escombreras.
A ella tampoco le pillaba de sorpresa. Todo lo contrario. Había comido en muchas ocasiones allí, bien en verano bien por alguna celebración.
Los había presentado el técnico de Prevención de Riesgos Laborales de la empresa y ella era la médica de la Mutua. En la sede de ésta ya se habían encontrado en varias ocasiones. Ella era muy atractiva.
Un día, a solas, él se armó de valor y la quiso invitar allí. Ella dijo: «No sé si será muy ético». Pero aceptó.
Él no paraba de hablar del proyecto que le había llevado a Cartagena. Ella levantaba la vista de cuando en cuando y le miraba a los ojos. Los tenía bonitos y de buena persona… Y ese día no llevaba su habitual traje de chaqueta. Tenía buena planta.
Ella no hacía más que pasar su dedo índice de la mano izquierda acariciando el borde de la copa que, si pudo antes contener el vino que se habían tomado, ahora estaba medio llena de agua.
«Joder, es que este tío no se da cuenta de que lo que quiero es echar un polvo».
Aniceto Valverde Conesa
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