VIAJERO DE OTOÑO

Es más fácil soñar si estás fuera de tu ciudad, aunque nunca llegues a conocer todos sus recovecos.

Te gustan los lugares a los que se llega o desde los que se parte. Los puertos, de mar o río, las estaciones, de trenes o autobuses, y los aeropuertos, en cuyos muelles, andenes y vestíbulos coinciden los que se van y los que vienen: son mercados en los que se compra y vende el viaje, la distancia; a veces el olvido; la perspectiva con la que se mira la ciudad que abandonas. O la posibilidad del reencuentro con las calles añoradas y las gentes a las que se quiere y se ha echado de menos: el cariño, el recuerdo, o la visión imaginaria y por adelantado, cómo te imaginas que va a ser la ciudad a la que llegas por primera vez, o cómo habrá cambiado la que un día, más o menos lejano, conociste. El trayecto es en sí mismo la medida del tiempo. Sólo comprendemos su paso inexorable viendo cambiar el paisaje a través de la ventanilla, como un fotograma de película, el filme de la vida que atraviesa distintas estaciones.

En tu ciudad hay un pequeño monumento al viajero, una escultura inmóvil: no va a ninguna parte. Parece un músico de jazz. Está sentado sobre su maleta y lleva sombrero de alas: sólo le falta la trompeta, el saxo o el piano que le imaginas en las manos para parecerse, en delgado y con barba, a Louis Amstrong, B.B. King, o John Lee Hooker (tocando la canción de éste llamada “One bourbon, one scoth, one beer”), o de entre nosotros a Max Suñé. O a cualquier músico callejero o de cafetín.

Está situado en el punto urbano donde confluyen las estaciones de ferrocarril y de autobuses, delante de la de los de vía estrecha, “el chicharra”, que quedó con la nostalgia de un pasado de riquezas mineras y en el que imaginas viajarían aquellos buscadores de fortuna a los que se llamó ‘los partidarios’, como los que tienen la fiebre del oro en las películas, sólo que en este caso la estatua del viajero tendría una armónica en los labios o tocaría el banjo.

Te gusta viajar y volver, y retornar de nuevo al camino. Un viajero de barro, dice Manolo García. Propones un viaje por la imaginación; por la ciudad soñada en la melancolía otoñal mirando al viajero inmóvil. Me alquilo para soñar.

Aniceto Valverde Conesa

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