Ella sabe que si no es capaz de representar en su mente el ejercicio a la perfección tampoco conseguirá llevarlo a la práctica, a la ejecución, a la realidad de la misma forma sin mácula. Tenía veinticinco años y llevaba casi la mitad de su vida entrenando en los complejos deportivos de cada vez mayor nivel de su país. El número o cantidad de competidoras se iba ampliando y, consiguientemente, estrechando o disminuyendo las posibilidades de alcanzar el objetivo. Todas con el mismo sueño de clasificarse para los Juegos Olímpicos. En el caso de su grupo para las pruebas de salto de trampolín de piscina, clavado o, en plural, saltos ornamentales. Ella le tenía una especial afección al llamado de ‘tirabuzón’.