LAS AVENTURAS DE ‘EL GALGO’ Y ‘EL GATO’ (8)
UNA TARDE DE CINE
Si nuestros padres habían ido a ver a Boris Karloff interpretar a ‘Fu-Manchú’, nosotros -me contaba Félix ‘el Gato’- nosotros teníamos como ídolo a Bruce Lee. “Bueno, nosotros, más bien ‘el Galgo’ que luego repetía una y otra vez las posturas y golpes que le veía hacer en las películas.”
Ese día, sábado (después del incidente del mechero zippo), ponían una de las suyas en el cine “Central”, cuya entrada estaba en aquel tiempo por la plaza de Risueño. Y no es que ‘el Galgo’ fuera violento. Por el contrario, era muy tranquilo y jamás le vi empezar una pelea. Pero cuando se producía alguna, bien que sabía defenderse.
Ir al cine, para ellos, era escapar de la dura realidad. Era, más concretamente para ‘el Galgo’, poder escaparse del duro destino que le estaba reservado desde que había nacido y desde que, de bien pequeñito, su padre lo sacó del colegio y, por decirlo de algún modo, una manera de quitarlo de en medio de sus tropelías de alcohólico y mujeriego. El muchacho se pasaba todo el día trabajando acarreando sacos en la Lonja sin más perspectiva que la de seguir así; aunque a él en aquellos momentos no le importase y disfrutase del día a día sin preocuparse del porvenir. Era joven, un adolescente, comía a diario, se mantenía bien y, qué le vamos a hacer, le gustaba y se desahogaba dando o intentando dar esos saltos como Bruce Lee en la película.
Pero el resto de la ‘panda’ de muchachos se juntaban con ellos ya los fines de semana. Éstos eran como el ‘tercer escalón’ de un grupo que lideraba incuestionablemente ‘el Galgo’ y le seguía Félix (el más inteligente sin duda y que llegaría más lejos), que se arrimaban a ellos los festivos en busca de alguna aventura pasajera, pero intensa y aun peligrosa. Aun así, la mayor parte de estos ‘medio-golfillos’ algún día hartarían también a sus padres, los quitarían de estudiar y los pondrían a trabajar en alguna cosa. Además, no había muchas posibilidades para estudiar (si acaso en régimen Nocturno, muy demandado y al que iría, en su momento Félix) en la ciudad de los años setenta del siglo XX. Pero sí que se había ido creando una industria necesitada de mano de obra.
La película empezó ya sin el NODO, pero con algunos anuncios de comercios locales. Y enseguida se fue la luz y la gente empezó a patalear y a hacer chirriar los sillones abatible de las butacas -incomodísimas, por cierto- protestando por la precoz interrupción presagio de otras posteriores. El acomodador, que odiaba a los críos porque no le daban propina (o no podían) dirigía su potente linterna hacia las distintas direcciones de las que provenía el alboroto exclamando que a ver si tenía que llamar a la autoridad, interrumpiendo de paso las ‘maniobras amorosas’ de las parejas que se sentaban al final en lo que más a oscuras quedaba del cine y que, en su mayor parte, eran muchachas del servicio doméstico y soldados o marineros de paso, aquéllas seguramente buscando la promesa de un amor que les sacara de su situación y a ser posible de la ciudad. Pobres ‘chachas’ incautas en aquella época cruel también para ellas. Luego ellos cuando volvían a sus cuarteles iban cantando aquello: «Soy capitán, soy capitán, de un barco inglés, de un barco inglés, y en cada puerto tengo una mujer.»
La proyección de la película fue un auténtico desastre. ‘El Galgo’ se enfadó del destrozo que se había ocasionado a las posturas y golpes de su admirado Bruce Lee. Propuso un nuevo plan: quería volar y practicar o ‘marcar’ los golpes interrumpidos en la película.
Salieron él y Félix seguidos del grupo de chavales en dirección a la plaza de los Héroes de Cavite.
(Continuará…)
Aniceto Valverde Conesa
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