LAS HISTORIAS DE ‘EL GALGO’ y ‘EL GATO’ (4)
EL MAESTRO JUGABA A LA REUNIÓN[i]
[i] Ilustración: El Café de noche de Vicent Van Gogh
Don José, el maestro, se estaba despachando a gusto con el desconocido marinero, español y de reemplazo. Para jugar al billar a la reunión hay que tener un extraordinario sentido de la Geometría (todo el juego lo requiere en realidad), pues no sólo se hace la carambola, sino que hay que calcular con el mayor rigor posible la nueva posición en que hayan de quedar las bolas que facilite al máximo también seguir apuntándose tantos antes de que te sorprenda el fallo.
Camino de los Billares Marfil habíamos dejado a Félix, el Gato, que iba en busca de su amigo, Rafa Cánovas, conocido como ‘el Galgo’, muy aficionados y buenos jugadores de billar también, aunque no tanto como el maestro, claro.
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Los lugares de trasiego, de tránsito de gentes y cosas creo que -al menos los que yo he conocido en mi vida- han sido ciudades o pueblos donde sus gentes fueron muy dados a los juegos de salón, que no siempre comportaban apuestas pecuniarias, sino el sólo orgullo de la victoria en el pique, una emoción que se incrementa cuando se desconoce o no se ha jugado nunca con el o los adversarios. Esta circunstancia se daba casi de lleno en esta ciudad en relación con esos residentes eventuales o temporales, por referirme de algún modo a los que hacían su Servicio Militar en la ciudad. Esto por regla general, puesto que en más de una ocasión se habían originado trifulcas a propósito sobre todo de que el azar hubiera jugado a favor de alguno de los contrincantes y la legalidad de la carambola…
—¿Traes tabaco? —dijo ‘el Galgo’ nada más verle entrar. Estaba recostado sobre una columna de la sala de mesas de billar y miraba por el rabillo del ojo, con la cabeza ladeada, en ese gesto de chulo tan propio de él, cómo estaban jugando el maestro y ese peludo, un marinero de reemplazo que era la primera vez que veían por allí. Había un grupo más de marineros mirando la partida, enfrente de donde, él solo, estaba ‘el Galgo’.
—Toma —dijo él alargándole un cigarro medio aplastado que sacó del bolsillo de su camisa, metiéndose la mano por el cuello del jersey.
Don José, el maestro indiscutible de aquel salón de billares y como ya ha quedado dicho, se estaba despachando a gusto con el desconocido marinero. Ellos le habían visto en alguna ocasión hacerse más de cien carambolas seguidas. No tenía rival en la ciudad y parece que tampoco de fuera de ella; al menos conocido, evidentemente.
Cuando terminaba las partidas, don José se ponía la chaqueta de su traje azul y se iba los jueves por la tarde a la tertulia taurina donde -naturalmente- se hablaba de fútbol. Sólo tenía aquel traje y era el encargado de sellar la quiniela que hacían en la peña y custodiarla hasta el lunes en que, nuevamente, tras vapulear a quienquiera que fuese en los billares, se reunían una semana más a ver la cosecha de la cábala futbolística, nunca para tirar cohetes. Pero de todo esto daremos cuenta más adelante.
‘El Galgo’ dijo: “Esos peludos me han dicho que en el puerto hay un barco de americanos y otros extranjeros”.
—Vamos a dar un garbeo por allí, acho.
Aniceto Valverde Conesa
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