SOLVENCIAS ARQUEOLÓGICAS DE CARTHAGO, S.L. y 4
AMOR, GUERRA Y SOLEDAD
En los libros está escrito que a la diosa Tanit se la llama también Ishtar o Astarté y que su símbolo en Cartago es un triángulo cubierto por una barra o raya horizontal y un círculo que corona toda la figura sobre la que a veces hay también una media luna y cuyo dibujo completo aparece en muchas ocasiones como enmarcado en una casa o capilla de trazos muy simples….
Por el contrario, en ninguna parte encontrarás vestigio fidedigno alguno que acredite, ni remotamente, que yo me haya llamadoo Sinuhé.
En los libros está escrito que a la diosa Tanit se la llama también Ishtar o Astarté (como sale si usas el teclado del móvil para texto y marcas 2-777-8-2-8-33) y que el signo de Tanit en Cartago es un triángulo cubierto por una barra o raya horizontal y un círculo que corona toda la figura sobre la que a veces hay también una media luna y cuyo dibujo completo aparece en muchas ocasiones como enmarcado en una casa o capilla de trazos muy simples. Aquel dibujo era el que que Ramsés había pedido al camarero que me diera aquella primera vez en que lo vi sin saber quién era ni si habría de volver a verlo en mi vida y si aquel dibujo no representaba más bien algún tipo de amenaza (lo de las letras ‘tnt’ era muy fuerte) por quién sabe qué injuria cometida contra alguien en un tiempo tan remoto y por algo que debía tener tan poca importancia que mi memoria no alcanzaba a recordarlo.
Escrito está igualmente que el nombre completo de la diosa es Tanit Kurotrofos, aquella que alimenta o amamanta, la que llora a través de la lluvia fecundante, pero que es al mismo tiempo señora de la muerte. Mi supuesta primera y única cliente, aquella que se había presentado en mi despacho para pedirme que buscara a un hombre que había estado momentos antes en el mismo bar donde suelo desayunar y había pagado mi consumición dejándome a cambio un enigma por resolver; esa mujer con la que luego amanecí sin saber ni cómo ni por qué estaba conmigo, ella sólo había tenido que cambiar la ‘t’ final por una ‘a’ para componer con su verdadero nombre digamos que castellinizado, el de la impostora Tania.
Metí la mano en la chaqueta para sacar el paquete de tabaco y encender un cigarrillo que me calmase los nervios después de haberme desecho de aquel indeseable reptil que apareció sobre mi mesa a base de darle golpes con el flexo. El bolsillo abultaba y pesaba más de lo normal. Lo vacié sobre la mesa, apartando lo que había quedado de la serpiente y del flexo, y además de los útiles necesarios para el pernicioso hábito de fumar, había otro paquete. Lo abrí con mucho cuidado: era el famoso signo de Tanit en una pequeña piedra. Había además una nota: “Cuidaros de los dioses del amor porque transmutan fácilmente su rostro por el de la guerra”. ¿Pero ésta no era una de las misteriosas respuestas que la diosa ofreció como oráculo a Himilce cuando ésta le preguntó por el futuro de Qart-Hadast? No lo sé, pero estaba claro que algún desastre se avecinaba. Para empezar, Ramsés, siguiendo su costumbre de dejar regalitos peligrosos a los amigos sobre sus mesas y de aparecer cuando menos se le espera, o incluso cuando no se desea en absoluto verle el ‘careto’, estaba allí, enfrente mía, diciendo aquella majadería de que venía a llevarse mi alma según el pacto que habíamos concertado en los tiempos del Imperio Medio de Egipto, cuando él era Moltú, el Halcón, el hijo de la Guerra, antes que Bes, el de la fertilidad. E insistía en llamarme Sinuhé, que también significa ‘salvado de las aguas’ como Moisés, pero hubiera jurado que no había sido yo el tipo que para librarse de la soledad infinita le había vendido su alma eterna en alguna otra vida anterior y llevaba todos estos siglos burlándose de él con la ayuda de la diosa Tanit.
FIN
Aniceto Valverde Conesa
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