SOLVENCIAS ARQUEOLÓGICAS DE CARTHAGO, S.L.-3
LA MORADA DE LOS DIOSES ANDA ALGO REVUELTA
Apenas dejó que el teléfono diera un par de tonos para atender una llamada que dijo que esperaba, que sabía que yo iba a hacer aunque me felicitó por la rapidez con la que había averiguado la clave que encerraba el número de la línea por la que hablábamos casi como si fuéramos ya viejos conocidos…
El tipo dijo llamarse Ramsés Montú de Bes (y yo pensé vaya nombre más faraónico y endiosado, joder.) Había querido que quedáramos en el Wakiki, y ese local hace ya muchos años que cerró pero sí que había existido: no era la primera vez que aquel hombre estaba en la ciudad. En su lugar fuimos a uno de los locales de Cuidad Jardín. Cuando lo tuve enfrente, porque ya he dicho que él se presentaba inesperadamente, cuando le venía en gana y después de tenerte las más de las veces horas esperando, me vi en la necesidad que poner mi mejor cara de circunstancias, o como se dice ‘de póker’ para no delatarme: Ese hombre que me pedía que encontrara el original de una antigua estela con aquel dibujo y las letras ‘tnt’, que representa a la diosa Tanit, era el mismo de la fotografía que me habían pedido que encontrara aquella misma mañana cuando volví a mi despacho después de ser invitado por el misterioso y ahora personalmente conocido Ramsés. La mujer, mi primera y única cliente, había dicho llamarse Tania Kurotrofos.
¿Pero esto, qué coño era esto? ¿Una reunión de dioses antiguos o una tremenda tomadura de pelo? Necesitaba aclararme las ideas. Me fui al campamento y debo reconocer que ignoro total y absolutamente cómo amanecí junto a aquella mujer. Juro por los dioses de unos y de otros, de los cartagineses y de los romanos, que sólo tomé dos copas, aunque la última me dejó en la boca un regusto amargo de medicina. Oí la puerta de aquella habitación que resultó a la postre ser la de un Motel, cerrarse y supe que era ella la que se marchaba, pero estaba dominado por la adormidera que sin duda habían puesto en aquella copa y mis miembros no me respondían. Volví al sopor anterior y tuve terribles pesadillas sobre guerras entre dioses antiguos y otros sueños en los que oía la voz de mi madre que me llamaba y me salvaba de morir ahogado en un río. Pero no pronunciaba mi nombre. Durante el sueño me llamaba Sinuhé, “el que es solitario, al que ni el dulce vino ni la adormidera quitan el dolor”. Al poco, en la cuna que mis padres adoptivos me hicieron con sus propias manos, una serpiente se enroscaba en mi cuello y trataba de asfixiarme como a aquel personaje.
A duras penas conseguí llegar a mi despacho, que me hacía también las veces de vivienda: el sofá de la salita de espera era una cama nido y allí solía dormir. Encendí la luz y sobre la mesa había una serpiente que no me miraba precisamente con cara de buenos amigos.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!