LA VENTANA DE «RUBANO»
De cuando uno se siente o ha sentido Náufrago en Tierra.
Un día viniste de donde se pone el sol, de tierra adentro. Habías estado mucho tiempo lejos, perdido en la tierra, en ese poniente de campos de cereales mecidos por el viento y olivos centenarios. Viniste y te asomaste a esa ventana abierta al mar, que hace muchos, muchísimos años echó el cierre: la tienda de ‘Rubano’ en la calle del Aire, en donde podías encontrar pósters de los más majestuosos e incluso ágiles veleros y muchos otros artículos relacionados con la mar. Cuánto echamos de menos estos comercios…
La locura marinera, de tanta nostalgia, te había inundado hasta la médula, hasta lo más profundo de tu ser. Te habías comprado varios libros sobre todo tipo de barcos, especialmente veleros y balandros (bergantín, goleta, bricbarca, pailebote…), y en esa esquizofrenia trenzabas nudos marineros (ballestrinque, as de guía español, cabeza de turco, barrilete…), que azocabas y ponías sobre un tablero junto a las miniaturas de bitácoras, timones y áncoras.
Un día viniste de tierra adentro, de adonde no alcanza el mar. Y te asomaste a la ventana de ‘Rubano’. No había nadie por las calles de la ciudad desierta, en pleno verano, a las cinco o seis de la tarde. Tú viniste de vacaciones: tan sólo una escapada de unos días que querías aprovechar al máximo y que perdurara en tu memoria acaparando el máximo posible de recuerdos de la mar. Y navegaste en ese majestuoso balandro que ciñe al viento de ese póster que firma ‘Beken o Cowes’. Estabas sobre cubierta aguantando el embate de las olas contra la amura de ese buque: un Clipper de Baltimore. Una voz poderosa se hacía oír: “Arriad la mayor. Izad el tormentín.”
O eras la ola que rompe furiosa contra el acantilado y que casi cubría con su espuma hasta el ojo del faro. Qué fotografía más imponente del mar embravecido. Llegó a salpicarte como si estuvieras dentro de la imagen, pasando frío y hasta miedo como el solitario torrero. Pese a todo esa luz giratoria, perenne, se mantendrá en la farola del mar como en ti estuvo la piel erizada.
Qué estallido de los sentidos. Qué pequeñas nuestras disputas y diferencias frente al mar, al mar de la tolerancia: un bajel que apenas deja estela sobre la encalmada.
Un día viniste de tierra adentro con la nostalgia del mar en el corazón. Asomaste el rostro al viento por esa ventana mágica. Quien fuera mascarón de proa para fundirse con la mar.
Aniceto Valverde Conesa
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