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CON QUÉ POCO

En este texto se nos pone delante de los ojos lo que ha sido y sigue siendo el conflicto real en el mundo. Un Norte siempre -o ahora casi- acomodado y un Sur siempre sumido en la miseria que arroja niños muertos a la orilla de sus costas.

Escrito en tono reivindicativo, este texto resulta profundamente conmovedor. Gracias por tu colaboración Mercedes para El expreso de Mandarache. Esperamos que se repita.

Ella miraba el paisaje, estaba sentada, y su cabeza, girada a la izquierda, hacía que casi le diera la espalda a él. Él la observaba.

Delante de ellos estaba el mar, ese mar que se vuelve un espectáculo cuando hay olas. Faltaba una hora para el atardecer y la luz era anaranjada. Todavía quedaban muchas familias y grupos de amigos que desde por la mañana habían desparramado sus enseres, traídos con mucha ilusión, para pasar el día. Disfrutaban de esa libertad que facilita estar al aire libre y sin prisas.

Ella observaba a los niños, esos niños que como en otras playas del mundo, se empeñaban una y otra vez en llenar los agujeros, cavados con sus palas, con el agua traída en sus cubos. Otros, con sus pequeñas tablas, hacían coincidir las olas para arrastrarse hasta la orilla. Sus padres aprovechaban para leer, pasear, disfrutar de la tertulia, o simplemente jugar con ellos. Se oían risas y se veían caras relajadas mirando el paisaje. Parecían todos contentos.

Qué poco se necesita, a veces, para ser feliz, -pensaba ella- y qué privilegio estar ahí, donde muchos hubieran querido llegar…

Ese mar, se estaba convirtiendo en un mar de pérdidas. Ese mar que a muchos les había dado felicidad, a otros les estaba arrebatando todo. Cuánto dolor atesoraba en su interior, cuántos sueños se habían disuelto en sus aguas. Y los niños, esos niños que nunca tuvieron la oportunidad de jugar en la orilla, perdieron todo por llegar a ella, donde quedaron boca abajo, callados  y sin nombre.

Qué poca compasión se impregna en los que pueden tomar decisiones de reparo. La compasión, ese sentimiento que enaltece al hombre que la siente y que lo empuja a querer librar de sufrimiento a cualquier ser vivo, se estaba diluyendo también en esas aguas.

Contrario en actitud está cuando sentimos solo pena, nos apiadamos de la situación, pero es un sentimiento vacío de emotividad y de empatía que no trasforma nada.

 

Imbuida por sus sentimientos, sintió rabia y una gran tristeza, y girando su cabeza, se encontró con la mirada de él, una dulce mirada, que encajada en una suave sonrisa, parecía adivinar sus pensamientos. Ella cambió su gesto de amargura y sus ojos se llenaron de agradecimiento. Y pensó: “con qué poco, a veces, se es feliz, y cuánta  grandeza hay en la comprensión”. Se acercó a él y le dijo: “se hace tarde”, y sintiéndose querida, lo abrazó.

 

Mercedes Aróstegui Fernández de Piñar

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