ESQUILACHE
Uno más que tuvo que irse por el Puerto de Cartagena (España)
A DOS METROS DE TI
ESQUILACHE
Como dicen o se titula una sección de un programa de radio que escucho todas las mañanas a las 6 a.m. (yo soy una persona de costumbres frugales y amante de la radio en la era de Internet) “Cualquiera puede tener un mal día”. Y sin duda para Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache lo tuvo que ser el día 5 de abril de 1766 en que abandonó España definitivamente por el Puerto de Cartagena, dejando dicha su amargura por cómo el propio pueblo español le pagaba sus innumerables servicios.
Esquilache fue un hombre ilustrado, de origen italiano, muy ligado al rey Carlos III desde que se conocieran cuando éste era rey de Nápoles. Carlos III, ya saben «el mejor alcalde el Rey», a lo que contribuyó notablemente Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache. No hace falta, creo, reseñar, todas las obras y reformas que se hicieron bajo sus auspicios y los beneficios que ello aportó no sólo a la Villa y Corte, sino al conjunto del país. Un país sí, pero un país de ingratos. Y si por algo ha pasado a la historia Esquilache fue por el conocido motín que lleva su nombre acaecido entre el 23 y el 26 de marzo de 1766, una conjura que le llevó a la ruina moral y al descrédito.
Era costumbre de la época vestir largas capas y sombreros de alas anchas bajo los cuales se escondían armas y se facilitaba la impunidad del agresor, incluso asesino, al no poder reconocérsele el rostro. Esquilache pretendía acabar con ello prohibiendo o, digamos, recortando, las alas de los sombreros y embozos y acabar con la citada impunidad. Dar luz, en definitiva, que era y es la insignia de la Ilustración.
Pero un pueblo inculto y un clero perjudicado por las reformas hicieron causa común contra el marqués ilustrado. Y armaron la de San Quintín. La más importante de las condiciones para acabar la revuelta contra la monarquía fue la expulsión del ministro Esquilache. Y Carlos III no tuvo más remedio que claudicar ante el imperativo de los incultos insurrectos, deseando continuar con la inveterada costumbre española de matarse o matarnos entre nosotros y a ser posible de la manera más vil.
Pero ¿por qué les cuento hoy esto? Pues porque desearía que volviera un nuevo marqués de Esquilache que nos vacunara contra la mala costumbre asesina, aunque ya no se lleve embozo ni sombrero de ala ancha (pero hay otros medios más sofisticados y me vienen a la cabeza los drones); hallara una vacuna frente a una nueva posible COVID-19, que me permitiera descubrir mi rostro y a no impedirme contemplar el de las bellas habitantes de nuestra tierra liberándonos de las mascarillas, las gafas de sol y, tal vez, sombrero de ala ancha.
Pero a lo que iba con estar torpes palabras es que hay que ver cuánta gente de la Historia se ha ido o venido por el Puerto de Cartagena. A veces forzosamente, como el marqués de Esquilache. Y es que la Ilustración no siempre ha pegado con nosotros.
Aniceto Valverde
* La imagen que ilustra estas torpes líneas pertenece a la colección de las Bibliotecas de Madrid y se titula precisamente «El Bando de Esquilache».
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