EL ESCLAVO DE LA NADA

Ajedrez solitario

Ser esclavo de la nada es como creer en un Universo utópico. Es hacer el Quijote convirtiendo a una moza labradora llamada Aldonza Lorenzo en la gran señora Dulcinea del Toboso. Yo quise ser un casco azul, un soldado de la paz. Pero no conseguí sacar plaza en la Academia de Oficiales de mi país. Me quedé en el vacío hasta que decidí establecerme por mi cuenta y convertirme en un free-lance. Total me daba igual dar testimonio desde la vertiente militar que desde la periodística; quizás, incluso, ésta me daba más libertad de movimiento. Y digo tal vez porque en la guerra no se respeta nada: ni niños, mujeres, civiles, militares ni tampoco testigos incómodos de la atrocidad. Pese a todas las Convenciones de Ginebra de 1949. Nada importa.

Una vez un oficial norteamericano me lo explicó claramente. “Mire, a los civiles los matan sin piedad o los someten a torturas indescriptiblemente crueles como a los simples soldados a los que, por ejemplo, los meten en barriles de petróleo anclados al suelo y expuestos al sol que los va matando poco a poco del grado de temperatura que alcanza el bidón. Pero la tortura a los oficiales o mandos que podemos saber algo de nuestras fuerzas y posiciones, las torturas son más psicológicas. Encierro en habitaciones con lavabos cuyos grifos no para de gotear morosamente —y seguía— y una gota, tras otra… hasta romperte el cerebro. Y al día siguiente, nuevo interrogatorio y así sucesivamente…”

Este oficial, que luego tuvo que pasar años de terapia restauradora, pudo aguantarlo gracias a su afición al ajedrez. “Un día reparé en que la colcha de mi camastro tenía una especie de estampado de cuadraditos idénticos, pero de distinto color. Yo me sabía de memoria no sólo los movimientos iniciales de una partida, sino de éstas algunas íntegras de los grandes maestros. Era de tal magnitud el esfuerzo mental que tenía que hacer para jugar yo solo, para ser mejor esclavo de la nada que del enemigo, que ya ni me afectaba el goteo del grifo ni hacían ya mella en mí los crueles interrogatorios.”

Pero si hoy les robo parte de su tiempo no es para rememorar las crueldades de la guerra (han ido saliendo en todos los telediarios), sino para enlazar con mi presente que intento narrarles en una segunda parte, que es mi nueva vida y que he titulado Acuerdo de Amor.

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