LAS LÁGRIMAS DEL SOLDADO

 

Para Inocencio Víctor que me ha traído a la memoria estos hechos.

El Peñón de Gibraltar y mis compañeros.

Estuve solo hasta que llegó el compañero del octavo reemplazo. De éste y del mío, el sexto del año, seleccionaban al traductor que era como una especie de espía de tercera. Trabajábamos bajo la más estricta reserva y a las órdenes de un comandante diplomado de Estado Mayor.

Era catalán o polaco como se les decía en la jerga al uso. Y yo le dije, porque él alegaba que aquello era la mili y que lo que había que hacer era escaquearse lo máximo posible:

— Mira, Josep, si no hacemos lo que este tío nos pida. Qué quieres ¿irte todos los días a fregar el suelo de la Unidad de Destinos? O, Peor aún, ¿que nos mande a una batería de costa a hacer guardias por si ataca el enemigo por el Estrecho?…  No ves cómo está el Rafa.

Y así, entre un argumento y otro y suavemente, Pepe fue entrando en razón, y, la verdad, es que sabía bastante inglés; aunque bien difícil era traducirlo con el acento andaluz que tienen los del Peñón. Que dicho sea de paso y sin ánimo de patrioterismo alguno, bien que jode ver en su cumbre la Jack Union.

Yo me había quedado sin permiso de Navidad, ya he dicho que estuve solo hasta que llegó Pepe o Josep (que a mí me daba igual llamarlo de una u otra manera y  ojalá además de inglés supiera cinco idiomas más) bueno pues se presentó en enero o febrero de aquel lejano año.  Hasta ese momento y desde septiembre hacía yo todo el trabajo, que no era poco. Mi veterano, el abuelo había caído enfermo. Lo tenían ingresado en el Hospital Militar de Algeciras y para su desdicha licenciaron a todo su reemplazo y él seguía allí, pues el lema del Ejército es que te tenían que devolver a casa en las mismas condiciones de salud en las que te habías incorporado a filas. Pobrecico…

Iba a llegar la Semana Santa y a él, Pepe o Josep, no le traía cuenta irse a Barcelona con un permiso de escasos días que se le iban a ir no más en el viaje. Quedamos en proponerle al comandante que yo me fuera todo el periodo que abarca la Semana de Pasión —le dije que era la festividad más importante de mi tierra— y que después Pepe se marcharía diez días; que él sabía que aun uno solo podía llevar todo el trabajo.

El mando estuvo de acuerdo. Ya le habíamos demostrado nuestra lealtad sobre todo a él personalmente ya que era el primero en llegar al Gobierno Militar y el último en marcharse. Decíamos que era como la Reina del tablero, el que más mandaba allí.

Y así se hizo. Yo di de vuelta con mis huesos en Cartagena para disfrutar con mis amigos de las fiestas que ciertamente son las que más me conmueven y de las comodidades del hogar paterno.

Precisamente aquella mañana había estado en el acto de Homenaje a los Cartageneros Ausentes con mi padre. Mi cuerpo ya notaba la emoción. Pero por la noche ya estalló del todo.

Me sorprendió que el Piquete fuera al mando de un alférez (provisional): vi en ello, por poco que pudiera parecer, una popularización del Ejército.

Yo estaba en primera fila y los soldados se pararon justo delante de mis narices. De repente al que tenía justo enfrente, firme como una estaca clavada en el suelo, comenzó a recorrerle un río de lágrimas por la mejilla Rompí yo también a llorar como un niño al que acabaran de regañarle con toda justicia. Ambos sabíamos lo que era estar fuera, lejos de nuestra tierra.

PS.- Aquella noche, mi novia y yo nos amamos apasionadamente.

Aniceto Valverde Conesa

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